La cronología es una de las bellas artes que el hombre ha de saber valorar para no transcurrir por esta vida tan endeble e insegura como un descerebrado.
Para los españoles exiliados en Francia, el 18 de junio de 1940 era ante todo la ceremonia en honor a los resistentes y rehenes fusilados en el Mont Valerien. Para los comunistas franceses, era el homenaje particular al grupo Manouchian, del que formaba parte un español de 27 años llamado Celestino Alfonso. Para todos, era el acta fundacional de la France Libre y de la France Combattante, de la Resistencia Interior.
Para las Instituciones Republicanas, era el general De Gaulle.
Año tras año, siempre el mismo ritual. Siempre la misma emoción.
Recuerdo cuando, en los años sesenta, me quedaba mirando la pequeña pantalla del televisor en el comedor de mi casa, situada en una barriada del cinturón rojo de París. Miraba al general De Gaulle rodeado por aquellos hombres con condecoraciones y banderas, FTP, FFL. Y las siglas de las numerosas Asociaciones de la Liberación. El general destacaba por su enorme altura, por ese aire suyo de caballero medieval que, en vez de enfundarse mallas aceradas, lucía uniforme militar con botas hasta la rodilla. Parecía que iba a salirse de la tele. Me resultaba ya entonces una imagen arcaica, casi irreal, y aquella figura nada me decía, pero por una extraña armonía De Gaulle reunía a todos los que se organizaron en torno a él. En torno a L'Appel du 18 Juin.
Entonces en el comedor tronaba el Chant des Partisans, mientras una voz leía el llamamiento de la BBC.
Yo conocía por entonces a hombres y mujeres con vida propia que habían trabajado en las redes clandestinas con aquellos partisanos que formaron lo que Kessel llamó El ejército de las sombras. Conocí incluso a familiares muy cercanos a los de la foto del Cartel rojo. A los judíos de aquella foto. Aquello, desde luego, me hacía parecer muy insignificante y muy privilegiada a la vez.
Finalmente, la imagen congelada de Jean Moulin con su sombrero de dandy y su media sonrisa, que hacía aún más irreal su martirio, me golpeaba de emoción. Y después oía La Marsellesa. Y después la bandera tricolor, la del 89, que sentía mía, yo que en la escuela pública francesa era siempre una más entre las apátridas, una más entre las "petites refugiées espagnoles", como nos llamaban las maestras.
En aquella escuela pública precisamente, aquella fecha era recordaba en las clases de historia. Porque la memoria de los otros se aprende en la escuela.
¿Qué se conmemora cada 18 de junio en Francia? La guerra. Con perdón. Pero sí, la guerra.
Cómo decirlo de otra manera. La continuación de esa guerra que el 17 de junio del 40 el general Pétain daba por acabada en su mensaje a la nación. El presidente Reynaud dimitía y Pétain anunciaba el armisticio: "Con el corazón encogido, os digo hoy que hay que cesar el combate" (H. Amouroux, L'Appel du 18 juin, p. 131). Veinticuatro horas más tarde, el general De Gaulle lanzaba desde los micrófonos de la BBC un llamamiento a todos los franceses para seguir la lucha con los Aliados y agruparse en torno a él, para borrar la huella de "la abyecta cobardía moral".
¿Por qué la celebración del 18 de Junio no tiene precedente en el calendario ceremonial? Maurice Schumann, que fue la voz del programa Honor y Patria de la BBC desde julio de 1940 hasta mayo del 44, lo explicó muy bien en 1990: el Llamamiento del 18 de Junio es peculiar porque no celebra una fecha gozosa, como la del 14 de Julio, o una victoria, como la del 11 de noviembre de 1919 o la del 8 de mayo de 1945. Francia conmemora algo más insólito: "Una promesa".
La nación honra "la promesa verbal de la Acción" (M. Schumann, en homenaje a De Gaulle en el centenario de su nacimiento). Festeja un llamamiento a la guerra, no a la paz de la derrota.
Se conmemora una voluntad de resistencia frente a la desbandada generalizada de los oficiales franceses. Por las carreteras abarrotadas huye la población ya entregada a los alemanes. Lo cierto es que los alemanes cruzaban con sus blindados los últimos pueblos de Bretaña, camino de la costa atlántica, y lo hacían ondeando banderas blancas y distribuyendo a la población hojas tricolores en las que se decía: "El Mariscal de Francia, vencedor de Verdun, solicita el armisticio". El avance era imparable. El "reducto bretón" pensado por Raynaud, Weygand y Pétain no resistió a los bombardeos del 17 de junio. Rommel calificará irónicamente aquellos días 17 y 18 de junio como un "Tour de France éclair". Henry Amouroux, en su libro ya clásico, cuenta a modo de anécdota simpática la evacuación de las carmelitas de Troyes, aupadas por los fornidos bomberos bretones. Una imagen insólita.
Es un extraño cortejo el de los que huyen.
La realidad, sin anécdotas, es que si se hubiera hecho un referéndum en el verano del 40, hubiera ganado Pétain.
