Una frase que bajo su aparente significación e ingenio es una perfecta tontería, empezando porque el propio Fernán Gómez aprovechó bien aprovechada aquella "victoria sin paz", según recordarán quienes tengan memoria y quedó reflejado en su exitosa carrera bajo aquella dictadura que tanto le había hecho sufrir, según sugirió oportunamente.
En general, después de la victoria viene la paz, aunque a veces no es así. En Afganistán, por ejemplo, sigue sin haber paz después de la victoria sobre el régimen talibán, porque permanece allí una resistencia enconada. Pero ello no pasó en España: después de la victoria sobre un proceso revolucionario totalitario marxista vino la paz, que, casualmente, sigue todavía. Mejor dicho, hubo un intento de resistencia por parte del partido stalinista español, que entonces proclamaba con orgullo su devoción al "padrecito de los pueblos". Un intento, llamado maquis, de volver a la guerra civil según terminaba la guerra mundial, convencidos los comunistas de que esa vez sí, esa vez ganarían ellos, puesto que el régimen se enfrentaba a la hostilidad internacional, en el país había hambre y, se suponía, un gran resentimiento por la reciente represión franquista.
En Grecia, las guerrillas comunistas encendieron una guerra civil que sólo pudo ser vencida con la intervención de Inglaterra y Usa, de modo que aquí, con un régimen aislado, falto de armamento moderno y al parecer odiado por el pueblo, la victoria izquierdista debería haber sido relativamente fácil. Sin embargo no fue así. El franquismo afrontó la amenaza con resolución e inteligencia, y el pueblo demostró tener buena memoria de lo que había ocurrido en la guerra civil: apenas apoyó al maquis. A veces los cálculos mejor fundados fallan. En cuanto a los demás partidos del Frente Popular, ni siquiera intentaron aprovechar las buenas condiciones de la posguerra mundial. Se ve que no confiaban mucho en la reacción popular.
Hubo, pues, una doble victoria de Franco, la de la guerra civil y la obtenida sobre el intento de reanudarla –siempre en nombre de la democracia, como corresponde a la táctica stalinista–. Y de la paz resultante se beneficiaron, desde luego, Fernán Gómez y tanto otros que, como él, luego transformaron la memoria en imaginación, según lo que juzgaron su conveniencia personal o política. Pero un gran número de historiadores lisenkianos, con Preston a la cabeza, han inventado una historia según la cual "los vencidos" habrían sido sistemáticamente perseguidos, marginados y humillados año tras año, no dándose por tanto reconciliación nacional alguna.
Yo he vivido parte de aquellos años y no recuerdo nada remotamente parecido. Tras los primeros años de lógicos resentimientos, la gente común de ambos bandos trabajó junta, negoció junta, se casaron unos con otros y casi nadie quiso hacer del pasado un motivo de nuevas discordias. Tres cuartas partes o más de los que se exiliaron en un primer momento volvieron enseguida o en los años siguientes, y se integraron en la sociedad, a pesar de la dureza, común para todos, de los años 40. Entre los españoles corrientes, los odios de la república desaparecieron muy pronto, y la inmensa mayoría no se sintió vencida, sino más bien despegada y olvidada de los ideales del Frente Popular y decidida a integrarse en la nueva sociedad. Lo cual solo puede extrañar a quienes olviden que aquellas personas que había votado o combatido al lado de las izquierdas, habían comprobado cómo la revolución creaba en su zona la mayor hambre que España soportó en el siglo XX, mayor que la inducida por el semiboicot inglés o el aislamiento internacional posteriores. Habían sido testigos de un terror brutal y a menudo sádico, de los asesinatos y torturas entre las mismas izquierdas, de las destrucciones y robos del patrimonio nacional y del dinero de los particulares; habían oído hablar de los campos de concentración de Negrín, también denunciados por izquierdistas víctimas de ellos; habían presenciado dos guerras civiles entre los revolucionarios dentro de la guerra civil general; habían visto cómo los jefes huían de España llevándose inmensos tesoros expoliados y dejando abandonados a sus seguidores y sicarios chekistas más comprometidos... De ahí que, entre otras cosas, no apoyaran al maquis, y que la labor de los antifranquistas, particularmente el PCE y mucho más tarde la ETA, se desarrollara tan lenta y dificultosamente; hasta que, desde mediados de los años 60, un amplio sector de la Iglesia procedió a apoyar a comunistas, separatistas y terroristas, por un cálculo maquiavélico que no dio a aquella grandes beneficios.
Los historiadores lisenkianos confunden siempre a los izquierdistas de a pie, que a menudo lo fueron sólo porque les tocó en el bando del Frente Popular, con los dirigentes y militantes más fanatizados de los partidos; y a los asesinos con las víctimas inocentes, degradando a estas al nivel de aquellos, como hace la ley de memoria histórica, que muy bien podría llamarse de exaltación chekista. Esta doble e intencionada confusión es la base de las campañas en curso por resucitar aquellos viejos odios.
Pues la verdad es que la inmensa mayoría de la población se reconcilió desde muy pronto, y gracias a ello fue posible, en los años 70, una transición bastante poco traumática (casi todos sus traumas vinieron del terrorismo de izquierda) y por reforma, de la legitimidad franquista a la democrática. Esto último no lo han perdonado jamás los antifranquistas a deshora y quienes, por ignorancia o malicia, han optado por identificarse con aquel Frente Popular cuyo personal describió perfectamente el propio Azaña en sus diarios: agentes de "una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Parece estar describiendo a los políticos de ahora mismo, socialistas o del PP.
