Con motivo de un nuevo aniversario, recordamos algunas historias que pasaron inadvertidas o que incluso se han olvidado, desde las filmaciones de los tumultos en Lisboa por orden de Juan Luis Cebrián a las declaraciones del conde de Barcelona en apoyo de los golpistas.
El Portugal de principios de siglo (XX) era un país pobre, inestable y violento. En 1908, el rey Carlos I y su heredero, Luis Felipe, duque de Braganza, fueron asesinados a tiros por dos republicanos miembros de los Carbonarios, y en 1910 se proclamó la república. De ahí a 1926 se sucedieron nueve presidentes y docenas de gobiernos. Como los republicanos eran una minoría urbana y masónica en un país rural y católico, aquellos restringieron el sufragio y lo falsearon. En 1919 se produjo una corta guerra civil entre monárquicos y republicanos; y en 1926, un nuevo golpe militar, dirigido por el general Carmona. En 1928 éste nombró ministro de Hacienda al catedrático Antonio Oliveira de Salazar, quien se desempeñó tan bien que en 1932 ascendió a primer ministro y empezó a erigir el Estado Novo. Sentado en el consejo de ministros español, Manuel Azaña participó en una conspiración para derrocarle.
El régimen, que pese a su anglofilia fue uno de los principales aliados del franquismo, perduró varias décadas. Lisboa se resistió a descolonizar su imperio africano y asiático, por varios motivos; uno de los cuales era que en esas colonias, sobre todo en Angola y Mozambique, residía más del diez por ciento de la población portuguesa. La guerra, comenzada en los años 60, aisló a Portugal, que era miembro de la ONU, la OTAN y la EFTA. Para los años 70, Lisboa había vencido a los rebeldes en Angola y estaba a punto de hacerlo en Mozambique; pero esta guerra se había alargado mucho tiempo, iba contra el espíritu de la época dominante y había agotado a la sociedad. Además, había posibilitado que numerosos izquierdistas se infiltrasen en el Ejército.
El 25 de abril de 1974, de manera inesperada, se produjo un alzamiento del Movimiento de las Fuerzas Armadas, organización secreta encabezada por los capitanes de abril, todos de ideas comunistas. El Estado Novo se derrumbó en cuestión de horas. El primer gobernante fue el general Antonio Spínola, que gozó de cierta popularidad en los sectores reformistas españoles, pero fue derrocado por los capitanes de abril sólo unos meses después.
Las cámaras de Cebrián
En España, el golpe y la evolución posterior se siguieron con gran interés. De la misma forma que algunos progres sostienen que estuvieron en París en mayo de 1968, otros afirman que fueron a Lisboa a darse un baño de libertad.
El periodista Juan Luis Cebrián, vástago de un eminente periodista falangista, desempeñaba entonces el cargo de director de Informativos de Televisión Española, aprobado por el Gobierno de Carlos Arias Navarro. Cebrián envió un equipo de filmación dirigido por Manuel Alcalá a Portugal. Este equipo grabó varias horas de lo que vieron en las calles de Lisboa: palizas a los partidarios del régimen, saqueos, violencia... Con ese material, Cebrián organizó un pase en el Ministerio de Información para jerarcas del franquismo, del que, según él, salieron asustados hasta los policías de escolta. Uno de éstos le preguntó si creía que a ellos les podía ocurrir lo mismo.
Jesús Cacho recoge en su libro El negocio de la libertad el siguiente rumor sobre Cebrián:
Algunos le acusan de haber enviado a la Dirección General de Seguridad las películas filmadas con los rostros de quienes asistían a manifestaciones antifranquistas y/o acudían a fundirse en la borrachera de alegría que fue el 25 de abril portugués.
Lo que es seguro es que las cintas existieron.
El asalto a la embajada de España
El diplomático Inocencio Arias estaba destinado en la embajada de España en Lisboa en la época de la Revolución de los Claveles. Según cuenta en La diplomacia (Acento), se les pedía desde Madrid que informasen de manera permanente de toda novedad que se produjera en el país vecino. El nuevo régimen estaba controlado por la extrema izquierda, que consideraba a la España de Franco uno de sus principales enemigos, junto con Estados Unidos. A su vez, la embajada era una de las más importantes para el Gobierno franquista: Portugal había sido un aliado desde el principio y en su territorio residía el pretendiente Juan de Borbón con su familia.
