El Ejército era sin lugar a dudas macrocéfalo; tenía, sí, un cabezón inmenso (había un oficial por cada 14 hombres), y era terriblemente indigente en materia de instrucción y capacitación, así como de medios. La situación de la Flota era algo mejor, gracias a las reformas ideadas por Maura y emprendidas por Primo de Rivera, pero en términos generales las Fuerzas Armadas eran un desastre. Y como no eran aptas para la defensa y no estaban preparadas ni dotadas para sostener el fuego enemigo más allá de unos días, la reforma era obligada. Lo que pasa es que se hizo muy mal.
Y se hizo muy mal porque, para empezar, una de las cosas que consintió Azaña, evidentemente no por buenas razones, fue que reaparecieran las Juntas Militares. Y vaya si reaparecieron: en la extrema derecha surgió la UME: Unión Militar Española, y en la extrema izquierda la UMA: Unión Militar Antifascista, que luego pasaría a ser la UMRA, con erre de Republicana. Las Juntas se dedicaron a meter la cuchara y, por ejemplo, anular ascensos por méritos de guerra, suprimir el Cuerpo del Estado Mayor, hacer la vida imposible a determinados oficiales, promocionar a otros (porque eran masones, verbigracia), etcétera. Es decir, lo de las Juntas era lo peor de lo peor.
En segundo lugar, tenemos lo que Azaña denomina en sus memorias, con tremendo cinismo, "el gabinete negro". ¡Que nombró él! Ese "gabinete negro", nombrado por el ministro de la Guerra Azaña, estaba dirigido por un comandante de artillería, sectario e incompetente como pocos, de la absoluta confianza del ministro de la Guerra Azaña, llamado Juan Hernández Sarabia. Por si fuera poco, no estaba bien de la cabeza, como reconocían sus propios compañeros. Pero Azaña lo escogió porque era tan sectario, que haría lo que aquél perseguía, y que no era reformar el Ejército para hacerlo más eficaz, sino republicanizarlo al azañesco modo.
Así las cosas, se dictaron 32 decretos, que en septiembre del 31 se convirtieron en la Ley Azaña, que fundamentalmente pretendían apartar del servicio a militares que podían ser competentes pero no azañistas y, por el contrario, mantener y promocionar a los azañistas. El alcalaíno clama en sus memorias por lo que hizo Sarabia, pero es que resulta que él puso ahí a Sarabia para que hiciera justamente eso.
La reforma fue un desastre, una diarrea de medidas de carácter administrativo y político que no mejoraron la calidad ni la dotación de las Fuerzas Armadas: en términos generales, éstas sólo mejoraron algo en la época de Gil Robles, ya durante el bienio radical-derechista. Además, no consiguió republicanizar al estamento militar: lo que pasó fue que la gente que quería al Ejército decidió quedarse en él... aunque no le gustara el ministro de la Guerra; por el contrario, aquellos a los que el Ejército no les gustaba tanto y eran más partidarios de Azaña, al ver que podían retirarse con los haberes completos y dedicarse a otras cosas, lo hicieron. Algo así ocurrió también a raíz de la reforma de Narcís Serra, por cierto.
Esto tuvo consecuencias notables. Como las Fuerzas Armadas no mejoraron y tampoco se convirtieron al azañismo entusiasta, se produjo un proceso muy notable. En el año 31 la mayoría de los oficiales, y especialmente los jóvenes, aplaudió la llegada de la República; no porque fueran republicanos, sino porque pensaban que la Monarquía no se había comportado correctamente y que las Fuerzas Armadas dejaban mucho que desear. Pues bien: en el año 36 la mayoría de esos oficiales jóvenes era muy contraria a la República de izquierdas; y eso en buena medida fue obra de Azaña. También hay que decir, en honor a la verdad, que Azaña no dudó en calificar de "nefasto" al Ejército; incluso llegó a motejarlo, en la época de la reforma, como "el monstruo". Y claro, cuando uno forma parte del "monstruo", este tipo de cosas no te agradan demasiado.
Azaña no mejoró el Ejército pero lo mermó; en cambio, multiplicó los efectivos de las fuerzas de orden público: en el año 32, apenas unos meses después de proclamada la República, éstas ya tenían el doble de miembros que el 14 de abril de 1931. Un dato significativo, sobre todo si tenemos en cuenta la leyenda de que la República era el régimen de la libertad...
