La campaña, en el país y en el extranjero, se extendió desde San Francisco a París, con carteles, artículos e intervenciones parlamentarias, lo cual impresionó a muchas personas de derecha, entre ellas la diputada radical Clara Campoamor, de quien citaba hace unos días José Carlos Rodríguez en Libertad Digital:
¡Tres únicas condenas [a muerte] oficiales! ¡Gran clemencia! Pero, a cambio, miles de prisioneros, centenares de muertos, de torturados, de lisiados. ¡Execrable crueldad! He ahí el balance de una represión que si hubiese sido severa pero legal, justa y limpia en sus métodos, habría causado mucho menos daño al país.
Clara Campoamor reproduce simplemente, sin la menor crítica, la propaganda de la izquierda. El autor principal de la campaña fue Juan Simeón Vidarte, que se inspiró en la ferrerada, la campaña internacional orquestada cuando fue fusilado el profesor terrorista Ferrer Guardia después de la Semana Trágica de Barcelona. Enseguida alistó a personalidades socialistas respetadas, como Fernando de los Ríos, María Lejárraga, etc., junto con Prieto, que había huido a Francia; y, como explica el mismo Vidarte, se dirigió de inmediato a la masonería y a la Internacional socialista, participando enseguida también la Comintern y el genio de la propaganda Willi Münzenberg. Se organizaron protestas y peticiones parlamentarias en Londres y en París. Se fundaron asociaciones como el Comité de Socorro a las Víctimas del Fascismo y la francesa Amis de l'Espagne, desde la cual intelectuales prestigiosos como André Gide, Henri Barbusse o Georges Duhamel "explicaban al mundo la verdad de Octubre, sus causas y consecuencias".
Vidarte, masón y uno de los principales organizadores de la insurrección de octubre, no fue detenido y pudo moverse con libertad. Otro dirigente, Amaro del Rosal, atribuye esta sorprendente impunidad al "triángulo masónico".
El ruido fue enorme, y una gran parte de los historiadores le han dado crédito, incluso aportando sus propios granos de arena a la leyenda. Así, Brenan afirmará:
Vidarte, masón y uno de los principales organizadores de la insurrección de octubre, no fue detenido y pudo moverse con libertad. Otro dirigente, Amaro del Rosal, atribuye esta sorprendente impunidad al "triángulo masónico".
El ruido fue enorme, y una gran parte de los historiadores le han dado crédito, incluso aportando sus propios granos de arena a la leyenda. Así, Brenan afirmará:
Los prisioneros, excepto los que fueron asesinados en el camino, fueron llevados a los cuarteles, y una vez allí sacados y fusilados en serie. Los legionarios del coronel Yagüe y los moros habían liquidado ya, según su costumbre, a todos los prisioneros cogidos en la lucha. Es imposible saber cuántos cayeron en ejecuciones realizadas por pelotones de la guardia civil.
De acuerdo con ello, deberían salir muchos miles de muertos, pero Brenan se conforma, incongruentemente, con matar a solo 3.000, cuando el número total de caídos en la lucha y en las represiones fue de unos 1.400. No sé de dónde saca Brenan estas historias, que superan incluso a las de la campaña socialista. La realidad es que las tropas de África no tenían la costumbre que les atribuye alegremente, y que los piquetes de la Guardia Civil tuvieron muy poca actividad, si es que alguna.
Brian Crozier, derechista, habla imaginativamente de "la orgía de fusilamientos y violaciones de los moros de Yagüe, la ejecución de miles de prisioneros por la Guardia Civil y las sádicas torturas infligidas a los mineros capturados". Gabriel Jackson cree saber que "si un pequeño contingente de soldados cruzando territorio montañoso y hostil oía un disparo o una imprecación, mataba a los prisioneros". No explica qué casos concretos ha conocido, y, como él mismo señala, "es imposible saber cuántos hombres fueron muertos de ese modo". Para Hugh Thomas, las tropas se comportaron "como si se tratara de un ejército victorioso que viviera de los sufrimientos de los vencidos". García de Cortázar asegura: "Ingresaron en las cárceles 30.000 personas. Si la brutalidad de los sublevados había enconado los ánimos de la derecha, la represión gubernamental provocará un efecto similar en la izquierda". Y así podríamos seguir largamente.
¿Cuál fue la realidad? La propaganda hablaba, en efecto, de torturas y violaciones generalizadas, de miles de fusilados y cosas por el estilo. El informe de Vidarte está lleno de casos aparentemente espeluznantes, pero en general vagos y no documentados, salvo el del periodista Luis Sirval, asesinado por unos legionarios y utilizado masivamente casi como único nombre constatable. Varios políticos de izquierda fueron a investigar sobre él, en especial Gordón Ordás, Marco Miranda y Fernando de los Ríos.
