Aquel error garrafal nos dejó marcados por muchos años. Algunos tomamos conciencia de habernos equivocado y nos retractamos. Otros no lo hicieron. Éramos jóvenes e idealistas, pero también fuimos soberbios y nuestra soberbia nos convirtió, a algunos, en instrumentos de un Partido Comunista al que en otras circunstancias no habríamos acompañado ni borrachos, y a otros, que aún se jactan de ello, en cómplices de delincuentes terroristas. Eso sí, en aquella época todos acusamos a Frondizi de haber traicionado la herencia histórica y el programa de la Unión Cívica Radical.
Frenesí nacionalista
Los ricos yacimientos petrolíferos de la región patagónica de Comodoro Rivadavia habían sido descubiertos en 1907, y el radicalismo se convirtió, desde que Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia del país (1916), en firme defensor de la soberanía de la Nación sobre el subsuelo. En 1930 el general Enrique Mosconi, presidente de YPF, tuvo la audacia de iniciar negociaciones con la empresa soviética Luyamtorg para evitar la intromisión de capitales norteamericanos o británicos. Muchos situaron en esta herejía el origen del golpe militar que derrocó al ya valetudinario Yrigoyen (reelegido tras el interregno de Marcelo T. de Alvear) el 6 de septiembre de 1930.
La Unión Cívica Radical inscribió esta prohibición de enajenar el subsuelo en su Programa de Avellaneda de 1946, y el peronismo, que no podía permitir que otros superaran su frenesí nacionalista, la incluyó, en 1949, en el artículo 40 de la nueva Constitución, expresamente reformada, cómo no, para permitir la reelección del general Juan Domingo Perón. Este había dicho, en 1947:
La política petrolera argentina ha de basarse en los mismos principios en que descansa toda la política económica: conservación absoluta de la soberanía argentina sobre la riqueza de nuestro subsuelo y explotación racional y científica por parte del Estado, advirtiendo que cuando el Estado rescate la dirección inmediata y directa de los bienes que la Nación posee, no debe ya despojarse del privilegio de seguir administrándolos, sin compartir sus funciones con otros intereses que no sean los que correspondan a todos los argentinos.
Simulacro de pacificación
Hugo Gambini señala, en su indispensable Historia del peronismo (2º volumen, Planeta, Buenos Aires, 2001), que en 1953 el versátil Perón había cambiado de opinión y advirtió a sus diputados rebeldes, encabezados por el futuro ideólogo castrista-montonero John William Cooke:
Nosotros no podemos extraer nuestro petróleo porque carecemos del enorme monto de dinero que se precisa para invertirlo en una empresa que se ocupe de sacarlo. El petróleo lo tenemos, es cierto, pero ¿de qué nos sirve que se encuentre a dos, tres o cuatro mil metros de profundidad en la tierra? Para sacarlo necesitamos muchos e inmensos capitales que, desgraciadamente, no disponemos por ahora.
Esos capitales parecieron llover del cielo, o de los denigrados Estados Unidos, a través de la Standard California, con la que el Ministerio de Industria y Comercio firmó un contrato el 25 de abril de 1955. Los diputados radicales denunciaron fogosamente las, a su juicio, cláusulas leoninas del convenio. Adolfo Silenzi de Stagni, profesor de Derecho Agrario y Minero de la Universidad de Buenos Aires, antiguo colaborador de la dictadura militar pro nazi en 1943, y simpatizante confeso él mismo del nazismo, se convirtió, a partir de entonces, en el adalid de todos los movimientos hostiles a los contratos de explotación del petróleo.
El 16 de junio de 1955 fracasó una cruenta tentativa de golpe de estado y el peronismo autorizó por primera vez, en un simulacro de pacificación, que la oposición utilizara la red de radios. El entonces diputado Arturo Frondizi aprovechó la oportunidad para censurar duramente el contrato con la Standard California:
La Unión Cívica Radical exige el rechazo del proyectado convenio con una empresa petrolera foránea, porque ese convenio enajena una llave de nuestra política energética, acepta un régimen de bases estratégicas extranjeras y cruza la parte sur del territorio con una ancha franja colonial, cuya sola presencia, si el convenio se sancionara, sería como la marca física del vasallaje. Sostenemos que Yacimientos Petrolíferos Fiscales está en condiciones de satisfacer las exigencias del consumo, si se le facilitan los equipos que necesita y que el país puede pagar.
