Allí pasé casi dos años, entre 1973 y 1975, bajo su generosa tutela, siguiendo cursos especializados en los departamentos de ciencia política (con los profesores Anderson, Edelman y Epstein) e historia contemporánea de España (con el propio Payne). Mi estancia en Madison me resultó muy enriquecedora: gracias a Stanley Payne, pude asistir a actividades muy diversas y de enorme interés. Pienso, por ejemplo, en un seminario muy selecto con George Mosse (en la propia casa-biblioteca del historiador judío-alemán) sobre el fascismo, en una conferencia del británico Hugh Trevor-Roper (el famoso autor de The Last Days of Hitler y The Philby Affair); o en la que dio una representante de la historiografía española en la Unión Soviética (de cuyo nombre no puedo acordarme ahora; pero conversé con ella durante un party en la bella casa del hispanista –ya desaparecido– John Phelan, diseñada por Frank Lloyd Wright); o en la del gran especialista en la Prehistoria de Iberia Luis Pericot (con el que también conversé ampliamente durante una cena en la residencia del propio Payne: y nos contó, entre otras cosas, que Franco le encargó personalmente la traducción del catalán al español de la obra de Jaume Vicens Vives Aproximación a la Historia de España, para poder leerla mucho antes de que se editara en la lengua común).
Payne acababa de publicar su obra, en dos tomos, History of Spain and Portugal (1973), y pronto terminaría El nacionalismo vasco (1974). Su talante liberal y humanista le permitía mantener una amistad leal con personas de ideas políticas tan diferentes a las suyas como el poumista Joaquín Maurín o el carlista Francisco Javier de Lizarza Inda. Mi colaboración política con Enrique Tierno Galván y Raúl Morodo no fue obstáculo para que me acogiera en Madison bajo su tutela. Con su generosísimo apoyo y asesoramiento, y tras muchas horas de investigación en las bibliotecas universitarias en Madison y en Champaign-Urbana, pude redactar buena parte de mi tesis doctoral sobre el fascismo.
Payne, por supuesto, era ya muy conocido por sus primeros libros sobre el fascismo, el franquismo y el militarismo en España, temas de los que acabará escribiendo obras canónicas como The Franco Regime (1987), Franco: el perfil de la historia (1992), Franco y José Antonio (1998), La época de Franco (2000), Fascism: Comparison and Definition (198o)y A History of Fascism, 1914-1945 (1995). Es asimismo autor de monografías excelentes sobre el catolicismo español, la Segunda República (dos densos volúmenes: sobre su instauración y sobre su destrucción, respectivamente), las izquierdas durante la República y la Guerra Civil, la intervención soviética en dicha contienda, las relaciones de Franco con Hitler, etc.
En junio de 1980, casi una década después de mi estancia en Madison, en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander, Payne, al que habíamos invitado a dar una conferencia sobre el nacionalismo español (creo que fue la primera pronunciada durante el rectorado de Morodo), me susurró que nadie le había presentado todavía a D. Juan Carlos, que había acudido a la inauguración de los cursos. Así que tuve la oportunidad y el honor de oficiar, como miembro de la junta directiva de la UIMP, de presentador del entonces ya prestigioso hispanista norteamericano a S. M. el Rey.
Payne es un historiador único, porque no solo es un gran experto en historia europea contemporánea –en algunos temas, como el fascismo, está considerado la máxima autoridad viva (como recientemente reconocía Jonah Goldberg)–, sino que también es probablemente –junto a los medievalistas Joseph O'Callagham y Bernard Reilly–, si no el decano, sí el más importante representante –para la España moderna y contemporánea– del hispanismo en los Estados Unidos. No hace mucho tuve la oportunidad de leer su último (¿o quizás penúltimo?) libro, España, una historia única, que en 443 páginas nos ofrece las reflexiones de su experiencia como especialista en la historia de nuestro país. Como los editores han subtitulado acertadamente, "El hispanista más prestigioso hace una nueva lectura de nuestro pasado". Esta obra no solo es la mejor introducción, hasta la fecha, a nuestra historia, sino que contiene un magnífico y original ensayo sobre la genealogía del hispanismo como género y del hispanista como arquetipo, y varios capítulos sobre lo que llamaríamos los momentos estelares de la historia ibérica, desde los astures hasta Franco.
