La imagen negativa se debe a la crítica que le hicieron regeneracionistas, republicanos y socialistas, con el ánimo de derribar "todo lo existente", como se decía también en 1868.
La crítica partía de una premisa: España vivía en un régimen especial, ajeno a la modernidad europea. El país estaba, decía Joaquín Costa, en manos de una oligarquía que, entre otras iniquidades, mantenía el poder gracias al caciquismo y las manipulaciones electorales que perpetraban los gobernadores civiles. La vida política era una farsa, el parlamentarismo una mentira y el sistema, algo injusto: la verdadera voz popular, representación única y natural de los intereses nacionales, estaba en las opciones políticas: los republicanos de izquierda y los socialistas.
A imagen del radicalismo francés, pero con la idea de dar un paso más, los antisistema españoles pugnaban por dar la vuelta a la sociedad en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural y en lo religioso. Postulaban un nuevo régimen, la República, como fórmula mágica para revolver los problemas administrativos y políticos del país, para eliminar a la oligarquía y sustituirla por los representantes del pueblo. Hablaban de una economía social, ya fuera paternalista o socialista. Y querían dar un giro educativo y cultural, que pasaba por la eliminación de la Iglesia de la esfera pública. ¿Cómo hacer todo esto? Pío Baroja puso la solución en boca de Andrés, el personaje de El árbol de la ciencia (1911):
¡Qué hermosa sería una revolución (...), no una revolución de oradores y miserables charlatanes, sino una revolución de verdad! Mochuelos y Ratones [conservadores y liberales], colgados de los faroles (...); y luego, lo almacenado por la moral católica, sacarlo de sus rincones y echarlo a la calle: los hombres, las mujeres, el dinero, el vino, todo a la calle.
Pero, dejando aparte la barbaridad barojiana, ¿se manipulaban las elecciones? Sí; aunque se pueda matizar que los gobiernos no eran tan poderosos como para controlar cada urna en cada pueblo, y que no existía una verdadera opinión pública capaz de sostener un sistema representativo. La Restauración no fue una democracia, ni siquiera con la ley de sufragio universal masculino de 1890. No obstante, resolvió muchos problemas políticos del siglo XIX. Veamos.
La Restauración supuso un corte en la trayectoria del régimen liberal. Hasta ese momento, durante los reinados de Fernando VII e Isabel II, y después con las distintas experiencias del Sexenio Revolucionario, el sistema constitucional carecía de cualquier tipo de estabilidad, elemento fundamental para el asentamiento de la libertad. Los partidos políticos concebían la política como el ejercicio exclusivo y por derecho del poder. Uno, el moderado, se veía como el único defensor de la Monarquía y del orden, por eso abogaba por el monopolio del gobierno. Otro, el progresista, se presentaba como el verdadero portavoz de la nación, y por tanto reclamaba... el monopolio del gobierno. La izquierda liberal de demócratas y republicanos se apuntó a lo mismo. Sólo la efímera Unión Liberal, en cuyas filas se formó Antonio Cánovas, comprendía que el régimen precisaba de la complicidad de dos grandes partidos que lo sostuvieran.
El sistema de la Restauración que se puso en marcha a partir de 1875, con dificultades e incertidumbres, superó el exclusivismo de la época anterior; lo sustituyó por lo que el profesor Carlos Dardé llama "la aceptación del adversario": el oponente no es un enemigo, sino un adversario, y es un sujeto legítimo si aspira al poder a través de los cauces pacíficos. El otro tenía derecho a existir y a pugnar dentro de la ley por tomar las riendas del gobierno. Empezaban a ponerse en España los primeros mimbres de las costumbres cívicas.
El hecho más significativo en este sentido fue el fin de los pronunciamientos. El último fue el republicano de 1886, y constituyó un auténtico fracaso, sin ningún tipo de apoyo popular. La revolución, el golpe de estado o el militarismo dejaban paso al parlamentarismo, la creación de opinión, el partidismo y los políticos civiles.
Los partidos llegaron a la conclusión de que el uso de las costumbres cívicas era beneficioso para el régimen, y recibieron el respaldo de la Corona. Fernando VII, Isabel II y Amadeo I no fueron buenos ejemplos de poder moderador, sino que contribuyeron a envenenar las relaciones entre los partidos, favoreciendo el exclusivismo, los radicalismos y la violencia. Alfonso XII, en cambio, designó gobiernos con el ánimo, siempre, de beneficiar al sistema constitucional y atendiendo a la opinión, los intereses y la organización de las fuerzas políticas.
Ahora bien, ese engranaje requirió de la manipulación electoral, aunque no fue despreciable la aceptación pasiva de la sociedad. Otra cosa es que los críticos antisistema pusieran el acento en el pucherazo y el caciquismo. Éste se basaba en el clientelismo, en el intercambio de favores entre el elector y el elegible, ya fuera éste cunero (natural del lugar) o encasillado (foráneo). El cacique era una especie de conseguidor, y su existencia era posible porque el Estado era débil y no alcanzaba a cubrir todo el territorio ni las necesidades primarias de la gente.
En las ciudades el voto estaba menos condicionado por los favores que en el mundo rural. La compra de sufragios, pues, no fue generalizada; especialmente a partir de 1890, en que el cuerpo electoral representaba ya el 24% de la población, lo que hacía que aquello de "Un voto, un duro" empezara a salir muy caro.
¿La manipulación electoral se hizo para evitar que los republicanos de izquierdas o los socialistas llegaran al poder? No. La fuerza de ambas opciones entre 1875 y 1903 fue muy pequeña. En el caso del PSOE, sus votos no sumaban siquiera el número de militantes que tenía la UGT. Los republicanos sí consiguieron algún éxito cuando unificaron sus candidaturas, pero no como para poner en peligro el sistema. La manipulación se hizo para asegurar la alternancia y la buena convivencia entre conservadores y liberales.
Sí, se manipuló, pero sirvió para mantener el régimen constitucional más próspero que ha tenido España hasta 1978. Por esta razón, resulta paradójico que los que se emocionan con la revolución bolchevique, un auténtico golpe de estado que sustituyó una república parlamentaria por el régimen del Gulag y la liquidación social, o los que ven en Napoleón un genio político, cuando en realidad fue un dictador que laminó las libertades y se dedicó a invadir otros países, sean los mismos que se rasgan las vestiduras con la manipulación electoral en la Restauración. Es la vara de medir, que se dobla.