La identificación de Numancia como una magnífica gesta y motivo de orgullo para los españoles está asentada con fuerza desde hace muchos siglos, en rigor desde la misma época romana. El historiador galaico Paulo Orosio, defensor de la civilización latino-cristiana, expresa no obstante una suerte de patriotismo hispano en sus apreciaciones sobre Numancia:
¿Por qué, romanos, reivindicáis sin razón esos grandes títulos de justos, fieles, fuertes y misericordiosos? Aprended más bien esas virtudes de los numantinos. ¿Fueron ellos valientes? Vencieron en la lucha. ¿Fueron fieles? Leales a otros como a sí mismos, dejaron libres, porque así lo habían pactado, a los que habrían podido matar. ¿Demostraron ser justos? Pudo comprobarlo incluso el atónito Senado cuando los legados numantinos reclamaron, o una paz sin recortes, o a aquellos a quienes habían dejado ir vivos como prenda de paz. ¿Dieron alguna vez prueba de misericordia? Bastantes dieron dejando marchar al ejército enemigo con vida y no aceptando el castigo de Mancino.
Destruida Numancia, los romanos "ni siquiera se consideraron vencedores. Roma no vio razón para conceder el triunfo".
A ver si ahora aquellos tiempos son incluidos entre los felices, no ya por los hispanos, abatidos y agobiados por tantas guerras, pero ni aun por los romanos, afectados por tantas desgracias y tantas veces derrotados. Por no contar el número de pretores, legados, cónsules, legiones y ejércitos que fueron vencidos, recordaré solo esto: el loco temor de los romanos los debilitó a tal punto que no podían sujetar los pies ni fortalecer su ánimo ni siquiera ante un ensayo de combate; es más, en cuanto veían a un hispano, sobre todo si era enemigo, se daban a la fuga, sintiéndose vencidos antes de ser vistos.
Pero, dado que en Nueva historia de España considero que el fundamento cultural de nuestra nación fue aportado por Roma, algo que parece indiscutible, está claro que no podríamos considerar españoles, propiamente hablando, a los numantinos, ni a Viriato, ni a los cántabros ni a los demás pueblos que habitaban la península y ofrecieron resistencia a sus dominadores o bien pactaron con ellos. Aunque hay indicios de que entre ellos existía cierto sentimiento de afinidad (por ejemplo cuando, después de Sagunto, los embajadores romanos que buscaban aliados contra Cartago encontraron una respuesta hostil: "Id a buscar aliados donde no se conozca el desastre de Sagunto; para los pueblos de Hispania, las ruinas de Sagunto serán un ejemplo tan siniestro como señalado para que nadie confíe en la lealtad o la alianza de Roma"), sin duda ese sentimiento debía de ser muy débil, casi etéreo. Por lo que sabemos, sobre la piel de toro había culturas muy diversas, con lenguas distintas e incapaces de oponer un frente unido a los invasores, ni siquiera entre los numantinos y Viriato, dos rebeliones casi simultáneas. La historia pudo haber sido muy distinta si entre los pueblos peninsulares hubiera surgido uno que, al modo de Roma sobre la península itálica, hubiera destacado y sido capaz de imponer su hegemonía, pero nada de ello ocurrió. Eran más bien poblaciones en pugna unas con otras.
¿Cómo interpretar entonces, desde el punto de vista de la cultura española, episodios como los mencionados? ¿Debemos renunciar a identificarnos con los numantinos, los seguidores de Viriato o los cántabros y astures? Desde un punto de vista estrictamente cultural, desde luego. Pero aunque la historia es eminentemente cultural, y dentro de ella política, encontramos siempre un factor indefinible que podríamos llamar genético: físicamente, descendemos de aquellos pueblos, con aportación de inmigrantes posteriores pero que nunca llegaron al 10%, probablemente ni al 5% de la población. Además, bajo Roma y luego con la Reconquista se produjo una fusión de gentes de todas las partes de la península, a través de migraciones internas, comercio, recluta de tropas, etc., de modo que aquella división entre celtas, íberos, etc. desapareció hace muchos siglos. Desde este punto de vista sí podemos considerar como nuestras aquellas gestas, aunque fueran también historias de derrotas que abrieron paso a la España cultural, esto es, histórica. Una paradoja a medias.
Ello nos devolvería a la tesis de la "herencia temperamental" defendida por Sánchez Albornoz, que veía en esos y otros muchos sucesos parecidos a lo largo del tiempo la prueba de un temperamento por así decir étnico, característico y más o menos permanente. En eso me parece imposible estar de acuerdo. La conducta de los hispanos frente a Roma fue muy variada, y no pocas veces se sometieron por medio de pactos leoninos y sin apenas lucha. A lo largo de nuestra historia encontramos siempre actos valerosos y cobardías, pruebas de inteligencia y de estupidez, de elevación y de bajeza, de virtud y de criminalidad, como por lo demás sucede con todos los pueblos. Podríamos preguntarnos: ¿qué "herencia temperamental" predomina ahora mismo en España? Desde luego, no parece ser la de los justos, fuertes, fieles y misericordiosos numantinos.
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