El discurso de Frondizi se complementaba con el contenido de su libro Petróleo y política, en el que criticaba sin paliativos el papel de los capitales extranjeros en Argentina.
Un sacrilegio imperdonable
El 16 de septiembre la Revolución Libertadora derrocó a Perón, y el convenio con la Standard California fue anulado. El año siguiente la Unión Cívica Radical se fracturó en la rama Intransigente (UCRI), dirigida por Frondizi y abierta a pactos con el peronismo y la izquierda, y la rama del Pueblo (UCRP), dirigida por Ricardo Balbín y más próxima a los postulados de la Revolución Libertadora. El 23 de febrero de 1958 Frondizi fue elegido presidente con 4.049.230 votos, contra 2.416.408 de Balbín. Hubo 690.000 votos en blanco de peronistas contumaces que no acataron el pacto.
Frondizi, político sagaz, estadista brillante e intelectual riguroso, ya había sellado un acuerdo con su asesor privilegiado, Rogelio Frigerio, para poner en marcha un plan de desarrollo industrial que incluía, entre sus pilares básicos, el autoabastecimiento de petróleo. Y para lograrlo era indispensable el aporte económico y técnico de la iniciativa privada. El paso siguiente consistió en firmar los polémicos contratos con las compañías norteamericanas.
Para nosotros, adoctrinados en la versión izquierdista y antiimperialista del frondizismo que encarnaba el libro Petróleo y política, aquello fue un sacrilegio imperdonable. Frondizi y Frigerio, su monje negro, habían secuestrado a la virginal YPF, y allí estábamos nuestro grupúsculo, los peronistas, los comunistas y los nazis reciclados como Silenzi de Stagni, todos unidos y listos para rescatarla.
Sobre nosotros ejercía una fuerte influencia el matrimonio formado por los diputados José V. Liceaga y María Teresa (Marisa) Muñoz de Liceaga. Nos deslumbraba su conocimiento de todo lo relacionado con la economía nacional e internacional, y nos inspiraba respeto su actitud desprejuiciada hacia el comunismo y la Unión Soviética. Hasta que un día Marisa nos invitó al suntuoso piso familiar y, sin aviso previo, nos presentó a Rogelio Frigerio, que venía a explicarnos los entresijos de la nueva política petrolera. Reaccionamos como si aquello hubiera sido una taimada encerrona y nos fuimos sin escuchar al intruso. Aquel episodio implicó nuestra ruptura con los Liceaga, que no tardarían en convertirse en elocuentes y bien documentados defensores de los contratos petroleros, y fue el detonante de duros enfrentamientos verbales en los que los agravié injusta e imperdonablemente. Repito: YPF nos cambió –me cambió– la vida.
El homenaje de Alfonsín
Hugo Gambini transcribe, en otro libro indispensable, Frondizi. El estadista acorralado (Vergara, 2006), el balance que hizo Frigerio de su política:
Cuando asumimos el gobierno la importación de petróleo era del 25 por ciento de las importaciones totales de Argentina. Una sangría de 300 millones de dólares anuales, que era mucho y que constituía un grave obstáculo para el desarrollo nacional. Nosotros en 30 meses logramos el autoabastecimiento, pasamos de una producción anual de 5,6 millones de metros cúbicos a producir 16 millones anuales. En dos años y medio conseguimos lo que YPF había perseguido vanamente durante 50 años.
