Una de las alas, completamente en llamas, cayó sobre tres viviendas alineadas. Todos sus moradores perecieron: 11 personas. Ninguna de las 259 que viajaban en el avión sobrevivió. El total de víctimas mortales fue, pues, de 270.
La investigación descubrió que en el avión había una maleta marca Samsonite de color marrón con un radio-cassette en su interior marca Toshiba que, a su vez, ocultaba un artefacto explosivo compuesto básicamente de Semtex. Esta es la marca comercial de un explosivo plástico militar similar al C4 que se fabricaba en lo que por entonces era la república socialista de Checoslovaquia. Sus ventajas primordiales son su alto poder explosivo, muy superior al de cualquier dinamita, y lo fácil y seguro de su manejo.
Las primeras investigaciones apuntaron a un pequeño grupo terrorista, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, Comando General (PFLP-GC), escisión del más grande Frente Popular para la Liberación de Palestina (PFLP), que a su vez se había escindido de la OLP. Dos meses antes, la policía de Alemania Occidental había desarticulado en una pequeña ciudad próxima a Frankfurt una célula de esta organización terrorista, a la que se había intervenido un artefacto explosivo disimulado en un radio-cassette Toshiba. Unas fuentes narran que el explosivo de este artefacto era TNT, mientras que otras afirman que era Semtex, el empleado contra el Boeing que estalló sobre Lockerbie. En cualquier caso, la pista parecía buena porque el vuelo de la Pan Am provenía precisamente de Frankfurt.
Enseguida se pensó que el grupo terrorista había llevado a cabo el atentado por encargo de algún país islámico con motivos suficientes para perpetrar una acción contra los Estados Unidos (189 ciudadanos norteamericanos viajaban en el aparato). Las primeras sospechas se dirigieron contra Irán debido a que seis meses antes, en una refriega entre cañoneras iraníes y el USS Vincennes, éste había abierto fuego por error contra un aparato de las líneas aéreas de Irán. Perecieron 290 peregrinos de ese país que se dirigían a La Meca. La CIA tenía contrastado que habían existido contactos entre el PFLP-GC y los servicios de inteligencia de Teherán.
Sin embargo, había un punto que no cuadraba. ¿Cómo podía una célula terrorista que había caído en una redada en octubre de 1988 cometer un atentado dos meses más tarde? Esto llegó a parecer posible porque uno de los detenidos en esa redada, Marwan Khreesat, que resultó ser un agente jordano infiltrado en la organización terrorista, era el experto que fabricó la bomba que la policía alemana descubrió, y declaró que, además de la descubierta por la policía, había fabricado cuatro bombas más que se habían ocultado en radio-cassettes Toshiba. La policía descubrió tres, además de la inicialmente incautada, pero nunca descubrió la quinta. Todo hizo sospechar que fue ésa la que estalló a bordo del 747 de la Pan Am.
Otro descubrimiento apoyaba esta tesis. Los terroristas tenían en su poder sofisticados detonadores barométricos preparados para hacer explotar artefactos al alcanzar una determinada altura, lo que hace suponer que las bombas que había fabricado la célula de Frankfurt tenían como destino aviones comerciales. Ahora, por mucho que los indicios apuntaran hacia la célula de Frankfurt, seguía sin resolverse cómo ésta, disuelta en octubre, había podido cometer un atentado en diciembre.
En 1991, la investigación dio un giro inesperado. Una pareja había ido de excursión al bosque de Kielder, cercano a Lockerbie. Cuando se tumbaron uno junto al otro, descubrieron por casualidad un pequeño trozo que debía de haber sido parte de un panel con un circuito electrónico. Su tamaño no era mayor al de una uña. Los chicos entregaron su hallazgo a la policía escocesa y ésta lo envió al FBI. La agencia norteamericana descubrió que el trozo le era familiar. Resulta que a un agente libio desenmascarado en un país del África occidental se le había encontrado un temporizador con un circuito idéntico al del trozo descubierto en el bosque cercano a Lockerbie. Seguida esta pista, se supo que el temporizador en cuestión era un sofisticado modelo, el MST-13, fabricado por una compañía suiza, la MEBO. Lo más llamativo fue que todos los ejemplares que se habían fabricado de ese modelo se habían entregado al Gobierno libio. Un directivo de la compañía se desdijo posteriormente y afirmó que algunos prototipos de ese modelo habían sido vendidos a la Stasi, lo que abría la posibilidad a que el artefacto hubiera sido colocado por cualquier organización terrorista, dados los múltiples contactos que con casi todas ellas mantenía la policía secreta de Alemania Oriental.