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En general, después de la victoria viene la paz, aunque a veces no es así. En Afganistán, por ejemplo, sigue sin haber paz después de la victoria sobre el régimen talibán, porque permanece allí una resistencia enconada. Pero ello no pasó en España: después de la victoria sobre un proceso revolucionario totalitario marxista vino la paz, que, casualmente, sigue todavía. Mejor dicho, hubo un intento de resistencia por parte del partido stalinista español, que entonces proclamaba con orgullo su devoción al "padrecito de los pueblos". Un intento, llamado maquis, de volver a la guerra civil según terminaba la guerra mundial, convencidos los comunistas de que esa vez sí, esa vez ganarían ellos, puesto que el régimen se enfrentaba a la hostilidad internacional, en el país había hambre y, se suponía, un gran resentimiento por la reciente represión franquista.
En Grecia, las guerrillas comunistas encendieron una guerra civil que sólo pudo ser vencida con la intervención de Inglaterra y Usa, de modo que aquí, con un régimen aislado, falto de armamento moderno y al parecer odiado por el pueblo, la victoria izquierdista debería haber sido relativamente fácil. Sin embargo no fue así. El franquismo afrontó la amenaza con resolución e inteligencia, y el pueblo demostró tener buena memoria de lo que había ocurrido en la guerra civil: apenas apoyó al maquis. A veces los cálculos mejor fundados fallan. En cuanto a los demás partidos del Frente Popular, ni siquiera intentaron aprovechar las buenas condiciones de la posguerra mundial. Se ve que no confiaban mucho en la reacción popular.
Hubo, pues, una doble victoria de Franco, la de la guerra civil y la obtenida sobre el intento de reanudarla –siempre en nombre de la democracia, como corresponde a la táctica stalinista–. Y de la paz resultante se beneficiaron, desde luego, Fernán Gómez y tanto otros que, como él, luego transformaron la memoria en imaginación, según lo que juzgaron su conveniencia personal o política. Pero un gran número de historiadores lisenkianos, con Preston a la cabeza, han inventado una historia según la cual "los vencidos" habrían sido sistemáticamente perseguidos, marginados y humillados año tras año, no dándose por tanto reconciliación nacional alguna.
Yo he vivido parte de aquellos años y no recuerdo nada remotamente parecido. Tras los primeros años de lógicos resentimientos, la gente común de ambos bandos trabajó junta, negoció junta, se casaron unos con otros y casi nadie quiso hacer del pasado un motivo de nuevas discordias. Tres cuartas partes o más de los que se exiliaron en un primer momento volvieron enseguida o en los años siguientes, y se integraron en la sociedad, a pesar de la dureza, común para todos, de los años 40. Entre los españoles corrientes, los odios de la república desaparecieron muy pronto, y la inmensa mayoría no se sintió vencida, sino más bien despegada y olvidada de los ideales del Frente Popular y decidida a integrarse en la nueva sociedad. Lo cual solo puede extrañar a quienes olviden que aquellas personas que había votado o combatido al lado de las izquierdas, habían comprobado cómo la revolución creaba en su zona la mayor hambre que España soportó en el siglo XX, mayor que la inducida por el semiboicot inglés o el aislamiento internacional posteriores. Habían sido testigos de un terror brutal y a menudo sádico, de los asesinatos y torturas entre las mismas izquierdas, de las destrucciones y robos del patrimonio nacional y del dinero de los particulares; habían oído hablar de los campos de concentración de Negrín, también denunciados por izquierdistas víctimas de ellos; habían presenciado dos guerras civiles entre los revolucionarios dentro de la guerra civil general; habían visto cómo los jefes huían de España llevándose inmensos tesoros expoliados y dejando abandonados a sus seguidores y sicarios chekistas más comprometidos... De ahí que, entre otras cosas, no apoyaran al maquis, y que la labor de los antifranquistas, particularmente el PCE y mucho más tarde la ETA, se desarrollara tan lenta y dificultosamente; hasta que, desde mediados de los años 60, un amplio sector de la Iglesia procedió a apoyar a comunistas, separatistas y terroristas, por un cálculo maquiavélico que no dio a aquella grandes beneficios.
Los historiadores lisenkianos confunden siempre a los izquierdistas de a pie, que a menudo lo fueron sólo porque les tocó en el bando del Frente Popular, con los dirigentes y militantes más fanatizados de los partidos; y a los asesinos con las víctimas inocentes, degradando a estas al nivel de aquellos, como hace la ley de memoria histórica, que muy bien podría llamarse de exaltación chekista. Esta doble e intencionada confusión es la base de las campañas en curso por resucitar aquellos viejos odios.
Pues la verdad es que la inmensa mayoría de la población se reconcilió desde muy pronto, y gracias a ello fue posible, en los años 70, una transición bastante poco traumática (casi todos sus traumas vinieron del terrorismo de izquierda) y por reforma, de la legitimidad franquista a la democrática. Esto último no lo han perdonado jamás los antifranquistas a deshora y quienes, por ignorancia o malicia, han optado por identificarse con aquel Frente Popular cuyo personal describió perfectamente el propio Azaña en sus diarios: agentes de "una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Parece estar describiendo a los políticos de ahora mismo, socialistas o del PP.
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