Contradiciendo la propaganda, pero no por eso exagerando menos, Gordón menciona 24 asesinatos, Marco Miranda 46 y el informe de De los Ríos y Álvarez del Vayo 31, de ellos 9 por torturas. Suponiendo reales y no repetidas todas las denuncias, sale un total de 84, inferior al número de asesinatos comprobados realizados por los socialistas y otros en aquellas jornadas y alejadísimo de los millares aireados por la propaganda. Incluye seguramente bajas en combate producidas cuando se hacía difícil distinguir entre rebeldes y paisanos corrientes. Por otra parte, fusilar sobre la marcha a rebeldes capturados con armas ha sido común en acciones de este tipo. Lo había hecho el gobierno socialdemócrata alemán contra la insurrección espartaquista y contra el soviet de Baviera, y Azaña, durante el levantamiento anarquista del Alto Llobregat, había dado orden de hacer lo mismo; por no mencionar el episodio de Casas Viejas.
El 30 de octubre de 1935 Gil-Robles exhortó a la izquierda a un debate parlamentario: "Que tenga el diputado señor Gordón Ordás ocasión de decir en esta Cámara, donde se le puede contradecir con hechos y pruebas, lo que él pretende llevar en labor de simple agitación"; y señaló, en alusión a la negativa de Azaña a una comisión de las Cortes para aclarar Casas Viejas: "Este gobierno es el primer ejemplo que creo se da en la política española de haber abierto con amplitud jamás conocida el cauce a una investigación judicial o parlamentaria". Añadió: "Si su señoría hubiera puesto [en acudir a las Cortes] el mismo interés que puso en ir a revolver por Asturias los bajos fondos de la revolución para extraer un montón de infamias, hubiera podido aclarar lo que hubiera querido aclarar". Gordón, incoherente, rehusó plantear el debate pretextando que no pensaba hablar del asunto cuando le conviniera a Gil-Robles: "Hablaremos cuando yo crea que el gobierno tenga títulos". Y a la exigencia de pruebas replicó: "Si yo puedo hablar algún día, será desde el poder". Marco Miranda había pedido la palabra, pero renunció a ella, y los socialistas y los republicanos de izquierda juzgaron inoportuno recoger el guante de Gil-Robles.
La ocasión para Gordón Ordás y los otros se presentó a los cuatro meses, tras las elecciones del Frente Popular. Durante la campaña, las supuestas atrocidades derechistas en Asturias habían sido el tema estelar de la propaganda de izquierdas, junto con la promesa de investigar y castigar a los responsables una vez en el gobierno. Sin embargo, misteriosamente, el interés de las izquierdas por investigar y aclarar los hechos se esfumó en cuanto llegaron al poder. No por ello dejaban de insistir sus propagandas, y el 16 de junio, en las Cortes, la Pasionaria clamaba contra las derechas,
Brian Crozier, derechista, habla imaginativamente de "la orgía de fusilamientos y violaciones de los moros de Yagüe, la ejecución de miles de prisioneros por la Guardia Civil y las sádicas torturas infligidas a los mineros capturados". Gabriel Jackson cree saber que "si un pequeño contingente de soldados cruzando territorio montañoso y hostil oía un disparo o una imprecación, mataba a los prisioneros". No explica qué casos concretos ha conocido, y, como él mismo señala, "es imposible saber cuántos hombres fueron muertos de ese modo". Para Hugh Thomas, las tropas se comportaron "como si se tratara de un ejército victorioso que viviera de los sufrimientos de los vencidos". García de Cortázar asegura: "Ingresaron en las cárceles 30.000 personas. Si la brutalidad de los sublevados había enconado los ánimos de la derecha, la represión gubernamental provocará un efecto similar en la izquierda". Y así podríamos seguir largamente.
¿Cuál fue la realidad? La propaganda hablaba, en efecto, de torturas y violaciones generalizadas, de miles de fusilados y cosas por el estilo. El informe de Vidarte está lleno de casos aparentemente espeluznantes, pero en general vagos y no documentados, salvo el del periodista Luis Sirval, asesinado por unos legionarios y utilizado masivamente casi como único nombre constatable. Varios políticos de izquierda fueron a investigar sobre él, en especial Gordón Ordás, Marco Miranda y Fernando de los Ríos.
Contradiciendo la propaganda, pero no por eso exagerando menos, Gordón menciona 24 asesinatos, Marco Miranda 46 y el informe de De los Ríos y Álvarez del Vayo 31, de ellos 9 por torturas. Suponiendo reales y no repetidas todas las denuncias, sale un total de 84, inferior al número de asesinatos comprobados realizados por los socialistas y otros en aquellas jornadas y alejadísimo de los millares aireados por la propaganda. Incluye seguramente bajas en combate producidas cuando se hacía difícil distinguir entre rebeldes y paisanos corrientes. Por otra parte, fusilar sobre la marcha a rebeldes capturados con armas ha sido común en acciones de este tipo. Lo había hecho el gobierno socialdemócrata alemán contra la insurrección espartaquista y contra el soviet de Baviera, y Azaña, durante el levantamiento anarquista del Alto Llobregat, había dado orden de hacer lo mismo; por no mencionar el episodio de Casas Viejas.
