Era, como expliqué entonces, un icono de las izquierdas de la época, y uso el plural a conciencia: todas las izquierdas del Cono Sur se veían reflejadas en sus páginas. Los nombres que decoran la portada del número 36 de Crisis (abril de 1976), que tengo delante, son por demás significativos, y siguen constituyendo la crème de la crème: el propio Galeano, Juan Gelman, Mario Benedetti, Jorge Amado, Julio Cortázar, Haroldo Conti, etc., hasta incluir a algún no culpable incapaz de decir que no a la gran revista del momento, como Enrique Molina.
Todo esto vendría a ratificar la archisabida superioridad intelectual de la izquierda, complemento ineludible de su superioridad moral, de la que me ocupé en su día, también en estas páginas. Tanto la una como la otra tuvieron su sostén en uno de los aparatos de propaganda más poderosos y mejor aceitados de la historia de la humanidad: el del comunismo. El comunismo era muchas cosas: partidos comunistas, partidos obreros, partidos socialistas, la URSS, movimientos de liberación nacional, China y el chinoísmo como variante del socialimperialismo ruso, polpotismo, castrismo, amplias zonas del peronismo, partidos y movimientos socialdemócratas a ratos, hochiminismo, guevarismo, trotskismo, etc. La izquierda siempre se deleitó en sus propias diferencias internas, más aún que en sus diferencias globales con la derecha, a la que siempre menospreció, y la URSS siempre estuvo encantada con esas diferencias, que eran su gran justificación y mantenían distraído al personal. Por eso los soviéticos pagaron ese circo: todo el dinero, salvo el de la disidencia china, que iba relativamente en serio, salía de Moscú. Incluso el que pagaba a los movimientos, como Montoneros, que cobraban de los países árabes y eran entrenados en ellos: rublos que alimentaban petrodólares.
En esa cumbre de la intelectualidad de izquierdas que era la revista Crisis no faltaba la muestra de la impronta rusa. Minucias de la publicidad, apenas, porque de lo demás no se hablaba. Crisis tenía una sección de ciencia y tecnología, alimentada por un tal Hugo Scarone. En el tan mentado número 36, el insigne periodista regala al lector con buenas nuevas del socialismo. Leamos:
El átomo salva al mar
La Unión Soviética hará estallar próximamente una gran cantidad de bombas nucleares para llevar enormes volúmenes de agua al desfalleciente Mar Caspio. Las bombas abrirán un gran canal a través de la región árida que rodea al Caspio para juntar el agua de varios ríos y llevarla al mar que está desecándose lentamente. El canal en cuestión tendría unos 120 kilómetros de longitud. Los científicos soviéticos aseguran que se puede garantizar un mínimo grado de contaminación por radiación que no afectará al equilibrio ambiental. Otro de los potenciales peligros –creación de terremotos por la explosión de varios racimos de 20 bombas de 3 megatones– estaría también conjurado, según los expertos soviéticos, dado que los estudios sobre posibles movimientos sísmicos son actualmente muy precisos y la calidad del terreno afectado no significaría problemas de esa índole.
Calzado volador
Esta vez la última palabra de la moda en materia de calzado no se debe a Gucci, Dior u otros diseñadores franceses o italianos. Los ingenieros soviéticos se llevan la palma con una suerte de botas de siete leguas que permitirán a sus usuarios viajar –a pie– unos 25 kilómetros por hora. Las botas en cuestión son propulsadas por un par de minúsculos motores diesel, a ambos lados de cada una, que se encienden con la presión de los talones y que permitirán a quien las use dar pasos gigantescos de hasta tres o más metros. Casi volando a unos 30 centímetros del suelo, los pulgarcitos soviéticos han llegado a dar unos 100 pasos por minuto a toda velocidad, con un consumo de sólo 70 gramos de gas oil por hora. Aunque aún no se ha anunciado su comercialización, ya se pueden barajar hipótesis que van desde el uso bélico del singular calzado a la creación de un nuevo deporte que seguramente tendrá fanáticos en todo el mundo a poco de ser lanzado.
¿Que usted no se lo puede creer? Pues le aconsejo que lo crea, porque es así. Y le diré más: yo mismo leía esas cosas sin que se me moviera un pelo, porque la superioridad tecnológica del socialismo formaba parte de la superioridad intelectual de la izquierda, y ésta se daba por descontada.
¿Que estos tíos que ahora hacen antinuclearismo, y que ya entonces condenaban al imperialismo yanqui por Hiroshima y Nagasaki, decían en 1976 que estaba bien abrir un canal de 120 kilómetros arrojando bombas atómicas, porque lo hacían los rusos? Pues sí. ¿Que decían, los mismos que ahora reclaman apagón nuclear por Fukushima, que la contaminación por radiación –varios racimos de 20 bombas de 3 megatones– no iba a afectar el equilibrio ambiental? Pues sí. ¿Que los rusos habían convencido a medio mundo de las virtudes de su ciencia sismológica hace cuarenta años? Pues sí. Y Pulgarcito ya no era el Gato con Botas, que hasta eso está mal en lo que acabamos de leer.
He visto a muchos intelectuales de izquierda –un intelectual de derechas era algo inconcebible en aquel entonces– reírse de las célebres selecciones del Reader's Digest, que no eran ni más ni menos que lo que acabo de transcribir, pero del otro lado de la Guerra Fría. Supongo que los encargados de hacer revistas de esa categoría contaban con el hecho de que sus enemigos fueran capaces de tragar enormes dosis de basura, a la vista de la evidencia expuesta. No andaban tan descaminados.