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PENÍNSULA IBÉRICA

Portugal, ese escollo de España

Antonio de Oliveira de Salazar, el principal gobernante portugués del siglo XX, definió a Portugal como un escollo de España donde se habla un dialecto del español.


	Antonio de Oliveira de Salazar, el principal gobernante portugués del siglo XX, definió a Portugal como un escollo de España donde se habla un dialecto del español.
Salazar.

La frontera entre ambos países ha permanecido prácticamente inalterada desde hace tres siglos y medio. Poco a poco, las realidades de la geografía, la cultura y la economía se imponen. En torno al 40% de los portugueses aceptaría una unión política con España, y casi el 60% apoya que el estudio de la lengua española sea obligatorio.

Se entiende que los británicos y los irlandeses quieran tener muy poco en común desde un punto de vista histórico, ya que los primeros ocuparon Irlanda y esclavizaron, literalmente, a los irlandeses. También se entiende la desconfianza basada en el pasado entre los polacos y los alemanes, los húngaros y los rumanos, los belgas y los holandeses, los franceses y los alemanes, los españoles y los franceses, los italianos y los austriacos, los rusos y los ucranianos... Pero ¿qué pleitos y qué fantasmas hay entre los españoles y los portugueses? La última guerra entre ambos pueblos se produjo en 1801 y duró unas semanas; a resultas de la cual, España adquirió la plaza de Olivenza, en la provincia de Badajoz. Todos los demás países europeos han sufrido guerras, amputaciones y destrucciones mucho mayores.

Sin embargo, algo ocurre para que Portugal no haya querido formar parte de España, como de hecho hiciera durante sesenta años, entre 1580 y 1640, cuando reinaron allí los tres Felipes (Felipe II, Felipe III y Felipe IV), y, antes, con la monarquía goda, cuando el reino de España abarcó toda la Península Ibérica, el norte de lo que hoy es Marruecos (la Hispania Tingitana) y una pequeña región al norte de los Pirineos, junto al Mediterráneo (la Septimania). Los portugueses han preferido ser cabeza de ratón a cola de león. Desde que recuperaron su independencia, por el tratado de 1667, han vivido, testarudos, a espaldas de España, volcados en el Atlántico y en sus colonias, empeñados en diferenciarse de sus vecinos.

Todas las fronteras de Europa Occidental han sido enormes vías de paso de mercancías y personas. Los puertos de Amberes y Rótterdam prosperaron porque recibían mercancías que luego pasaban a Alemania, a Suiza y hasta a Francia. En cambio, la frontera hispano-portuguesa ha sido de las de menor tráfico mercantil, si no la que menos ha registrado. ¿Por temor a que se crearan lazos entre los dos pueblos, como había ocurrido en el siglo XVI, antes de la anexión, o por temor a que los militares españoles usaran los ferrocarriles y las carreteras para invadir Portugal?

Cuando Felipe II reclamó, como hijo de la emperatriz Isabel de Avis, esposa de Carlos V, el trono portugúes, el duque de Alba realizó una campaña-relámpago: en menos de dos meses ocupó todo Portugal, salvo los archipiélagos de las Azores y Madeira, y encima sin causar daños a los nuevos súbditos del rey. Y cuando los oficiales de extrema izquierda de la Revolución de los Claveles derrocaron al primer ministro Marcelo Caetano y, luego, al general Spínola, temieron (de manera injustificada) que los tanques españoles penetrasen a través de Extremadura en dirección a Lisboa.

O ultramar o España

Durante el régimen del Estado Novo (1926-1974), una de las campañas de propaganda consistió en la siguiente consigna: "Portugal no es un país pequeño", que acompañaba un mapa de Europa sobre el que se habían impreso en colores más vivos las colonias bajo dominio de Lisboa. Así, Portugal llegaba hasta el interior de Rusia. Y es que su imperio era inmenso: en la India tenía varias plazas, de las que la principal era Goa; en China tenía Macao; en Indonesia, la mitad de la isla de Timor, y en África el archipiélago de Cabo Verde, las islas de Sao Tomé y Príncipe, un pedazo de tierra en el Golfo de Guinea y las joyas de Angola y Mozambique.

Portugal, pequeño en población, riqueza y ejército, sólo pudo mantener ese imperio mientras su tradicional aliado, Inglaterra, a la que le ataba un tratado desde el siglo 1373, le pudo proteger. La debilidad portuguesa, así como los vínculos de Lisboa con el mundo anglosajón, eran tan fuertes que en 1943 Portugal cedió bases militares a los Aliados en las Azores, lo cual marca un vivo contraste con la neutralidad española. A diferencia de Francia, Reino Unido, Bélgica y España, que aceptaron la descolonización de mejor o peor grado, Portugal se empeñó en guerras coloniales, lo que le acarreó el boicot de los países africanos independizados y la presión de Estados Unidos, que quería la desaparición de los imperios coloniales. Una vez que los ingleses se retiraron de la India, en 1947, las ciudades que formaban el Estado indio estaban condenadas: en 1961 fueron ocupadas militarmente. Y el puerto de Macao pasó a China en 1999, dos años después de la entrega británica de Hong Kong a Pekín.

El periodista italiano Indro Montanelli cuenta en sus memorias que, por medio del ex rey Umberto de Italia, que vivía exiliado en Portugal (al igual que Juan de Borbón y Battenberg), consiguió que Antonio Oliveira de Salazar le concediera una entrevista. Montanelli preguntó a Salazar, catedrático de Hacienda, primer ministro portugués entre 1932 y 1968, por qué se empecinaba Lisboa en mantener sus colonias, lo que le estaba costando más que los beneficios que le dejaban. La respuesta de Salazar, con prohibición de publicarla, fue la siguiente:

Sin su imperio de ultramar, ¿qué sería este escollo adherido a España en el que se habla un dialecto español?

