Es curioso todo lo anterior, porque la unidad italiana se realizó en torno a la Casa de Saboya, los reyes del Piamonte, mientras que los republicanos, liderados por Mazzini y el mismo Garibaldi, fallaron a la hora de propagar la idea de la nación unida mediante una República democrática.
Entonces, ¿quién construyó la nación italiana? ¿Se puede personificar la unificación? ¿Hay un uso político de la Historia también en este caso?
La unidad italiana fue la obra común de los monárquicos (tanto moderados como liberales) y los demócratas revolucionarios; dos grupos políticos muy diversos por temperamento y programa, que convergieron en el mismo objetivo tras las revueltas de 1848. Los hombres que lo llevaron a cabo eran burgueses que hablaban en nombre del pueblo. Ellos construyeron la nación italiana, sujeto inexistente antes del siglo XIX, momento en el que se crea la unidad política por mor de la voluntad colectiva. Sin embargo, esa revolución liberal y burguesa no habría triunfado sin el auxilio militar de la Francia de Napoleón III y la Alemania de Bismarck, que derrotaron a Austria, potencia que dominaba la península italiana. Y no se puede olvidar el apoyo que Gran Bretaña prestó en todo momento al Piamonte.
Por esto, la interpretación del Risorgimento –nombre que se da al proceso de unificación– ha requerido de la fijación de personajes y acontecimientos muy concretos, de grupos heroicos, como Los Mil garibaldinos con sus camisas rojas, más que de la recreación de grandes campañas militares, a pesar de que se libraron varias guerras de la independencia en poco más de treinta años.
Entre los demócratas, la figura de mayor relieve fue Giuseppe Mazzini, cuya divisa era "Dios y Pueblo". Su fe en la capacidad del pueblo para la revolución y el autogobierno era la base de la cual derivaban su republicanismo y su anticlericalismo. Porque Mazzini creía que la Monarquía y la Iglesia eran dos instituciones que se habían interpuesto entre Dios y el pueblo, limitando la libertad de este último. Mazzini pensaba que la unificación de Italia y la redención de las clases populares iban juntas. Su grupo se llamaba Partido de Acción, y tenía un gusto desmedido por la conspiración y la revuelta. El Ejército no le merecía confianza, decía, porque era una institución "monárquica y militarista", por lo que promovía una milicia voluntaria de ciudadanos. A su entender, la diplomacia era igualmente despreciable, porque dejaba a un lado el protagonismo del pueblo. Los hombres del Partido de Acción fueron abandonando a Mazzini, que murió en 1872 "viejo, sólo y amargado, abandonado de todos y de sus mayores discípulos" (Seton-Watson).
Cavour, en cambio, líder de los moderados, los liberal-conservadores de su época, dirigía un proyecto más realista. Los moderados, asentados en origen en el Piamonte de los Saboya, eran monárquicos porque la Monarquía era una garantía de estabilidad social, de respetabilidad interna y externa, y confería a la unificación la apariencia de legalidad. Cavour defendía que la construcción de la nación pasaba por la construcción de un Estado, para lo cual procuró tener un ejército regular, una burocracia eficiente y una policía organizada. Además, pensaba que la futura Italia se levantaría sobre un mercado único, una escuela nacional y una red de transportes, y a ello se dedicó. Su programa era la reforma, no la revolución; se situaba entre el conservadurismo clerical y la democracia revolucionaria. Tenía como modelo la monarquía británica de la reina Victoria y la Francia de Luis Felipe. Por esta razón quería que el Estatuto de 1848, que hacía del Piamonte el único Estado constitucional de la península italiana, se fuera revisando en sentido liberal. Con el apoyo de Francia derrotó a Austria, y con el de Gran Bretaña consiguió que fueran admitidos los referendos de adhesión de la Toscana, Módena y Parma, aunque cedió Niza y Saboya a los franceses.
Quedaban Nápoles, Venecia –que se unió en 1866– y Roma, anexionada en 1870. Cavour no quería tomar Nápoles por la fuerza, donde reinaban los Borbones. Giuseppe Garibaldi, sí. Cavour y Garibaldi, del Partido de Acción de Mazzini, no se entendían. Cavour no se fiaba por lo que los demócratas hicieron en la República romana de 1849, y Garibaldi detestaba al anterior por haber cedido a Francia su ciudad natal, Niza. Sin embargo, Garibaldi había aceptado el grito del pueblo: "Italia y Víctor Manuel", el rey saboyano. De esta manera, se convirtió en el nexo de unión entre los moderados y los demócratas. Esta fue su baza; eso, y que inició la conquista de Nápoles.
Nápoles estaba reinado por el débil Francisco II, un Borbón fuera de su tiempo. Los camisas rojas de Garibaldi tomaron Sicilia sin dificultad, y para atravesar el estrecho de Messina dejaron una dictadura... que los sicilianos no aceptaron. Cavour encontró entonces el argumento perfecto para justificar la guerra: detener la revolución del Partido de Acción. Así, Víctor Manuel II envió sus tropas, que entraron en batalla con las napolitanas hasta la abdicación del rey de éstas. Y los piamonteses ocuparon todo el Sur.
La victoria de la Monarquía liberal del Piamonte se certificó el 17 de marzo de 1861, con la proclamación de Víctor Manuel II como rey de Italia. Cavour, elegido primer presidente del gobierno italiano, proclamó a Roma capital futura del reino. No se trataba de algo meramente nacionalista o romántico, sino político: evitar el antagonismo entre Turín, Milán, Nápoles y Florencia, que amenazaba con abortar la unificación. Pero la toma de Roma, afirmó Cavour, no debía hacerse por la fuerza, y tenía razón.
El destino no quiso que Cavour consumara la unidad, y murió en junio de 1861.
Garibaldi y el Partido de Acción no podían soportar la idea de desmilitarizarse y retomar la vida cotidiana. Y prepararon el asalto de Roma en 1862. Pero el ejército italiano lo reprimió sin contemplaciones. Volvió a intentarlo Garibaldi en 1867, y las tropas francesas apostadas en la ciudad lo impidieron.
¿Cómo se produjo la anexión de Venecia y Roma? Por la victoria de Prusia sobre Austria –que controlaba Venecia– y sobre Francia –cuyas tropas protegían al Papa–, en 1866 y 1870, respectivamente. Este último año Italia obtuvo Roma, pero no por insurrección alguna del pueblo romano, ni por una invasión garibaldina.
Garibaldi representaba el hombre romántico; aunaba entrega personal con un nacionalismo popular que pretendía construir la unidad nacional desde abajo. Así se fue elaborando el mito como elemento de la cultura nacional italiana. Sin embargo, por sí solo Garibaldi no hubiera conseguido su objetivo. Cavour, alejado de las clases populares, antirrevolucionario, utilizó el Estado piamontés y la diplomacia para construir el reino de Italia. Cavour, a diferencia de Garibaldi, sí hubiera conseguido la unidad, claro que a un ritmo más lento. Garibaldi era la unidad con sentido popular, de ahí su elevación a la categoría del gran padre de la patria. Ante la fuerza de esta representación popular, Cavour, con su frío proyecto liberal-conservador, quedó en un segundo plano.
¿Y Mazzini? ¿Por qué lo reivindican los políticos de hoy? Por la necesidad que tiene la República italiana de sortear que su origen es la Monarquía de los Saboya (Mazzini representa la República de Roma de 1849, que constituyó un fracaso pero que ha sido elevada a la categoría de mito nacional) y de incidir en el discurso de un régimen nacional asentado en la descentralización, tema hoy muy delicado en el país.
Y es que la Historia se puede escribir a gusto de casi todos.