A mí, como politólogo, Payne me sirvió como vacuna contra las direcciones metodológicas del marxismo y el behaviorismo. Aunque él siempre ha sido un leal amigo y admirador de Juan J. Linz, sospecho que no comparte los excesos empiricistas de sus discípulos sociólogos y politólogos: en esos excesos se pierde o diluye la perspectiva histórica y la dimensión moral. Al mismo tiempo, su concepción metodológica contrasta con el historicismo de las tradiciones hegelianas, positivistas y marxistas. Su posición estaría más próxima –es una percepción mía muy personal– a las concepciones históricas fundadas en supuestos filosóficos de la fenomenología, desde Friedrich Meinecke (Die Entstehung des Historismus, 1936) hasta John Lukacs (Last Rites, 2009), proyectadas y fundidas con las grandes tradiciones historiográficas americanas, representadas, de una parte, por el linaje original del hispanismo, desde Washington Irving y William H. Prescott, y, de otra, por el pluralismo y el pragmatismo metodológicos de los grandes referentes americanos, como Henry Adams y las escuelas de Columbia y Wisconsin (paralelamente, y salvando las distancias, está la contribución de la escuela hispano-catalana de Jaume Vicens Vives).
Asimismo, como arquetipo del hispanista en su grado más excelso, Payne me ha hecho reflexionar sobre la falta de correspondencia por parte española; es decir, sobre la ausencia, hoy, del americanista en nuestra cultura y en nuestra vida académica. Digo "hoy" porque en algún momento España tuvo una muy rica tradición americanista, que se inició con Alvar Núnez Cabeza de Vaca y Pedro de Castaneda –cuyas relaciones son las primeras obras escritas en América y sobre América (los territorios del los actuales Estados Unidos)– y se prolongó –con múltiples cronistas y obras– hasta principios del siglo XIX. Desde la pérdida de la Luisiana, en 1800, y, sobre todo, a partir de la derrota de 1898, en España se va a generar un sentimiento anti-americanista que está en la raíz de las deficiencias intelectuales del presente, como ya en su tiempo intuyó Juan Valera.
La excepcionalidad de la democracia americana y el rol imperial (imperio/emporio) que ha asumido Estados Unidos a partir del siglo XX no ha impedido que en el ámbito cultural brotara y prosperara ese magnífico fenómeno intelectual del hispanismo, del que Stanley G. Payne es un ejemplo genuino y modélico. Hoy podemos finalmente celebrar el reconocimiento oficial a este gran hispanista enamorado de nuestro país (por cierto: me parece escandaloso que solamente el CEU le haya concedido un doctorado honoris causa –en 2004–), gracias a la iniciativa y mediación de nuestro gran embajador Javier Rupérez: el Jefe del Estado, S. M. el Rey D. Juan Carlos, le ha concedido la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. ¡Enhorabuena, maestro!
Payne acababa de publicar su obra, en dos tomos, History of Spain and Portugal (1973), y pronto terminaría El nacionalismo vasco (1974). Su talante liberal y humanista le permitía mantener una amistad leal con personas de ideas políticas tan diferentes a las suyas como el poumista Joaquín Maurín o el carlista Francisco Javier de Lizarza Inda. Mi colaboración política con Enrique Tierno Galván y Raúl Morodo no fue obstáculo para que me acogiera en Madison bajo su tutela. Con su generosísimo apoyo y asesoramiento, y tras muchas horas de investigación en las bibliotecas universitarias en Madison y en Champaign-Urbana, pude redactar buena parte de mi tesis doctoral sobre el fascismo.
Payne, por supuesto, era ya muy conocido por sus primeros libros sobre el fascismo, el franquismo y el militarismo en España, temas de los que acabará escribiendo obras canónicas como The Franco Regime (1987), Franco: el perfil de la historia (1992), Franco y José Antonio (1998), La época de Franco (2000), Fascism: Comparison and Definition (198o)y A History of Fascism, 1914-1945 (1995). Es asimismo autor de monografías excelentes sobre el catolicismo español, la Segunda República (dos densos volúmenes: sobre su instauración y sobre su destrucción, respectivamente), las izquierdas durante la República y la Guerra Civil, la intervención soviética en dicha contienda, las relaciones de Franco con Hitler, etc.