Fuera porque interesaba políticamente (después de la Primera Guerra del Golfo, interesaba llevarse bien con Irán y con Siria), fuera porque realmente creyeran en ella, los investigadores británicos y norteamericanos siguieron la pista libia. La policía alemana, en cambio, nunca lo hizo.
Entre los restos del avión de Lockerbie se hallaron unos trozos de tela que los investigadores afirmaron iban en la misma maleta que explotó. La ropa había sido comprada en Mary’s House, una tienda de Sliema, Malta. El tendero identificó a Ali al Megrahi como el comprador. Megrahi era un agente de la inteligencia libia que había trabajado como jefe de seguridad de las líneas aéreas de su país y que había viajado con frecuencia a Malta. Durante un tiempo tuvo alquilada en Zurich una oficina para una compañía fantasma creada por los servicios secretos de Trípoli. La oficina pertenecía a MEBO, el fabricante del temporizador que había hecho estallar la bomba en el Pan Am 103. La agencia de inmigración maltesa conserva registrada la entrada de Megrahi el 7 de diciembre, fecha en que fue adquirida la ropa. Megrahi salió de Malta el día 9, pero volvió a la isla, empleando una identidad falsa, el 20 y salió de allí el 21. Ese mismo día, la maleta con la bomba salió en el vuelo Air Malta KM 180 con destino Frankfurt, sin que estuviera asociada a ningún pasajero. De ahí fue transferida al Pan Am 103.
Los investigadores británicos y norteamericanos llegaron a la convicción de que el atentado había sido cometido por este agente y otro que también había trabajado para las líneas aéreas libias, Lamin Khalifah Fhimah, que se supone ayudó a Megrahi a superar los débiles controles de seguridad malteses.
Trípoli negó siempre la implicación de estos dos agentes suyos; sin embargo, finalmente llegó a un acuerdo con las autoridades norteamericanas y británicas, por el cual indemnizaría a las familias de las víctimas y los dos acusados serían juzgados en el territorio de un país neutral con leyes y jueces escoceses. Dado que las pruebas de cargo contra Megrahi y Fhimah eran esencialmente circunstanciales, los libios tenían la esperanza de que fueran declarados inocentes. No fue así. En 2001, el tribunal consideró que las pruebas contra Fhimah eran insuficientes y le absolvieron, pero Megrahi fue condenado a cadena perpetua y encarcelado en Escocia de por vida.
La investigación descubrió que en el avión había una maleta marca Samsonite de color marrón con un radio-cassette en su interior marca Toshiba que, a su vez, ocultaba un artefacto explosivo compuesto básicamente de Semtex. Esta es la marca comercial de un explosivo plástico militar similar al C4 que se fabricaba en lo que por entonces era la república socialista de Checoslovaquia. Sus ventajas primordiales son su alto poder explosivo, muy superior al de cualquier dinamita, y lo fácil y seguro de su manejo.
Las primeras investigaciones apuntaron a un pequeño grupo terrorista, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, Comando General (PFLP-GC), escisión del más grande Frente Popular para la Liberación de Palestina (PFLP), que a su vez se había escindido de la OLP. Dos meses antes, la policía de Alemania Occidental había desarticulado en una pequeña ciudad próxima a Frankfurt una célula de esta organización terrorista, a la que se había intervenido un artefacto explosivo disimulado en un radio-cassette Toshiba. Unas fuentes narran que el explosivo de este artefacto era TNT, mientras que otras afirman que era Semtex, el empleado contra el Boeing que estalló sobre Lockerbie. En cualquier caso, la pista parecía buena porque el vuelo de la Pan Am provenía precisamente de Frankfurt.
Enseguida se pensó que el grupo terrorista había llevado a cabo el atentado por encargo de algún país islámico con motivos suficientes para perpetrar una acción contra los Estados Unidos (189 ciudadanos norteamericanos viajaban en el aparato). Las primeras sospechas se dirigieron contra Irán debido a que seis meses antes, en una refriega entre cañoneras iraníes y el USS Vincennes, éste había abierto fuego por error contra un aparato de las líneas aéreas de Irán. Perecieron 290 peregrinos de ese país que se dirigían a La Meca. La CIA tenía contrastado que habían existido contactos entre el PFLP-GC y los servicios de inteligencia de Teherán.
