Ya desde el 29 de noviembre de 1947, cuando fue adoptada la resolución para la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, comenzó a haber actos de terrorismo y de guerrilla por parte de insurgentes y milicianos árabes contra la población judía asentada allí, que antes del establecimiento del Estado de Israel era denominada "el yishuv". Violencia árabe antijudía había desde 1920, pero en las fechas que nos ocupan se registró un incremento notable. Por aquel entonces había aún alrededor de 100.000 soldados británicos, pero no se implicaron demasiado en el caos, en el desorden finalmente bélico que imperaba en la zona; cuando lo hicieron fue para protegerse ellos mismos o para confrontar a los judíos.
La guerra empezó oficialmente el 15 de mayo, es decir, un día después de que Israel declarase su independencia y de que los británicos abandonaran el territorio. Quien desató las hostilidades fue Egipto, con un ataque de su aviación sobre la ciudad de Tel Aviv. El Cairo notificó al Consejo de Seguridad que, luego de la conclusión del mandato británico, sus fuerzas iban a penetrar en Palestina con el objeto de imponer la seguridad y el orden. Jordania hizo otro tanto: mandó un cable al secretario general de la ONU de tono similar. En cuestión de horas se les sumaron los ejércitos de Siria y el Líbano, respaldados por Irak, el Yemen y Arabia Saudí. También intervinieron la Legión Árabe, de las FFAA jordanas, que había sido entrenada y comandada por oficiales británicos, y voluntarios adscritos a la Hermandad Musulmana egipcia, el primer movimiento fundamentalista islámico contemporáneo.
Para la comunidad judía, ya israelí, fue un desafío gigantesco: estamos hablando de cinco ejércitos regulares están atacando a un Estado literalmente recién nacido que no tenía artillería pesada ni fuerza aérea: los primeros aviones, checoslovacos, fueron de hecho urgentemente traídos en el marco de la contienda... y lograron repeler a la aviación egipcia.
La ciudad de Jerusalem, corazón espiritual de la patria para los judíos, sufrió mucho. Fue el escenario de algunos de los combates más cruentos. De los 6.000 muertos que se dejó Israel en la guerra (el 1% de su población del momento), 1.500 cayeron en la defensa de la Ciudad Santa.
Básicamente la guerra llegó a su fin en 1949, luego de que Israel firmara acuerdos de armisticio con sus vecinos: con Egipto lo suscribió el 24 de febrero; con el Líbano, el 23 de marzo; con Jordania, el 3 de abril; con Siria, el 20 de julio. Ahora bien, como el Estado judío jamás ha firmado armisticio alguno con Yemen, Arabia Saudita e Irak, puede decirse que la Guerra de la Independencia israelí aún no ha terminado.
Esa primera reacción árabe, de boicotear una iniciativa diplomática que podía haber conducido a la creación de un Estado palestino y otro judío y, por otro lado, hostigar sin descanso y con violencia a Israel, ha marcado la pauta de su postura hasta el día de hoy. En un sentido metafórico pero muy real, podemos decir que Israel se encuentra batallando por su independencia desde el mismo momento de su nacimiento al mundo contemporáneo.
La comunidad internacional elige desconocer la historia, desvirtuarla, violentarla, en beneficio de una narrativa básicamente mentirosa que le permite justificar su velado desprecio hacia Israel y los judíos. Por supuesto, no toda crítica hacia Israel es una crítica antisemita, existe la crítica política; pero también es cierto que en muchos casos el antisionismo es una máscara perfecta para los antisemitas en busca de legitimidad.
Pinche aquí para escuchar la versión radiofónica de este artículo.
La guerra empezó oficialmente el 15 de mayo, es decir, un día después de que Israel declarase su independencia y de que los británicos abandonaran el territorio. Quien desató las hostilidades fue Egipto, con un ataque de su aviación sobre la ciudad de Tel Aviv. El Cairo notificó al Consejo de Seguridad que, luego de la conclusión del mandato británico, sus fuerzas iban a penetrar en Palestina con el objeto de imponer la seguridad y el orden. Jordania hizo otro tanto: mandó un cable al secretario general de la ONU de tono similar. En cuestión de horas se les sumaron los ejércitos de Siria y el Líbano, respaldados por Irak, el Yemen y Arabia Saudí. También intervinieron la Legión Árabe, de las FFAA jordanas, que había sido entrenada y comandada por oficiales británicos, y voluntarios adscritos a la Hermandad Musulmana egipcia, el primer movimiento fundamentalista islámico contemporáneo.
Para la comunidad judía, ya israelí, fue un desafío gigantesco: estamos hablando de cinco ejércitos regulares están atacando a un Estado literalmente recién nacido que no tenía artillería pesada ni fuerza aérea: los primeros aviones, checoslovacos, fueron de hecho urgentemente traídos en el marco de la contienda... y lograron repeler a la aviación egipcia.
La ciudad de Jerusalem, corazón espiritual de la patria para los judíos, sufrió mucho. Fue el escenario de algunos de los combates más cruentos. De los 6.000 muertos que se dejó Israel en la guerra (el 1% de su población del momento), 1.500 cayeron en la defensa de la Ciudad Santa.
Básicamente la guerra llegó a su fin en 1949, luego de que Israel firmara acuerdos de armisticio con sus vecinos: con Egipto lo suscribió el 24 de febrero; con el Líbano, el 23 de marzo; con Jordania, el 3 de abril; con Siria, el 20 de julio. Ahora bien, como el Estado judío jamás ha firmado armisticio alguno con Yemen, Arabia Saudita e Irak, puede decirse que la Guerra de la Independencia israelí aún no ha terminado.
Esa primera reacción árabe, de boicotear una iniciativa diplomática que podía haber conducido a la creación de un Estado palestino y otro judío y, por otro lado, hostigar sin descanso y con violencia a Israel, ha marcado la pauta de su postura hasta el día de hoy. En un sentido metafórico pero muy real, podemos decir que Israel se encuentra batallando por su independencia desde el mismo momento de su nacimiento al mundo contemporáneo.
La comunidad internacional elige desconocer la historia, desvirtuarla, violentarla, en beneficio de una narrativa básicamente mentirosa que le permite justificar su velado desprecio hacia Israel y los judíos. Por supuesto, no toda crítica hacia Israel es una crítica antisemita, existe la crítica política; pero también es cierto que en muchos casos el antisionismo es una máscara perfecta para los antisemitas en busca de legitimidad.
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