Así se desarrolló el proceso alentado y alimentado por Gran Bretaña, que ya se estaba dando cuenta –a finales del XVIII– de que tener colonias era muy caro y trabajoso, y de que, para sus fines industriales, le bastaba con tener países periféricos amigos que produjeran materias primas.
Thomas Maitland preparó para el Gobierno británico un plan de acción para la mitad sur del continente. Estimaba este general escocés que la independencia debía iniciarse en Buenos Aires, garantizando en términos militares la libertad del Río de la Plata; había que continuar en Chile, con fuerzas combinadas de tierra y mar, y, por fin, extenderse al Perú. Así se hizo, puntualmente. Lo hizo San Martín entre 1812 y 1824, fecha de su exilio definitivo en Francia.
Por otro lado, los ingleses depositaron su confianza, por lo que tocaba al norte, en Francisco de Miranda. No voy a detallar aquí las razones por las cuales Miranda no fue el principal dirigente de esa parte de la guerra, es decir, no voy a especular sobre lo que movió a Bolívar a traicionar a Miranda, entregándolo a los españoles y dejándole morir en prisión en Cádiz.
Cuando Bolívar consideró asegurados los territorios por los que había luchado, San Martín era ya Protector del Perú, una especie de presidencia vitalicia concedida a quien podía garantizar militarmente la independencia. Era el momento de reunirse.
La cita de los dos próceres pasó la historia como Entrevista de Guayaquil, y como nada se detalló por escrito y ambos participantes fueron renuentes a hablar del tema posteriormente se suele hablar de ella como de un misterio de la historia; porque, al separase, San Martín se retiró definitivamente.
En realidad, no hay ningún misterio. Bolívar y San Martín eran masones o creían serlo. Lo cierto es que los dos pertenecían a una logia, la Lautaro, de la Gran Reunión Americana, fundada por Miranda con el apoyo británico para agrupar discretamente a los hombres que iban a ser decisivos en la lucha por la independencia de España. De pertenecer a la logia Lautaro a ser masón en sentido estricto hay un gran trecho, pero éste no es el lugar para entrar en ese debate,
Tras la entrevista de Guayaquil, San Martín se retiró a Francia, considerando que su labor estaba hecha. Bolívar se quedó con el resto, porque mandaba más en la logia Lautaro y San Martín era un militar español, acostumbrado a las jerarquías y a las órdenes inapelables. Bolívar no se parecía demasiado a él en ese sentido: era un revolucionario moderno, no un hombre habituado a la obediencia. De haber sido la situación inversa, es más que probable que Bolívar, airado, saliera de la reunión dispuesto a continuar, lo quisiera o no San Martín.
Hay mucho que decir sobre San Martín. Tanto o más que sobre Bolívar, pero los prohombres de la Argentina se encargaron de crear una institución, el Instituto Nacional Sanmartiniano, destinada a preservar la memoria del padre de la patria, es decir, a impedir la investigación independiente sobre el personaje. Últimamente, algunos historiadores decidieron ignorar esa instancia bárbara y ponerse a trabajar como si no existiera. Por eso sabemos cosas que ninguno de los fundadores del Instituto querría que se supieran. Por ejemplo, que el general era hijo natural de Alvear con una indígena, y que el viejo San Martín, padre putativo, lo fue por encargo del propio Alvear, que quiso garantizar la subsistencia y la educación a su vástago ilegítimo.
El rigor y la necesidad de aceptación hicieron a San Martín, uno de los hombres más decentes de la historia de la América española. La autonomía y un narcisismo mal disimulado hicieron a Bolívar, señalado por su éxito militar y su fracaso político, y también por la imperdonable traición a Miranda.