Sin embargo, había un punto que no cuadraba. ¿Cómo podía una célula terrorista que había caído en una redada en octubre de 1988 cometer un atentado dos meses más tarde? Esto llegó a parecer posible porque uno de los detenidos en esa redada, Marwan Khreesat, que resultó ser un agente jordano infiltrado en la organización terrorista, era el experto que fabricó la bomba que la policía alemana descubrió, y declaró que, además de la descubierta por la policía, había fabricado cuatro bombas más que se habían ocultado en radio-cassettes Toshiba. La policía descubrió tres, además de la inicialmente incautada, pero nunca descubrió la quinta. Todo hizo sospechar que fue ésa la que estalló a bordo del 747 de la Pan Am.
Otro descubrimiento apoyaba esta tesis. Los terroristas tenían en su poder sofisticados detonadores barométricos preparados para hacer explotar artefactos al alcanzar una determinada altura, lo que hace suponer que las bombas que había fabricado la célula de Frankfurt tenían como destino aviones comerciales. Ahora, por mucho que los indicios apuntaran hacia la célula de Frankfurt, seguía sin resolverse cómo ésta, disuelta en octubre, había podido cometer un atentado en diciembre.
En 1991, la investigación dio un giro inesperado. Una pareja había ido de excursión al bosque de Kielder, cercano a Lockerbie. Cuando se tumbaron uno junto al otro, descubrieron por casualidad un pequeño trozo que debía de haber sido parte de un panel con un circuito electrónico. Su tamaño no era mayor al de una uña. Los chicos entregaron su hallazgo a la policía escocesa y ésta lo envió al FBI. La agencia norteamericana descubrió que el trozo le era familiar. Resulta que a un agente libio desenmascarado en un país del África occidental se le había encontrado un temporizador con un circuito idéntico al del trozo descubierto en el bosque cercano a Lockerbie. Seguida esta pista, se supo que el temporizador en cuestión era un sofisticado modelo, el MST-13, fabricado por una compañía suiza, la MEBO. Lo más llamativo fue que todos los ejemplares que se habían fabricado de ese modelo se habían entregado al Gobierno libio. Un directivo de la compañía se desdijo posteriormente y afirmó que algunos prototipos de ese modelo habían sido vendidos a la Stasi, lo que abría la posibilidad a que el artefacto hubiera sido colocado por cualquier organización terrorista, dados los múltiples contactos que con casi todas ellas mantenía la policía secreta de Alemania Oriental.
Fuera porque interesaba políticamente (después de la Primera Guerra del Golfo, interesaba llevarse bien con Irán y con Siria), fuera porque realmente creyeran en ella, los investigadores británicos y norteamericanos siguieron la pista libia. La policía alemana, en cambio, nunca lo hizo.
Entre los restos del avión de Lockerbie se hallaron unos trozos de tela que los investigadores afirmaron iban en la misma maleta que explotó. La ropa había sido comprada en Mary’s House, una tienda de Sliema, Malta. El tendero identificó a Ali al Megrahi como el comprador. Megrahi era un agente de la inteligencia libia que había trabajado como jefe de seguridad de las líneas aéreas de su país y que había viajado con frecuencia a Malta. Durante un tiempo tuvo alquilada en Zurich una oficina para una compañía fantasma creada por los servicios secretos de Trípoli. La oficina pertenecía a MEBO, el fabricante del temporizador que había hecho estallar la bomba en el Pan Am 103. La agencia de inmigración maltesa conserva registrada la entrada de Megrahi el 7 de diciembre, fecha en que fue adquirida la ropa. Megrahi salió de Malta el día 9, pero volvió a la isla, empleando una identidad falsa, el 20 y salió de allí el 21. Ese mismo día, la maleta con la bomba salió en el vuelo Air Malta KM 180 con destino Frankfurt, sin que estuviera asociada a ningún pasajero. De ahí fue transferida al Pan Am 103.
Los investigadores británicos y norteamericanos llegaron a la convicción de que el atentado había sido cometido por este agente y otro que también había trabajado para las líneas aéreas libias, Lamin Khalifah Fhimah, que se supone ayudó a Megrahi a superar los débiles controles de seguridad malteses.
