Un buen sitio para iniciar el viaje puede ser Black River, capital de la parroquia de St. Elizabeth y situada en la desembocadura del río que le da nombre –por cierto, el único navegable de la isla–. Muchos llegan hasta aquí para tomar un barco y recorrer el Gran Pantano. Incontables aves y manatíes saludarán nuestro paso, aunque lo más destacado son los cocodrilos, que nos miran desafiantes desde las orillas: en verdad son caimanes (alligators), y están protegidos desde 1971.
La cordillera que atraviesa Jamaica abarca dos terceras partes del territorio y tiene su punto más alto en la cima del Monte Azul: 2.240 metros. El oeste de la isla está tomado por una amplia altiplanicie de piedra caliza cubierta por frondosa vegetación. Es ahí donde se encuentra Negrill, meca de los resorts jamaiquinos.
Aunque Negrill vive del turismo, no ha perdido su condición de paraíso sensual y remoto. Aquí se puede dormir en plena playa en una cabaña rastafari, bailar danzas secretas y tratar de alcanzar el nirvana.
En el norte de la isla está Ocho Ríos, parada obligatoria para los cruceros. (Atrás queda Montego Bay, con sus excelentes playas). Las plantaciones y jardines de esta zona son una delicia, especialmente el Jardín Encantado, con sus cascadas y sus magníficas vistas a la Playa de las Tortugas.
La Costa Sur es la zona menos conocida y visitada de Jamaica, pero alberga importantes tesoros. Muchos de ellos se encuentra en la capital del país, Kingston; por ejemplo, el Parque Caymanas, el Museo Bob Marley, el mercado de Parade y el barrio colonial de Point Royal.
Jamaica es mucho. Jamaica merece la pena. Jamaica les espera.
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