Los tranvías son uno de los símbolos de Lisboa. Pintados de varios colores por fuera y revestidos de madera por dentro, mientras recorren la ciudad ofrecen al visitante una de las imágenes más típicas de la ciudad. Para los niños es una de las mayores diversiones, como lo es el mirar por los catalejos del Castillo de San Jorge, en lo alto del barrio medieval de Alfama. Desde este punto estratégico, en el que hace muchos siglos nació la capital del Tajo, se puede comenzar a recorrer una de las ciudades más románticas de Europa.
Niños y grandes disfrutarán por igual de la parte vieja de la ciudad, empinada y llena de miradores, de calles y plazuelas tranquilas, de cuestas imposibles y callejones románticos, de escaparates sorprendentes y de muchos rincones secretos por descubrir. Entre el encanto romántico y decadente de sus barrios más castizos, como la propia Alfama, el Barrio Alto o la Baixa, y el diseño vanguardista de sus muelles portuarios ahora recuperados, Lisboa resulta ser una solución sencilla para un fin de semana que, sin embargo, pasará demasiado rápido.
Un recorrido monumental de Lisboa no es fácil de hacer en pocos días porque al menos debería incluir inevitablemente el Castillo de San Jorge, casi de cuento, con su fantástica vista sobre la ciudad y el Tajo; la Catedral-fortaleza, del siglo XII, donde se encuentra el mirador de Santa Luzía, con vistas sobre el barrio de Alfama y el Tajo; la Praça do Comercio, majestuosa y abierta al Tajo por una gran escalinata de aire veneciano; la Fundación Gulbenkian, cuyo museo alberga una interesante colección de pintura, porcelana china, escultura egipcia y joyas art-nouveau (Colección Lalique), exponente del estilo manuelino portugués; y el Barrio de Belém, que incluye su famosa Torre, diferentes museos (de la Marina, arqueológico, de carruajes...); la Torre de Belém y el Centro Cultural. Demasiado para un sólo viaje, lo que obliga a elegir.
Hay también que deambular por las viejas calles de Alfama, con una pausa obligada en la Rua de São Pedro y su mercado popular; visitar el mercadillo de la Feria da Ladra (los sábados), en el campo de Santa Clara; descender hasta la Baixa y sus calles dieciochescas llenas de comercios clásicos; ascender al barrio del Chiado y tomar un café en sus recuperadas calles; callejear por el Barrio Alto para luego asomarse por el mirador de San Pedro de Alcántara y descender en el funicular da Gloria a la Praça de Rossio, centro neurálgico de la ciudad. Desde allí se abre la Avenida da Liberdade, el gran bulevar del siglo pasado que da paso a la ciudad moderna y que culmina en la praça del Marqués de Pombal y el bello parque de Eduardo VII.
Para encontrar los cafés de tradición literaria y las viejas joyerías y tiendas de tejidos hay que ir al Chiado, dichosamente recuperado para orgullo de toda la ciudad, o al Barrio Alto y a la Baixa, mientras que para asomarse a la vanguardia lo mejor es ir hasta las docas (muelles) del Tajo, reconvertidas hoy en centros de ocio, restauración y diversión nocturna o a los nuevos centros comerciales atestados de marcas internacionales.