Trípoli negó siempre la implicación de estos dos agentes suyos; sin embargo, finalmente llegó a un acuerdo con las autoridades norteamericanas y británicas, por el cual indemnizaría a las familias de las víctimas y los dos acusados serían juzgados en el territorio de un país neutral con leyes y jueces escoceses. Dado que las pruebas de cargo contra Megrahi y Fhimah eran esencialmente circunstanciales, los libios tenían la esperanza de que fueran declarados inocentes. No fue así. En 2001, el tribunal consideró que las pruebas contra Fhimah eran insuficientes y le absolvieron, pero Megrahi fue condenado a cadena perpetua y encarcelado en Escocia de por vida.
***
Este Ali al Megrahi es el que las autoridades escocesas han liberado en consideración a su carácter de enfermo terminal de cáncer y que ha sido recibido en Libia como un héroe. Tanto él como Gadafi y el resto de autoridades libias han defendido siempre su inocencia. Sin embargo, y a pesar de lo circunstancial de las pruebas contra él, la acusación parece suficientemente fundamentada.
Ante todo, hay que decir que si Irán tenía un motivo para desear cometer un atentado como el de Lockerbie, a Libia tampoco le faltaban. Si Irán perdió 290 súbditos en un desgraciado error de un barco de guerra norteamericano, los libios habían sufrido 100 bajas mortales en un ataque de la aviación norteamericana contra Trípoli y Bengasi en 1986. Entre los fallecidos se hallaba una hija adoptiva de Gadafi. Que tal ataque fuera una represalia por un atentado perpetrado contra una discoteca berlinesa abarrotada de militares norteamericanos ese mismo año no empece para que los deseos de venganza del estrafalario coronel fueran tan apremiantes como los de los iraníes.
Por otra parte, lo más probable es que la que explotó en el Pan Am 103 fuera la quinta bomba fabricada por el agente jordano durante su infiltración en la célula del PFLP-GC. De la inicial investigación, lo único que hay que cambiar para que las cosas cuadren es que quienes encargaron el atentado no fueron los iraníes, sino los libios. Desarticulada la célula, quien fuera, Megrahi u otro agente, se hizo con la bomba y el plan se llevó adelante ya sin la colaboración de los terroristas, por así decir, profesionales contratados al efecto. De hecho, es extraño que una acción de esa naturaleza fuera encargada a un agente de inteligencia, por el riesgo de que fuera descubierto y su Gobierno se viera implicado. Sin embargo, la desarticulación de la célula obligó a hacerlo.
Megrahi era el hombre apropiado porque era un gran conocedor de las medidas de seguridad entonces vigentes en la aviación comercial. Probablemente cambió la estructura del artefacto sustrayendo el detonador barométrico, que podría haber hecho estallar el avión de las líneas aéreas maltesas en su vuelo con destino a Frankfurt, y lo sustituyó por otro conectado a un temporizador suministrado por su Gobierno, para asegurarse de que la bomba estallaba cuando estuviera en la bodega del avión norteamericano. Es muy probable que la hora fijada fuera calculada para que el estallido se produjera cuando el avión sobrevolara el Atlántico, con lo que hubiera sido imposible descubrir ningún resto del temporizador libio. El caso es que el avión salió con retraso de Londres, y eso hizo que el estallido se produjera cuando todavía sobrevolaba tierra, permitiendo a la policía hacerse con una serie de evidencias que incriminaron finalmente a Megrahi, en esencia la ropa comprada en Malta y sobre todo el temporizador.
Sean como sean las cosas, de lo que no cabe duda es de que un agente de la inteligencia libia no emprende tal acción sin el conocimiento y la aprobación de Gadafi.
Y esto es lo que hace increíble la liberación de Megrahi. Si las autoridades británicas están convencidas de la culpabilidad de este agente, deben de estarlo igualmente de la responsabilidad de Gadafi. La liberación del primero es mucho más que un insulto a las víctimas. Constituye la prueba de que un dictador terrorista siempre podrá llegar a hacerse perdonar las muertes que cause a Occidente si posee algo con lo que negociar su exculpación; en este caso, el petróleo y el gas libios.
Lo que han puesto en práctica Gordon Brown, David Miliband y Jack Straw, por no hablar del príncipe Andrés, vagamente implicado en una sórdida red de intereses económicos que apuestan por uno de los hijos de Gadafi como el más probable sucesor del coronel, es una realpolitik de la peor especie. De la peor especie no sólo porque sea de izquierdas, que también, sino porque atiende a intereses particulares y no a los nacionales, que son los que pueden justificar una cierta dosis de realismo. Pero liberar al brazo ejecutor de un dictador responsable de uno de los más execrables ataques terroristas de la Historia a cambio de unos barriles de petróleo es política de rufianes.