El 18 de Junio es el nacimiento de la hagiografía de un militar. De un militar culto que es a la par un experto teórico de la modernización del ejército. De Gaulle tiene 49 años cuando irrumpe en la BBC. Es una fecha que marca el inicio de la política de De Gaulle, con un modus operandi siempre efectista. Utiliza el coup d'effet verbal y gestual. Es la escenificación del NO a lo inaceptable para un militar de carrera: la derrota militar. J.F. Revel estudió en su momento ese juego de apariciones y desapariciones propio del salvador. Entre luz y oscuridad, edifica él mismo la posteridad.
Con el mito político y literario del 18 de Junio a sus espaldas, De Gaulle se complace en el gusto por las resurrecciones. "De Gaulle sólo interviene para resucitar".
Y él "se topa siempre con la Historia", que le conmina a actuar con un sentido patriótico bañado en Maurras, Peguy o Bernanos. Él es hombre de adhesiones. No es un demócrata. Él mismo, antes del 18 de Junio, no creía en el modelo republicano. Era, lean el Llamamiento,
Creedme.
El Times escribió el 7 de junio, cuando el nombre del general empezaba a sonar entre los Aliados: "Es un hombre de acción, así como un hombre de sueño y abstracción".
Y, siendo efectivamente así, el Llamamiento del 18 de Junio es un acto de egolatría y arrojo. Es lo imprevisible que surge en el damero bien ordenado de los envites ideológicos.
Pero De Gaulle no se mueve por ideología. Nunca lo hará. Por eso Churchill se burla a menudo de él, por eso Roosevelt le considera un iluminado. El Llamamiento es un acto reflexivo de un militar que sabe que la única opción para lavar la vergüenza de Francia es la de intentar reagruparse en torno a los Aliados. Y él mismo se avala ante la Historia.
Son el texto y el acto más hagiográficos de la historia del siglo XX.
Aconsejo que se vuelva a retomar este pequeño discurso, de apenas 30 líneas, que se nos presenta hoy como modelo de oratoria clásica. Corto y claro, desarrolla un orden expositivo muy ajustado a una operatividad inmediata: ser escuchado y comprendido, aunque sea sólo a trozos.
El discurso del 18 de Junio está dentro de la lógica del personaje.
Es el resultado de una corazonada. Es el inicio de lo que Corinne Maier llama "la magia del verbo".
Fulminados hoy por la fuerza mecánica, podemos vencer en el futuro por una nueva mecánica superior: va en ello el destino del mundo.
Al militar De Gaulle, conocido apóstol del empleo masivo de carros de combate, no le sorprende la derrota militar:
Son los carros, los aviones y la táctica de los alemanes lo que ha sorprendido a nuestros líderes, hasta el punto de llevarles adonde ahora se encuentran.
Apela a la población civil, a los ingenieros y militares dispersados, a combatir con las mismas armas con las que han sido vencidos. A trabajar en la industrialización del armamento. No sólo apela al destino de Francia, sino al del mundo entero. Toda la humanidad parece estar en ese insignificante llamamiento:
Podemos vencer en el futuro por una fuerza mecánica superior: va en ello el destino del mundo.
El 18 de Junio combina, sí, sueño y abstracción. Ambos elementos los desarrolla De Gaulle ante un mapa y frente al micrófono de la BBC, prestado por Churchill.
Yo, el general De Gaulle, actualmente en Londres, invito a los oficiales y soldados franceses que se encuentren o pasen a encontrarse en territorio británico, con sus armas o sin ellas, invito a los ingenieros y a los obreros especialistas de las industrias de armamento que se encuentren o pasen a encontrarse en territorio británico, a ponerse en contacto conmigo.
De Gaulle sólo se piensa en salvador. Tiene esa manía.
Yo, el general De Gaulle, invito a ponerse en contacto conmigo...
No es un político de raza, como Churchill o Roosevelt, pero sabe jugar a las cartas. El general Noguès le asegura que las tropas francesas en el Norte de África no secundarán el armisticio.
Francia no está sola. Tiene un vasto imperio tras ella. (...) Puede, como Inglaterra, utilizar ilimitadamente la inmensa industria de Estados Unidos.
¿Quién inventó a quién? El mito o el hombre del 18 de Junio.
De Gaulle recuerda en sus memorias aquel día:
A las 18 horas leí el texto que ya se conoce. A medida en que volaban las palabras irrevocables, sentía dentro de mí que se acababa una vida, la que yo había llevado en el marco de una Francia sólida y de un ejército indivisible.
Queda hoy la escenografía política de un hombre solo. Como militar y como escritor, De Gaulle confía en la posteridad y en sus ídolos. Trabajó con la sombra de Juana de Arco, con la muerte de Péguy, con las ruinas de Chateaubriand, y viajó con las memorias de Napoleón en el bolsillo.
Trabaja con lo póstumo. Y, como dicen familiarmente los franceses, "Il faut le faire!".
Y hay siempre el eterno deslizamiento de la literatura y de la política en la tradición francesa.
Malraux cuenta que, en 1969, antes de viajar a España, De Gaulle le dijo:
Tengo que gustar a los españoles, pues ellos inventaron a Don Quijote.