En este palacio de madera, situado en una colina sobre Oslo, se han reunido los Soberanos con los príncipes herederos, Haakon y Mette-Marit, con su hija, la princesa Marta –su esposo, Ari Behn, no asistió a la cita por encontrarse en plena promoción de su último libro–, y con todos sus nietos: Ingrid, Sverre, Isadora y Maud, además del hijo mayor de la princesa Mette-Marit. Vestidos con el traje tradicional de Telemark, uno de los diecinueve condados en Noruega, la Familia Real posó un año más en el salón de su refugio navideño para felicitar las Fiestas a sus conciudadanos, mostrándoles un año más cómo lo han preparado todo para hacer de la Navidad un tiempo mágico.
Y es que en Noruega también se viven muy intensamente la llegada de estas fechas cargadas de tradición y buenos deseos. Los niños esperan impacientes la llegada de un duende, de nombre Julinessen y orejas puntiagudas, que deja los regalos debajo del abeto. Las familias se reúnen en torno a una mesa que deja escapar aromas de antaño: la típica cerveza juleoi, los guisos elaborados a golpe de tiempo y cariño y, sobre todo, los dulces exquisitos que perfuman el ambiente: frutas escarchadas, relleno de pasas, cardamono, etcétera.
El día de Nochebuena, concretamente, por la mañana se sirve risengrynsgroet (pasta de arroz con leche) con una almendra sorpresa. Esta almendra hace las veces de la sorpresa en nuestro roscón de Reyes, pues quien la encuentra recibe un regalo. Y después, dos días de exquisitos manjares con los más diversos sabores: desde bacalao hasta carne de cochinillo asada, pasando por los pinchos de carne. Y en el postre nunca falta el que instaurara la reina Maud: un delicioso pudin de ciruelas. El día de Navidad, toda la familia acude a la capilla de Holmenkollen. En la capilla, el pastor de la diócesis lee los Evangelios y, a continuación, desea a los congregados lo mejor para unas fechas tan especiales.
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