Puede decirse que todos los países y culturas han decaído después de una época gloriosa, pero de esa obviedad no puede extraerse lección alguna. Desde hace siglos, también en España ha surgido una amplísima literatura en torno a las causas de la decadencia, cuando lo más productivo habría sido analizar las causas del auge: ¿cómo fue posible que un país que no era el más rico ni el más poblado de Europa pudiera enfrentarse a potencias materialmente más fuertes que él y, al mismo tiempo, desarrollar una espléndida cultura, y descubrir y conquistar medio mundo? Exponer los aspectos de la decadencia resulta bastante fácil, pues saltan bastante a la vista –aunque a menudo se confunden sus descripciones con sus causas–; mucho más difícil es explicar la excelencia anterior, ya que los factores contrarios a ella eran de mucho peso: España salía de un período de descomposición y guerras civiles en Castilla y entre Castilla y Aragón.
Quizá el índice más preciso de una gran cultura es la cantidad de personajes relevantes que produce, y por cierto que el Siglo de Oro responde plenamente a su nombre en ese aspecto. Partamos de la base de que hay siempre un elemento que se escapa al análisis, tal como una invención o una gran obra artística puede explicarse hasta cierto punto por el ambiente social y económico, pero siempre faltará la causa precisa de la inspiración concreta del autor. Aun así, podemos discernir algunos elementos importantes, sin los cuales no habría sido posible alcanzar las alturas de aquella época.
Podemos distinguir, por ejemplo, la atención prestada a la enseñanza superior desde los Reyes Católicos. El país contaba con numerosos letrados y personas expertas en diversas artes, sin las cuales habría sido imposible mantener la Monarquía Hispánica o Imperio Español, como, algo más impropiamente, se la ha llamado. España era por entonces uno de los países de Europa con más población universitaria, si no el que más en relación con sus habitantes, y este dato, a menudo pasado por alto, es cualquier cosa menos secundario.
La instrucción no solo pesó en la capacidad administrativa de la monarquía: España contó con magníficos jefes militares y políticos, que, salvo casos muy excepcionales, no surgen de la improvisación, sino que se forman en una tradición que va asentándose. Lo mismo vale para los ambientes literarios o de pensamiento: no brotan de la nada, también salvo casos muy excepcionales, sino de una tradición acumulativa en un ambiente propicio. Y ese ambiente se fue creando a partir de los Reyes Católicos.
Otro rasgo de la época fue la capacidad organizativa y técnica del pueblo común, tan bien reflejado en la facilidad aparente como se estructuraban ciudades, pueblos, universidades, sistemas agrícolas o de defensa en las inmensas regiones descubiertas y colonizadas. Ello se ha interpretado como una herencia de la larga época de la Reconquista, con sus repoblaciones, pero esa herencia, como tantas otras, pudo haberse perdido en la descomposición social de mediados del siglo XV, que pudo haber dado definitivamente al traste con la labor de la Reconquista.
Únase a todo ello la presión turca, en el exterior, y en el interior, y ligada a ella, la morisca, que obraron sin duda como un revulsivo que puso en tensión las energías sociales, pero que muy bien pudieron haber obrado, junto a los ataques protestantes, como un barreno que rompiera toda la estructura y la experiencia social acumuladas durante siglos.
Pocas veces se repara en el durísimo desafío al que se enfrentó la sociedad española en aquel siglo y medio crucial. Por no percibir la importancia, el peligro y el dramatismo del reto, gran número de historias de la época dejan una pesada e irreal sensación de burocratismo, totalmente ajena al brillante y audaz espíritu de la época; sí reflejan, en cambio, el vulgar y anodino de sus autores. En Nueva historia de España he querido cambiar esa impresión, hoy bastante generalizada, y espero haberlo conseguido en alguna medida. La España de entonces creó un tipo humano peculiar, el hidalgo, que ha sido luego ferozmente caricaturizado. Por supuesto, tomado en conjunto no fue una especie de vago ignorante y orgulloso de serlo, como suele presentárselo; por el contrario, su modo de pensar y de obrar está en la base de casi toda la excelencia que alcanzó entonces España.
Un aspecto clave del nuevo clima social fue la reforma religiosa, que moralizó bastante al clero y disminuyó el anticlericalismo, extendido en otros países europeos; anticlericalismo que constituyó una de las causas de la reforma (más propiamente revolución) protestante. La reforma emprendida por los Reyes Católicos fructificó en una Iglesia Católica abierta, intelectualmente a la ofensiva y con un pensamiento fructífero no solo en el orden teológico (Concilio de Trento), también en el pensamiento político y económico y en la producción artística. En Nueva historia he sostenido que el núcleo inspirador de las culturas es la religión o, si se quiere, el mito, en el sentido en que emplea la palabra Paul Diel, aunque esto es más fácil de intuir que de explicar.
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