El 30 de octubre de 1935 Gil-Robles exhortó a la izquierda a un debate parlamentario: "Que tenga el diputado señor Gordón Ordás ocasión de decir en esta Cámara, donde se le puede contradecir con hechos y pruebas, lo que él pretende llevar en labor de simple agitación"; y señaló, en alusión a la negativa de Azaña a una comisión de las Cortes para aclarar Casas Viejas: "Este gobierno es el primer ejemplo que creo se da en la política española de haber abierto con amplitud jamás conocida el cauce a una investigación judicial o parlamentaria". Añadió: "Si su señoría hubiera puesto [en acudir a las Cortes] el mismo interés que puso en ir a revolver por Asturias los bajos fondos de la revolución para extraer un montón de infamias, hubiera podido aclarar lo que hubiera querido aclarar". Gordón, incoherente, rehusó plantear el debate pretextando que no pensaba hablar del asunto cuando le conviniera a Gil-Robles: "Hablaremos cuando yo crea que el gobierno tenga títulos". Y a la exigencia de pruebas replicó: "Si yo puedo hablar algún día, será desde el poder". Marco Miranda había pedido la palabra, pero renunció a ella, y los socialistas y los republicanos de izquierda juzgaron inoportuno recoger el guante de Gil-Robles.
La ocasión para Gordón Ordás y los otros se presentó a los cuatro meses, tras las elecciones del Frente Popular. Durante la campaña, las supuestas atrocidades derechistas en Asturias habían sido el tema estelar de la propaganda de izquierdas, junto con la promesa de investigar y castigar a los responsables una vez en el gobierno. Sin embargo, misteriosamente, el interés de las izquierdas por investigar y aclarar los hechos se esfumó en cuanto llegaron al poder. No por ello dejaban de insistir sus propagandas, y el 16 de junio, en las Cortes, la Pasionaria clamaba contra las derechas,
[cuyos] extremos de ferocidad son tan terribles que no son conocidos en la historia. Millares de hombres encarcelados y torturados; hombres con los testículos extirpados; mujeres colgadas del cuatrimotor; niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar a sus hijos.
Gil Robles volvió a retar:
Todas las responsabilidades hay que ponerlas en claro. No es lícito venir [al Parlamento] a lanzar discursos de mitin.
A los diez días, el gobierno izquierdista rehusaba llevar el caso a la Cámara, y aún el 15 de julio, en vísperas de la sublevación derechista, Gil-Robles apostrofaba:
Cuando al obrero no le dais pan, lo que hacéis es darle unos cuantos latiguillos sobre octubre. Ya es un poco extraño que llevando estas Cortes varios meses reunidas y habiendo sido el motivo principal de la propaganda de los partidos del Frente Popular, no hayáis tomado todavía ninguna determinación. Yo tengo ganas de que se hable de todo, también de las responsabilidades del señor Prieto y las de todos aquellos que prepararon el movimiento revolucionario y desencadenaron la catástrofe sobre España.
La campaña sobre las atrocidades de octubre tuvo un efecto histórico fundamental: envenenó por completo la conciencia de las masas y creó un ánimo de revancha que no existía en 1934, siendo su ausencia la principal causa del fracaso de la insurrección. En 1936 los odios habían alcanzado un nivel extremo, y derechas e izquierdas estaban dispuestas a tirarse al cuello del adversario.
Clara Campoamor, como tantos otros, impresionados por el inmenso ruido y el volumen de las acusaciones, creyó que "por fuerza algo de verdad tenía que haber en ellas". Lo que hubo de verdad constatable fue un asesinato comprobado, veinte o treinta más dudosos, unos 15.000 detenidos, cuyo número fue bajando con rapidez, tres ejecuciones legales de personajes secundarios; conmutación de penas de muerte para todos los dirigentes, absolución del principal de ellos, Largo Caballero, por "falta de pruebas", y unos juicios a los jefes de la Generalidad rebeldes que constituyeron un verdadero vodevil. Pero la leyenda sigue.
Pinche aquí para acceder al blog de PÍO MOA.
Clara Campoamor, como tantos otros, impresionados por el inmenso ruido y el volumen de las acusaciones, creyó que "por fuerza algo de verdad tenía que haber en ellas". Lo que hubo de verdad constatable fue un asesinato comprobado, veinte o treinta más dudosos, unos 15.000 detenidos, cuyo número fue bajando con rapidez, tres ejecuciones legales de personajes secundarios; conmutación de penas de muerte para todos los dirigentes, absolución del principal de ellos, Largo Caballero, por "falta de pruebas", y unos juicios a los jefes de la Generalidad rebeldes que constituyeron un verdadero vodevil. Pero la leyenda sigue.
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