El 25 de septiembre de 1975, como reacción a la ejecución de cinco terroristas por parte del régimen franquista, unas turbas de extrema izquierda asaltaron la embajada y la residencia del embajador, aunque el presidente de la república, el general Costa Gomes, había dado a éste garantías de protección. En los días anteriores, los militantes de la extrema izquierda habían montado un dispositivo de control y amedrentamiento de los españoles:
No era una broma: antes del asalto te hacían fotos al salir de la oficina; no sabías lo que te podía pasar.
En las horas anteriores, la radio incitó al asalto. El 25 de septiembre se había retirado a la policía y encargado de la protección al Ejército (¡!), como si Portugal fuera un país africano. Dentro del Ejército, tal responsabilidad le correspondía al Regimiento de Artillería Ligera (Ralis), la más izquierdista de las unidades militares. Mientras se quemaba y saqueaba los edificios de España, el capitán Otelo Saraiva de Carvalho estaba cenando y "ni se inmutó". Los españoles vieron imágenes de portugueses llevándose objetos de la embajada: muebles, cuadros, relojes, alfombras...
El Estado portugués tuvo que abonar una indemnización de 40 millones de pesetas (240.000 euros). En 1999, el Gobierno portugués entregó un lote de casi 250 piezas de plata (cubiertos, juegos de café, bandejas, legumbreras, teteras y azucareros) que había sido rescatado por la Policía a las pocas horas del saqueo de la residencia del embajador, pero que había permanecido olvidado en una comisaría.
En la embajada había documentos tan importantes como unos que recogió Arias en los que se indicaba "la intención del Gobierno de Soares de exiliarse en España [¡en la España de Franco!] si arreciaban sus problemas con la izquierda militar, que de hecho gobernaba el país".
La condesa de Barcelona, "aterrada" por su marido
El conde de Barcelona se había establecido en Portugal en 1946, al igual que otros reyes sin trono y jefes de Estado derrocados, como Humberto II de Italia y el almirante Horthy, ex regente de Hungría. En esas décadas había recibido todo tipo de atenciones por parte del Gobierno de Salazar, que consintió sus conspiraciones contra el régimen franquista y cerró sin juicio ni responsabilidades penales el homicidio de su hijo Alfonso por su otro hijo, Juan Carlos. Se había hecho viejo esperando un pronunciamiento de los generales monárquicos que le llevase a ocupar el trono y creía que la Revolución de los Claveles anunciaba la caída de Franco. Don Juan de Borbón no pudo contener su excitación, pero en su propia casa tenía una espía, alguien con la cabeza más fría que él.
Como cuenta Laureano López Rodó (La larga marcha hacia la monarquía), doña María de las Mercedes envió a su hijo Juan Carlos las declaraciones de don Juan en Portugal en las que se mostraba como "amigo y admirador del general Spínola" y afirmaba que lo que éste había realizado en su país era "lo que él siempre había propugnado para España". Las copias venían con una tarjeta de María de las Mercedes en la que aparecían las siguientes palabras: "Estoy aterrada". Los príncipes Juan Carlos y Sofía llegaron a temer que el Gobierno español les expulsase del país.
Falsos golpes de estado
Jean-François Revel viajó con tanta asiduidad a Portugal en los meses siguientes a la Revolución de los Claveles, que fue testigo de las trampas que realizaron "los comunistas del movimiento de las Fuerzas Armadas" para eliminar a sus rivales y hacerse con el poder absoluto, tal como cuenta en sus memorias.
Su táctica consistió en escenificar una retahíla de falsos golpes de estado de derechas con la intención de depurar por supuesta conspiración a todos los que no fueran comunistas.
El 11 de marzo de 1975, Revel se dirigía al aeropuerto de Lisboa y vio cómo unos equipos de periodistas y cámaras de la televisión pública portuguesa se apostaban delante de un cuartel militar para transmitir ¡en directo! una sublevación derechista y su aplastamiento por las fuerzas de izquierda. En cuanto llegó a su destino, que era París, Revel denunció el montaje.
Como vemos, la leyenda rosa sobre la Revolución de los Claveles oculta, en realidad, el intento comunista por hacerse con Portugal, un país de Europa Occidental, de la misma manera que se apoderó de parte de sus colonias africanas, incluido el mecanismo de la dictadura militar. El ejemplo portugués pesó mucho en la transición española; tanto en el abandono del Sáhara Occidental como en la agitación callejera.