En junio de 1980, casi una década después de mi estancia en Madison, en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander, Payne, al que habíamos invitado a dar una conferencia sobre el nacionalismo español (creo que fue la primera pronunciada durante el rectorado de Morodo), me susurró que nadie le había presentado todavía a D. Juan Carlos, que había acudido a la inauguración de los cursos. Así que tuve la oportunidad y el honor de oficiar, como miembro de la junta directiva de la UIMP, de presentador del entonces ya prestigioso hispanista norteamericano a S. M. el Rey.
Payne es un historiador único, porque no solo es un gran experto en historia europea contemporánea –en algunos temas, como el fascismo, está considerado la máxima autoridad viva (como recientemente reconocía Jonah Goldberg)–, sino que también es probablemente –junto a los medievalistas Joseph O'Callagham y Bernard Reilly–, si no el decano, sí el más importante representante –para la España moderna y contemporánea– del hispanismo en los Estados Unidos. No hace mucho tuve la oportunidad de leer su último (¿o quizás penúltimo?) libro, España, una historia única, que en 443 páginas nos ofrece las reflexiones de su experiencia como especialista en la historia de nuestro país. Como los editores han subtitulado acertadamente, "El hispanista más prestigioso hace una nueva lectura de nuestro pasado". Esta obra no solo es la mejor introducción, hasta la fecha, a nuestra historia, sino que contiene un magnífico y original ensayo sobre la genealogía del hispanismo como género y del hispanista como arquetipo, y varios capítulos sobre lo que llamaríamos los momentos estelares de la historia ibérica, desde los astures hasta Franco.
A mí, como politólogo, Payne me sirvió como vacuna contra las direcciones metodológicas del marxismo y el behaviorismo. Aunque él siempre ha sido un leal amigo y admirador de Juan J. Linz, sospecho que no comparte los excesos empiricistas de sus discípulos sociólogos y politólogos: en esos excesos se pierde o diluye la perspectiva histórica y la dimensión moral. Al mismo tiempo, su concepción metodológica contrasta con el historicismo de las tradiciones hegelianas, positivistas y marxistas. Su posición estaría más próxima –es una percepción mía muy personal– a las concepciones históricas fundadas en supuestos filosóficos de la fenomenología, desde Friedrich Meinecke (Die Entstehung des Historismus, 1936) hasta John Lukacs (Last Rites, 2009), proyectadas y fundidas con las grandes tradiciones historiográficas americanas, representadas, de una parte, por el linaje original del hispanismo, desde Washington Irving y William H. Prescott, y, de otra, por el pluralismo y el pragmatismo metodológicos de los grandes referentes americanos, como Henry Adams y las escuelas de Columbia y Wisconsin (paralelamente, y salvando las distancias, está la contribución de la escuela hispano-catalana de Jaume Vicens Vives).
Asimismo, como arquetipo del hispanista en su grado más excelso, Payne me ha hecho reflexionar sobre la falta de correspondencia por parte española; es decir, sobre la ausencia, hoy, del americanista en nuestra cultura y en nuestra vida académica. Digo "hoy" porque en algún momento España tuvo una muy rica tradición americanista, que se inició con Alvar Núnez Cabeza de Vaca y Pedro de Castaneda –cuyas relaciones son las primeras obras escritas en América y sobre América (los territorios del los actuales Estados Unidos)– y se prolongó –con múltiples cronistas y obras– hasta principios del siglo XIX. Desde la pérdida de la Luisiana, en 1800, y, sobre todo, a partir de la derrota de 1898, en España se va a generar un sentimiento anti-americanista que está en la raíz de las deficiencias intelectuales del presente, como ya en su tiempo intuyó Juan Valera.
La excepcionalidad de la democracia americana y el rol imperial (imperio/emporio) que ha asumido Estados Unidos a partir del siglo XX no ha impedido que en el ámbito cultural brotara y prosperara ese magnífico fenómeno intelectual del hispanismo, del que Stanley G. Payne es un ejemplo genuino y modélico. Hoy podemos finalmente celebrar el reconocimiento oficial a este gran hispanista enamorado de nuestro país (por cierto: me parece escandaloso que solamente el CEU le haya concedido un doctorado honoris causa –en 2004–), gracias a la iniciativa y mediación de nuestro gran embajador Javier Rupérez: el Jefe del Estado, S. M. el Rey D. Juan Carlos, le ha concedido la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. ¡Enhorabuena, maestro!