Uno de esos mitos consistió en definirla como el prólogo, ensayo o equivalente de la Guerra Mundial, a menor escala. El mito fue elaborado, años después, por la propaganda soviética y aceptado por las izquierdas y algunas derechas; pero queda descartado con solo observar más de cerca ambos conflictos.
En el nuestro, Alemania y la URSS estaban radicalmente enfrentadas, y Francia e Inglaterra se mantuvieron más o menos al margen, mientras que la guerra mundial comenzó con un acuerdo de Hitler y Stalin para repartirse Polonia y con la declaración de guerra de Francia e Inglaterra a Alemania precisamente a causa de Polonia. La evolución de la SGM unió a las democracias y al totalitarismo soviético, que en España permanecieron completamente separados. Además, así como el Frente Popular se identificó y aceptó una dirección básica de Stalin, el bando nacional nunca se identificó de lleno ni se supeditó a Hitler ni a Mussolini, y declaró, ya en 1938, que permanecería neutral en caso de choque europeo. Así pues, nada de prólogo ni ensayo ni equivalente en ningún sentido. Ni siquiera episodios como el bombardeo de Guernica fueron ensayos de ataque masivo a la población, según ha pretendido la propaganda años y años, como he expuesto en Los mitos de la guerra civil a partir del exhaustivo estudio de J. Salas Larrazábal.
Se ha insistido también en que las pasiones levantadas por nuestra contienda se debieron a que aquí se reflejaban las tensiones, los partidos y las ideas extendidos por el mundo en aquella época, pero ni siquiera eso es muy cierto. En España tuvieron gran peso movimientos como el anarquismo, el carlismo o el monarquismo, insignificantes o inexistentes fuera de España, y la Falange solo podía considerarse fascista a medias. Incluso el extremista PSOE era más bien una excepción dentro de la socialdemocracia europea. Sobre todo, el ideal democrático no tuvo, salvo en la propaganda, ningún papel en nuestra guerra, cuyo carácter fue el de una pugna entre un movimiento revolucionario y disgregador de España y un movimiento conservador de la nación y de la cultura cristiana. Y tal enfrentamiento bélico nació, precisamente, del tremendo fracaso de la democracia durante la república, causado por los mismos que se decían demócratas. Por todo ello, los intereses en juego diferían profundamente de los que corrían por el resto de Europa, aunque no faltaran ciertas similitudes. Fue, por tanto, producto de nuestra propia evolución y nuestras características culturales, un conflicto original y distinto de los que, con consecuencias mucho más devastadoras, se cernían al mismo tiempo sobre el continente.
Lo cual no significa que la guerra no tuviera la máxima relevancia internacional, pues confluyeron en ella los intereses e intervenciones de las grandes potencias que pronto iban a pelear a muerte entre sí. Cabría resumir de este modo el juego de intereses: la URSS, preocupada por el auge de la Alemania nacionalsocialista y convencida de la proximidad de una guerra "imperialista", quería ante todo alejar esta de sus fronteras, y el conflicto español le proporcionó la mejor oportunidad. Con sus alternativas y vacilaciones, la política de Stalin buscó prolongar la guerra española de tal modo que terminase en choque militar entre Alemania y a las democracias; simultáneamente trató de reforzar su influencia en España mediante un partido comunista hegemónico. Alemania deseaba tanto evitar el choque con las democracias, para el que no se sentía aún preparada, como prolongar nuestra guerra, a fin de concentrar en ella la atención internacional, distrayéndola de su rearme y sus maniobras agresivas en Centroeuropa. Francia y, sobre todo, Inglaterra querían ante todo mantener el statu quo continental, evitando que el conflicto español se generalizase, pues tampoco se consideraban preparadas para sostener un choque bélico europeo.
Cada una de las partes tuvo éxito parcial en sus intentos. La URSS fracasó en sus maniobras en pro de la intervención franco-inglesa, pero consiguió prolongar durante dos años y medio una guerra que pudo haberse zanjado en cinco meses, y asegurar una fuerte hegemonía comunista en el Frente Popular. Alemania logró su doble objetivo en gran medida, aunque sin ganar en Franco un aliado incondicional ni orientar la política española. Y Francia e Inglaterra alcanzaron a evitar que el horno español incendiase el continente, si bien a cambio corrieron el serio riesgo de una España sovietizada a sus espaldas y facilitaron en alguna medida los designios de Hitler.
Por tanto, y salvo en el terreno emocional e ideológico, la guerra de España solo en pequeña medida abrió camino a la SGM, y tuvo limitada repercusión política o bélica exterior. La tendría, en cambio, y muy considerable en algunos momentos, sobre el curso de la contienda mundial, debido, precisamente a la victoria de los nacionales. De haber perdido Franco, se habría instalado en España un régimen similar a las futuras democracias populares creadas por Stalin, el país habría sido arrastrado a la vorágine e Inglaterra se habría visto en una posición mucho más complicada frente a Alemania, tal vez incluso abocada a la derrota.
Naturalmente, esto son especulaciones, aunque creo que razonables. No es especulativo, en cambio, el hecho de que España permaneció neutral gracias a Franco, lo cual supuso un inestimable beneficio estratégico (muy mal pagado) para Inglaterra y Usa, a cambio de solo algunas ventajas tácticas para Alemania.
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