Otoño a la gallega

 

El consejo de un amigo fue suficiente para volver a Pontevedra, a la orilla derecha de la ría de Aldán, en el extremo occidental de la península del Morrazo. Aquí todo gira alrededor de la vocación marinera de sus gentes, dedicadas al cultivo del mejillón en batea y a la pesca.

 

A Casa de Aldán fue una antigua fábrica de salazones. Ahora es un hotel excepcional. Está ubicada en el espigón del puerto. Una vez en ella no sorprende, para nada, que haya recibido el premio Europa Nostra a la recuperación de un espacio arquitectónico.

 

El alma mater es Marisa del Barrio, la propietaria y directora, una mujer que sabe combinar sabiamente los consejos a los huéspedes y los desvelos para que cada día su casa esté más hermosa. Es capaz de pedir a Adolfo Domínguez que diseñe los uniformes y de pelearse para que no construyan en exceso en su pueblo. Marisa no es sólo una gran anfitriona, es una de esas personas que cree que los sueños pueden hacerse realidad.

 

 

 

 

Las crestas quemadas de los montes aumenta la magia del lugar. Cuenta la historia que, donde hoy se asienta este hotel, antes hubo una antigua pesquería cisterciense que abastecía de pescado y mariscos a los frailes del monasterio de Toxosoutos, en San Justo, que a mediados del siglo XIII llegó a ser el monasterio con mayor poder económico de Galicia. Como la vida da tantas vueltas, pasados los siglos la pesquería se convirtió en una central eléctrica.

 

Causa fascinación contemplar el edificio que alberga la central. Y es que es obra del arquitecto modernista Antonio Palacios, autor de edificios emblemáticos como el Palacio de Comunicaciones y el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

 

La pesquería son cinco casas, que forman el conjunto de este hotel. Junto a la recepción se disponen otras cuatro construcciones, en las que se distribuyen las 16 habitaciones dobles del establecimiento. Los nombres de las mismas no pueden ser más sugerentes: "Salmón", "Trucha", "Anguila", "Corzo"... y nos adentran en un maravilloso entorno natural.

 

 

 

 

Esta casa rural recibe su nombre por sus molinos y por sus dueños, los Pena, Una familia que ha sabido darle la vuelta a la vida y convertir este antiguo aserradero en una casa rural de encanto desbordante.

 

La parte más antigua tiene más de doscientos años, el resto se ha ido añadiendo en distintas épocas. El entorno es, sin duda, su mejor baza. A poca distancia de Santiago de Compostela, uno se encuentra en un mundo aparte, en un entorno mágico donde el bosque es protagonista y el río Mera, un peregrino más que acompaña al paseante.

 

Además, tiene un museo etnográfico, y es que algo había que hacer con tanta riqueza cultural. En él se guardan antiguos documentos de la casa y un montón de utensilios y aperos, entre los que se cuenta un telar. Al contemplar las toscas herramientas uno no puede dejar de pensar lo dura que era entonces la vida de aquellas gentes. Pensamiento que desaparece al olor de la comida casera que sale de la cocina.