Lo que se pretendía era instaurar un gobierno de concentración presidido por el general Armada y compuesto por representantes de los principales partidos políticos, incluidos el comunista y el socialista.
Hoy está bastante clara la participación del PSOE y del rey, entre muchos otros, en tal designio. Al final fue Tejero, a quien el plan reservaba el papel de peón inconsciente, el que echó todo a perder, al rechazar el gobierno de Armada. Y fue el ejército, que sin embargo quedó como el villano de la ocasión, quien realmente detuvo el golpe. Naturalmente, tuvo que haber algunos chivos expiatorios del fracaso, empezando por Armada.
Parece difícil, a primera vista, que los diputados retenidos por Tejero aceptasen la salida de un gobierno de concentración, incluso si los guardias se retiraban y Armada salía como el liberador de la situación. Pero no es esa la opinión que Carrillo expone en sus memorias:
Si esa noche se presentaba un general ante las Cortes, sitiadas por los guardias civiles sublevados, y solicitaba la confianza para formar un Gobierno de emergencia, ¿cuántos diputados –me preguntaba yo– nos atreveríamos a votar en contra? Recordaba un antecedente francés, cuando Pétain se había presentado en la Cámara de Diputados a pedir la investidura para hacer el armisticio con Hitler y excepto los diputados comunistas y algunos más (...) habían votado a su favor, incluyendo socialistas y radicales socialistas (...) La dictadura podía venir así, poco a poco, por la vía parlamentaria.
Dejando a un lado los graciosos escrúpulos "democráticos" del mayor terrorista español del siglo XX, o su curioso olvido de la colaboración de los comunistas franceses con la invasión hitleriana de Francia, creo que acierta sobre la disposición de los diputados a aceptar lo que fuera, tal como se tiraron disciplinadamente al suelo, casi sin excepción. Otra cosa, también, es que el objetivo del golpe fuera una dictadura, que no lo era.
He examinado estos aspectos en La transición de cristal, junto con otro que, sorprendentemente, casi nunca es tratado en profundidad: la gestión política previa de Suárez, sin la cual ningún golpe se habría planteado.
Suárez había llevado el país, efectivamente, a la situación descrita gráficamente por Felipe González –en este caso con razón–: España se parecía a un helicóptero en el que se encendían todas las luces rojas sin que el gobierno reaccionara. Me he referido en otras ocasiones a la "reforma de Suárez", la tercera de las intentadas en la transición y la peor de ellas. Tan pronto Suárez se sacudió la tutela de Torcuato Fernández-Miranda, falsificó en gran medida la reforma democrática accediendo a negociar lo innegociable con partidos que entonces no representaban nada o representaban directamente el totalitarismo, ya que se sentían los herederos de la legitimidad del Frente Popular.
La Constitución, con su elaboración espuria, en gran parte al margen de las Cortes, por encuentros informales entre dos indigentes jurídicos como Alfonso Guerra y Abril Martorell, nació deforme, como desde el primer momento vieron claramente muchos, empezando por Julián Marías. Parece que fue Suárez mismo quien presionó por la inclusión del artículo que permite traspasar, sin verdadero límite, competencias del estado central a las autonomías. Lo hizo bajo la insinuación del PNV de que con un artículo así votaría a favor.
El PNV engañó al gobierno (ningún partido ha sido históricamente más aficionado a la traición que el PNV, y la competencia es reñida); pero el engaño de Suárez al país fue mayor, producto de su carencia de principios, unida a su ignorancia de la historia e incultura general. Sus desaciertos los está pagando el país hoy, plenamente, con el gobierno de Rodríguez.
Después, Suárez jugó a hacerse el izquierdista, a disimular el origen de la reforma y de sí mismo (es decir, del régimen anterior), a debilitar a la derecha de Fraga –si se hubiera concertado con ella habría logrado la mayoría absoluta–, procurando que sobre ella recayera el calificativo "franquista", convertido gracias al oportunismo de Suárez en un sambenito del que abusaba la izquierda. Bajo su dirección crecieron vertiginosamente el terrorismo y el paro, y formas de degradación social como la droga o la delincuencia común; y la propaganda antiespañola y pro terrorista no conoció freno. En política internacional jugó al entendimiento con demócratas como Castro o Arafat, distanciándose de las verdaderas democracias. Al final, logró sacar de sus casillas a casi todo el mundo, a derecha e izquierda, empujando el país a una situación muy peligrosa, de la que él mismo apenas parecía consciente. Sin todo ello no se explica el 23-F.
Visto en perspectiva, cabe preguntarse cómo un proceso en conjunto positivo y bastante difícil como fue la transición a un régimen democrático pudo ser llevado a cabo por personajes tan mediocres como la mayoría de sus protagonistas. La respuesta se encuentra, a mi juicio, en el enorme capital político acumulado por el franquismo: la prosperidad, la moderación política y la reconciliación nacional, muy mayoritaria. Ese capital fue en gran medida derrochado por políticos como Suárez, pero aun así bastó para una transición con relativamente pocos traumas.
Sospecho que, analizada la historia con detenimiento, Suárez no pasará a ella con grandes laureles.
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