Y el 15 de febrero de 1962, cuarenta días antes de que lo derrocara un golpe militar, Frondizi explicó en un discurso por qué no había aplicado el esquema de Petróleo y política:
En el libro sostuve la necesidad de alcanzar el autoabastecimiento de petróleo a través del monopolio estatal. Era una tesis ideal y sincera. Cuando llegué al gobierno me enfrenté a una realidad que no correspondía a esa postura teórica, por dos razones: primera, porque el Estado no tenía los recursos necesarios para explotar por sí solo nuestro petróleo; y, segundo, porque la inmediata y urgente necesidad de sustituir nuestras importaciones de combustible no dejaba margen de tiempo para esperar que el gobierno reuniera los recursos financieros y técnicos que demandaba una explotación masiva que produjera el autoabastecimiento en dos años (...) En una palabra, o se salvaba el prestigio intelectual del autor de Petróleo y política o se salvaba el país. No vacilé en poner al país por encima del amor propio del escritor.
Diego Valenzuela publicó en La Nación de Buenos Aires (21/7/2008) un artículo, titulado "Todos quieren ser Frondizi", en el que reproducía los elogios y homenajes que le habían tributado al expresidente, desde posiciones antagónicas, todos los candidatos que compitieron en la elección del 2007: Cristina y Néstor Kirchner, Mauricio Macri, Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Ricardo López Murphy y Eduardo Duhalde. Y subrayaba que Raúl Alfonsín fue uno de los políticos notables que concurrieron a los homenajes por la muerte de Rogelio Frigerio, quien había sido denostado en vida por los correligionarios radicales de Alfonsín. Más aun, este recuperó, durante su presidencia, a muchos de los funcionarios y técnicos que habían colaborado con Frondizi y Frigerio.
El chanchullo cristinista
Uno de los pocos políticos que aborda los problemas argentinos con una lucidez afín a la de Frondizi y Frigerio es Rodolfo Terragno, que fue ministro de Obras y Servicios Públicos (1987-1989) y senador nacional (2001-2007). De filiación radical pero con una mentalidad abierta que no encaja en moldes sectarios, acaba de entrar en colisión con los legisladores de su partido que se asociaron al chanchullo cristinista. En su blog Apuntes Urbanos explica cómo se debería haber captado la inversión privada, evitando los errores que cometieron el presidente Carlos Menem y su aliado Néstor Kirchner:
Conservar a YPF en manos del Estado y convocar a empresas con enorme capacidad de inversión, alta tecnología, exitosa experiencia y espaldas para soportar el riesgo minero. Esas empresas debían haber venido, no como dueñas, sino como contratistas de YPF. Y las condiciones tenían que haber sido muy claras: si sacaban petróleo se quedaban con una pequeña parte; si no sacaban petróleo, se quedaban en cero. ¿No era utópico lograr eso? En absoluto. Eso ya se había hecho dos veces en el país, con un éxito espectacular. Lo hizo Frondizi, que así logró en 1958-1962 un autoabastecimiento que antes de eso parecía imposible. Lo hizo Alfonsín con el Plan Houston y el Petroplán.
Según Terragno, el actual gobierno solucionó los errores de Menem y su aliado Kirchner "de la peor manera posible", porque podría haberlo hecho "sin alarmar a la comunidad internacional, ni afectar la imagen de la Argentina, ni ahuyentar inversores". Y añade que había otra solución:
Iniciar un proceso de desinversión consensuado. Repsol sabía que estaba en la cuerda floja, y el grupo Petersen es un grupo allegado al gobierno que entró a YPF sin poner un solo peso. Era muy fácil negociar con Repsol que redujera 50% de su participación y, por otro lado, desinteresar al grupo Petersen. A Repsol le convenía quedarse con una fuerte presencia en la Argentina (casi el 30% de YPF) mientras desarrollaba sus operaciones en México y Brasil. Y el Estado argentino se quedaba con el 51 %, no entraba en conflicto con ningún país, no provocaba la reacción del mercado internacional y no disuadía a inversores.
Ahora el chanchullo ha quedado a la vista. A Repsol expulsado, Schlumberger puesto. El nuevo presidente de YPF, Miguel Galuccio, experto incubado en Schlumberger, la empresa de servicios de exploración y perforación petrolera más grande del mundo, resucitará la Vaca Muerta para sacarle el jugo a este fabuloso yacimiento de hidrocarburos no convencionales en beneficio de los nuevos favoritos. Y a Repsol, a YPF y a los intereses nacionales, tururú.