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SIGLO XX

Los comienzos de la II Guerra Mundial y España

Aunque la contienda mundial comenzó en septiembre de 1939, en varios sentidos puede considerarse su inicio en el Pacto de Múnich, un año antes, entre Alemania por un lado y Francia e Inglaterra por otro, que permitió a Hitler hacerse con la región de los Sudetes y desmembrar Checoslovaquia.


	Aunque la contienda mundial comenzó en septiembre de 1939, en varios sentidos puede considerarse su inicio en el Pacto de Múnich, un año antes, entre Alemania por un lado y Francia e Inglaterra por otro, que permitió a Hitler hacerse con la región de los Sudetes y desmembrar Checoslovaquia.

Múnich fue presentado por Londres y París como la garantía de paz para una generación, aun si a costa de sacrificar a un país independiente. Francia, en particular, se condujo con auténtica brutalidad hacia los checos, con quienes tenía un tratado defensivo que conculcó sin remilgos. Pero Berlín lo consideró prueba de la fragilidad de las democracias, y Moscú lo entendió como un acuerdo básico entre las democracias y Hitler para orientar a este contra la URSS.

Por entonces, en plena Guerra Civil, Franco declaró por anticipado la neutralidad española en caso de conflicto armado entre Alemania y Francia e Inglaterra del otro, lo que molestó bastante en Roma y en Berlín. Quería evitar cualquier posibilidad de que el ejército francés, considerado por entonces el más poderoso del mundo y en cuya escuela se había educado el propio Franco, invadiese España en favor del bando rojo. Por la misma razón, Negrín y las izquierdas estaban ansiosos por el estallido de la guerra mundial, en la que cifraban todas sus esperanzas.

Pero Franco tenía otra razón. En declaraciones posteriores, que he recogido en Años de hierro, dijo que una nueva guerra europea sería "más terrible de lo que la imaginación alcanza". No era previsible que se impusiera fácilmente bando alguno, y el resultado sería una devastación en Europa de la que solo saldría beneficiada la URSS.

Los cálculos estratégicos de las distintas potencias podrían resumirse así: Francia e Inglaterra, las mayores beneficiarias de la expansión imperial anterior, querían ante todo mantener un statu quo del que obviamente eran beneficiarias. Alemania aspiraba a extenderse a costa de Rusia, pero quería asegurarse la neutralidad de las democracias, a fin de no tener que combatir en dos frentes. Y la URSS deseaba, ante todo, alejar la guerra de sus fronteras.

La posición soviética merece mayor explicación, por cuanto afectó a España. Según la doctrina leninista, era inevitable una nueva guerra entre las potencias imperialistas o capitalistas por el reparto del mundo. De ella podría salir la revolución en Europa Occidental, tal como de la anterior había nacido la Revolución Rusa.

Durante años, Stalin había intentado subvertir a todas las grandes potencias burguesas, incluida Alemania, al tiempo que ayudaba a esta a reforzar su poder militar, burlando el Tratado de Versalles. Pero al subir Hitler al poder, con su programa expansionista hacia el este, Moscú cambió su orientación principal, tratando de movilizar a las democracias y a los movimientos izquierdistas contra el fascismo, es decir, ante todo contra Alemania. De ahí su política de frentes populares, que alcanzó su máxima eficacia en España. Esa política se manifestó durante nuestra guerra civil en el doble intento, parcialmente contradictorio, de usar a España para provocar el choque de Francia e Inglaterra con Alemania, y de dominar al Frente Popular español, a fin de disponer de un aliado estratégicamente crucial a espaldas de Europa.

Esa política fracasó en Munich, y Stalin buscó el acuerdo con Hitler, concluido en agosto de 1939 por el Pacto Ribbentrop-Mólotof, cuyo fruto casi inmediato fue el reparto de Polonia entre ambas potencias. De momento, el pacto beneficiaba a Hitler, porque la invasión de Polonia constituía su segundo paso después de la de Checoslovaquia. Para Stalin, en cambio, era un pacto muy peligroso, pues eliminaba la barrera polaca entre la URSS y Alemania; pero tenía como fruto inmediato el ansiado estallido de la guerra imperialista lejos de sus fronteras, como así fue. Quizá Hitler especuló a su vez con la probabilidad de que Francia e Inglaterra no interviniesen y le permitiesen luego preparar con calma el ataque a la URSS, su gran designio. En todo caso, se equivocó: Londres y París le declararon la guerra, aunque, sorprendentemente, no la declararon a la URSS.

El asombroso pacto germano-soviético conmocionó a toda Europa. A Franco le desconcertó, máxime cuando la víctima había sido un país católico. Declaró haber hecho lo posible por evitar la desaparición de Polonia, aunque reconocía su impotencia. Puestas así las cosas, interpretó (proféticamente) que aquel pacto facilitaría "la irrupción de Rusia en Europa", por lo que llamó a evitar por todos los medios la extensión de una contienda que preveía asoladora y declaró la estricta neutralidad de España. Desde luego simpatizaba más, en principio, con Alemania, que le había ayudado en la guerra civil, que con Francia e Inglaterra, que le habían perjudicado de muchos modos, y una de ellas mantenía una colonia en territorio español. Además, creía que la democracia liberal abría el camino al comunismo, y la consideraba en decadencia.

Aunque el ejército alemán estaba ya considerado entre los mejores y lo demostró en Polonia, el francés seguía siendo valorado como el más fuerte, y hay pocas dudas de que este y el inglés habrían desbaratado fácilmente a la Wehrmacht en el momento en que esta concentraba sus fuerzas en el frente polaco. Pero, en una nueva y sorprendente paradoja, después de declarar la guerra, ni Londres ni París hicieron nada práctico por socorrer a Polonia. Es más, Francia había presionado antes a los polacos para que no provocasen a Hitler con un pleno despliegue militar, lo que contribuyó a la victoria nazi. Y aún poco después la guerra pudo dar un giro decisivo al atacar la URSS a Finlandia, pero de ello hablaré en otro artículo.

 

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