Pinche aquí para escuchar la versión radiada de este capítulo de la BREVE HISTORIA DE ESPAÑA PARA INMIGRANTES, NUEVOS ESPAÑOLES Y VÍCTIMAS DE LA LOGSE.
Y se hizo muy mal porque, para empezar, una de las cosas que consintió Azaña, evidentemente no por buenas razones, fue que reaparecieran las Juntas Militares. Y vaya si reaparecieron: en la extrema derecha surgió la UME: Unión Militar Española, y en la extrema izquierda la UMA: Unión Militar Antifascista, que luego pasaría a ser la UMRA, con erre de Republicana. Las Juntas se dedicaron a meter la cuchara y, por ejemplo, anular ascensos por méritos de guerra, suprimir el Cuerpo del Estado Mayor, hacer la vida imposible a determinados oficiales, promocionar a otros (porque eran masones, verbigracia), etcétera. Es decir, lo de las Juntas era lo peor de lo peor.
En segundo lugar, tenemos lo que Azaña denomina en sus memorias, con tremendo cinismo, "el gabinete negro". ¡Que nombró él! Ese "gabinete negro", nombrado por el ministro de la Guerra Azaña, estaba dirigido por un comandante de artillería, sectario e incompetente como pocos, de la absoluta confianza del ministro de la Guerra Azaña, llamado Juan Hernández Sarabia. Por si fuera poco, no estaba bien de la cabeza, como reconocían sus propios compañeros. Pero Azaña lo escogió porque era tan sectario, que haría lo que aquél perseguía, y que no era reformar el Ejército para hacerlo más eficaz, sino republicanizarlo al azañesco modo.
Así las cosas, se dictaron 32 decretos, que en septiembre del 31 se convirtieron en la Ley Azaña, que fundamentalmente pretendían apartar del servicio a militares que podían ser competentes pero no azañistas y, por el contrario, mantener y promocionar a los azañistas. El alcalaíno clama en sus memorias por lo que hizo Sarabia, pero es que resulta que él puso ahí a Sarabia para que hiciera justamente eso.
La reforma fue un desastre, una diarrea de medidas de carácter administrativo y político que no mejoraron la calidad ni la dotación de las Fuerzas Armadas: en términos generales, éstas sólo mejoraron algo en la época de Gil Robles, ya durante el bienio radical-derechista. Además, no consiguió republicanizar al estamento militar: lo que pasó fue que la gente que quería al Ejército decidió quedarse en él... aunque no le gustara el ministro de la Guerra; por el contrario, aquellos a los que el Ejército no les gustaba tanto y eran más partidarios de Azaña, al ver que podían retirarse con los haberes completos y dedicarse a otras cosas, lo hicieron. Algo así ocurrió también a raíz de la reforma de Narcís Serra, por cierto.
Esto tuvo consecuencias notables. Como las Fuerzas Armadas no mejoraron y tampoco se convirtieron al azañismo entusiasta, se produjo un proceso muy notable. En el año 31 la mayoría de los oficiales, y especialmente los jóvenes, aplaudió la llegada de la República; no porque fueran republicanos, sino porque pensaban que la Monarquía no se había comportado correctamente y que las Fuerzas Armadas dejaban mucho que desear. Pues bien: en el año 36 la mayoría de esos oficiales jóvenes era muy contraria a la República de izquierdas; y eso en buena medida fue obra de Azaña. También hay que decir, en honor a la verdad, que Azaña no dudó en calificar de "nefasto" al Ejército; incluso llegó a motejarlo, en la época de la reforma, como "el monstruo". Y claro, cuando uno forma parte del "monstruo", este tipo de cosas no te agradan demasiado.
Azaña no mejoró el Ejército pero lo mermó; en cambio, multiplicó los efectivos de las fuerzas de orden público: en el año 32, apenas unos meses después de proclamada la República, éstas ya tenían el doble de miembros que el 14 de abril de 1931. Un dato significativo, sobre todo si tenemos en cuenta la leyenda de que la República era el régimen de la libertad...
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