A los periódicos europeos de izquierda se les llena la boca poniendo como chupa de dómine a Bush; pero si es un laborista el que hace estas cosas, a lo más que llegan es a sugerir que sus motivos tendrá. Y los medios españoles, de izquierda y de derechas, papando moscas.
© GEES
Ante todo, hay que decir que si Irán tenía un motivo para desear cometer un atentado como el de Lockerbie, a Libia tampoco le faltaban. Si Irán perdió 290 súbditos en un desgraciado error de un barco de guerra norteamericano, los libios habían sufrido 100 bajas mortales en un ataque de la aviación norteamericana contra Trípoli y Bengasi en 1986. Entre los fallecidos se hallaba una hija adoptiva de Gadafi. Que tal ataque fuera una represalia por un atentado perpetrado contra una discoteca berlinesa abarrotada de militares norteamericanos ese mismo año no empece para que los deseos de venganza del estrafalario coronel fueran tan apremiantes como los de los iraníes.
Por otra parte, lo más probable es que la que explotó en el Pan Am 103 fuera la quinta bomba fabricada por el agente jordano durante su infiltración en la célula del PFLP-GC. De la inicial investigación, lo único que hay que cambiar para que las cosas cuadren es que quienes encargaron el atentado no fueron los iraníes, sino los libios. Desarticulada la célula, quien fuera, Megrahi u otro agente, se hizo con la bomba y el plan se llevó adelante ya sin la colaboración de los terroristas, por así decir, profesionales contratados al efecto. De hecho, es extraño que una acción de esa naturaleza fuera encargada a un agente de inteligencia, por el riesgo de que fuera descubierto y su Gobierno se viera implicado. Sin embargo, la desarticulación de la célula obligó a hacerlo.
Megrahi era el hombre apropiado porque era un gran conocedor de las medidas de seguridad entonces vigentes en la aviación comercial. Probablemente cambió la estructura del artefacto sustrayendo el detonador barométrico, que podría haber hecho estallar el avión de las líneas aéreas maltesas en su vuelo con destino a Frankfurt, y lo sustituyó por otro conectado a un temporizador suministrado por su Gobierno, para asegurarse de que la bomba estallaba cuando estuviera en la bodega del avión norteamericano. Es muy probable que la hora fijada fuera calculada para que el estallido se produjera cuando el avión sobrevolara el Atlántico, con lo que hubiera sido imposible descubrir ningún resto del temporizador libio. El caso es que el avión salió con retraso de Londres, y eso hizo que el estallido se produjera cuando todavía sobrevolaba tierra, permitiendo a la policía hacerse con una serie de evidencias que incriminaron finalmente a Megrahi, en esencia la ropa comprada en Malta y sobre todo el temporizador.
Sean como sean las cosas, de lo que no cabe duda es de que un agente de la inteligencia libia no emprende tal acción sin el conocimiento y la aprobación de Gadafi.
Y esto es lo que hace increíble la liberación de Megrahi. Si las autoridades británicas están convencidas de la culpabilidad de este agente, deben de estarlo igualmente de la responsabilidad de Gadafi. La liberación del primero es mucho más que un insulto a las víctimas. Constituye la prueba de que un dictador terrorista siempre podrá llegar a hacerse perdonar las muertes que cause a Occidente si posee algo con lo que negociar su exculpación; en este caso, el petróleo y el gas libios.
Lo que han puesto en práctica Gordon Brown, David Miliband y Jack Straw, por no hablar del príncipe Andrés, vagamente implicado en una sórdida red de intereses económicos que apuestan por uno de los hijos de Gadafi como el más probable sucesor del coronel, es una realpolitik de la peor especie. De la peor especie no sólo porque sea de izquierdas, que también, sino porque atiende a intereses particulares y no a los nacionales, que son los que pueden justificar una cierta dosis de realismo. Pero liberar al brazo ejecutor de un dictador responsable de uno de los más execrables ataques terroristas de la Historia a cambio de unos barriles de petróleo es política de rufianes.
A los periódicos europeos de izquierda se les llena la boca poniendo como chupa de dómine a Bush; pero si es un laborista el que hace estas cosas, a lo más que llegan es a sugerir que sus motivos tendrá. Y los medios españoles, de izquierda y de derechas, papando moscas.
© GEES