Vino de Oporto a cambio de paños ingleses

A cualquiera que se acerque a la historia de Portugal le sorprenderá el fracaso de su monarquía, su aristocracia y su burguesía a la hora de crear una riqueza similar a la que generaron los burgueses holandeses a partir del siglo XVII. Con mejores condiciones geográficas (costa abierta al Atlántico), con más experiencia (los portugueses llevaban buscando la ruta a la India desde el siglo XV) y con colonias ya establecidas en tres continentes, los portugueses nunca disfrutaron de un bienestar similar al de los holandeses, que también se dedicaban al comercio marítimo. Y para comprobarlo no hay más que comparar las obras de arte que nos han llegado de uno y otro país. ¿Quizá los británicos que les protegían de España limitaron su crecimiento, o bien se trató de la incapacidad de las clases altas?

Mediante el Tratado de Lord Methuen, firmado en Lisboa el 27 de diciembre del año 1703, Portugal se incorporaba a la Gran Alianza (Inglaterra, Holanda y Austria) contra España y Francia. A cambio, se le prometió Galicia y territorios en Sudamérica. Pero el punto más importante de este tratado, de sólo tres artículos de extensión, era la supeditación económica a Inglaterra, que quería aprovechar la Guerra de Sucesión para sustituir por oportos los vinos franceses y tener buen acceso al azúcar brasileño. A cambio, la Corte portuguesa se comprometía a admitir sin carga o prohibición los paños ingleses.

Como los textiles eran la industria de mayor inversión y tecnología de la época, mientras que el vino era un producto de baja inversión y mano de obra poco cualificada, enseguida se produjo un déficit comercial, que Lisboa sólo podía saldar con pagos en oro, procedente de Brasil. Pueden deducirse las consecuencias cuando las minas se agotaron y, en 1822, Brasil se separó de la Corona.

Más pobres que los españoles

Portugal nunca superó en riqueza a España, ni en términos absolutos ni en términos relativos. La convergencia de Portugal con España desciende desde un 90'59% del PIB por habitante en 1820 a un 55'17% en 1913. La guerra civil de 1936-39 y el bloqueo económico a España hacen que Portugal se acerque en 1950: un 86'32% de 1950; desde entonces se produce un acercamiento permanente, con un pico en 1996 del 91'75%.

Pese a las relaciones diplomáticas con España y el régimen franquista (Portugal ayudó militarmente al bando nacional, formó el Bloque Ibérico en la guerra mundial y mantuvo a su embajador en Madrid durante el bloqueo internacional), Salazar no quiso aumentar los intercambios económicos. Además, el primer ministro luso estaba convencido de que el proyecto del Mercado Común Europeo era perjudicial para su patria, por lo que, aunque era miembro fundador de la OTAN, rechazó el ingreso en el mismo. Prefirió pertenecer a la EFTA, promovida por el Reino Unido... y que éste abandonó en cuanto el Mercado Común le acogió en su seno.

El derrumbe del Estado Novo, mediante la Revolución de los Claveles (abril de 1974), el abandono de las colonias, las nacionalizaciones y el intervencionismo de la extrema izquierda en el poder hundieron la economía portuguesa, y no le dejaron otra salida al país que negociar con la Comunidad Económica Europea. España y Portugal ingresaron en la CEE el mismo día, el 1 de enero de 1986.

¿Esclavos de Bruselas?

Los sectores nacionalistas portugueses aseguraron a sus compatriotas que se iban a convertir en esclavos de Bruselas y, sobre todo, de los españoles. Un literato, Miguel Torga, escribió en su diario en 1993 lo siguiente:

Abolición de las fronteras. Libre circulación de personas y bienes. Ocupados sin resistencia ni dolores. Anestesiados previamente por los invasores y sus cómplices, somos ahora oficialmente europeos de primera, españoles de segunda y portugueses de tercera.

Años después, las empresas españolas irrumpieron en Portugal: eléctricas, bancos, aseguradoras, petroleras, constructoras, telefónicas... En 2001, El Corte Inglés abrió su primer centro fuera de España... en Lisboa. También hay empresas portuguesas en España, unas 400. Pero el balance es favorable a España, ya que nuestro PIB sextuplica al luso. En la actualidad, España es el primer importador de bienes y servicios portugueses, en torno al 25% de todo lo que venden nuestros vecinos. Hace unos años el economista Juan Velarde afirmó que Portugal era más importante para la economía española que Argentina.

Aunque España se encuentra en una crisis económica gravísima, al menos nosotros hemos crecido en los últimos años, mientras que Portugal se encuentra estancado desde mediados de los años 90. De manera sorprendente, muchos productos son más caros en Portugal que en España

Portugal, sin su imperio colonial, sin la protección del Reino Unido, sin bloqueos políticos ni aranceles, no tiene más salida para sobrevivir que una mayor vinculación a España. Los portugueses han comprendido lo que un número apreciable de españoles (catalanes, vascos, navarros, gallegos, canarios...) se niega a ver: la independencia sólo sirve para plantar berzas.

El viejo proyecto iberista de una unión entre España y Portugal, que en el siglo XIX promovieron sectores republicanos y masones, y que en el XX adoptaron los falangistas, se puede acabar realizando gracias a la Unión Europea.

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