Esto, por sí solo, constituye un éxito histórico sin precedentes ni consecuentes, pues no se repitió. "Sí –admiten de mala gana los antifranquistas viscerales–, pero ¿y qué me dice de los años 40 y 50, de autarquía, hambre y miseria, en que apenas se logró volver a las cifras del republicano 1935? Aquellos fueron años realmente perdidos".
Esto de los "años perdidos" se ha instalado como un tópico irrefutable en un país de tópicos (como tantos otros, por lo demás). Aun si tuvieran razón, deberían reconocer la capacidad de corregirse del franquismo. Pero es que además hubo menos pérdida de la pretendida.
Ante todo, no debe compararse esa época con 1935 –el mejor año, económicamente hablando, de la república–, y menos si la comparación viene de la izquierda, que considera ese año como parte del "nefasto Bienio Negro". La comparación debe establecerse con la primera mitad de 1936, dominada por el Frente Popular y en la cual la economía se hundió, pura y simplemente. O con las exitosas medidas adoptadas por la izquierda durante la guerra, que destrozaron el aparato económico en su zona y llevaron el hambre a extremos que no se repetirían.
Precisamente uno de los problemas más difíciles de la posguerra, causa en buena medida de un repunte del hambre, fue el de rehacer y asimilar la desbaratada economía de la zona frentepopulista. Un problema no muy disímil del que debió afrontar la Alemania reunificada con relación a la Alemania Oriental, pero en circunstancias mucho más arduas, por no decir dramáticas.
Dejando esta breve consideración metodológica, veamos las cifras. Los años 1940 y, sobre todo, 1941 fueron los más duros de la posguerra, porque al problema arriba mencionado se sumó el de la guerra europea, cuya inmediata repercusión fue la restricción al comercio español impuesta por Inglaterra. Ello mantenía nuestra economía a medio gas y aumentaba la miseria. A pesar de lo cual la situación mejoró con bastante rapidez, y en pocos años el hambre, medida por el índice de muertos, había vuelto a las cifras de la república.
Este fue sin duda un logro importante, ante unas tremendas adversidades. Al terminar la guerra mundial, en 1945, otros muchos índices habían superado ya a los de 1935. Así, el número de escuelas superaba en más de diez mil el del máximo año de la república (19.500 para niños, 19.000 para niñas y 14.500 mixtas), y lo mismo la proporción entre alumnos y maestros; y para 1950 habían aumentado mucho más. Se duplicó el número de alumnos de enseñanza media con respecto a la república, mientras que el de universitarios había subido en casi un 40%. La mortalidad infantil, una de las más altas de Europa, descendió en un 41%, y la esperanza de vida al nacer pasó de los 50 años de la república a los 62 de esa "década de hambre y miseria".
También crecieron la producción y el consumo de energía eléctrica y cemento, y otros índices significativos. Y ello a pesar de ingentes dificultades, porque la neutralidad de España fue recompensada con una política de aislamiento que buscaba deliberadamente provocar la máxima pobreza para empujar al pueblo a sublevarse contra Franco. Sin contar el maquis, intento comunista de volver a la guerra civil, hoy tan ensalzado por tantos cretinos o malintencionados.
A menudo oímos: "En todo caso, el crecimiento de Italia, Francia, Alemania o Inglaterra fue muy superior después de la guerra mundial". Cierto, pero en 1947 esos países estaban en situación desastrosa, y para rehacerse y evitar el peligro revolucionario recibieron los cuantiosos créditos del Plan Marshall, negados a España, y no sufrieron nada parecido al aislamiento, sino todo lo contrario.
Pero vayamos a los datos más generales. Ni en los 40 ni mucho menos en los 50 permaneció España estancada económicamente, como a menudo se lee –y como sí lo estuvo en gran medida bajo la república–. Lo curioso son las grandes discrepancias en las cifras ofrecidas por los diversos economistas. Según Prados de la Escosura, la tasa anual de crecimiento durante los años 40 fue del 1,1%; P. Schwartz la eleva al 1,4, Carreras al 1,7, Alcalde Inchausti al 2 y Naredo al 3,8. Dados ciertos indicadores como los mencionados arriba, parecen probables las cifras más altas, y partiendo de ellas Fernández de la Mora (hijo) cree que ya en los años 40 se superó la renta media del mejor año republicano. Las discrepancias son más fuertes todavía en lo referente a los años 50: Prados estima un crecimiento anual del 4,4%; Schwartz da un 5,6, Alcaide un 7,16, el Consejo de Economía Nacional (CEN) un 7,24 y Fernández de la Mora un 4,6. A partir de 1954, no obstante, la unificación de criterios del CEN y los estudios detallados del Banco de Bilbao, casi coincidentes, reducen las diferencias de cálculo.
Hacia 1953 desapareció el racionamiento (como en Inglaterra, por ejemplo), y dejaron de cuantificarse los muertos por hambre porque dejó de haberlos, por primera vez en nuestra historia. En esa década el analfabetismo casi desapareció entre los jóvenes, y la esperanza de vida media se situó en los 69,9 años, al nivel de los países más avanzados de la época.
No hubo nada, por tanto, de "años perdidos" en lo económico (ni en la cultura ni en otros muchos aspectos). A menudo se los descalifica como "años de autarquía". Pero el balance de aquella autarquía no es, como vemos, tan malo. Se trataba de una mezcla de lo que Velarde Fuertes llama "economía castiza" –muy proteccionista, resumida en el arancel Cambó, abolido a principios de los 60– y de las imposiciones del aislamiento internacional. Era hacer de la necesidad virtud. Y sacarle el máximo partido, que, como vemos, no fue tan malo, dadas las circunstancias.
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