Hasta entonces, Franco había considerado que la entrada de España en el conflicto no era deseable. Sin embargo, el panorama internacional cambió. La Italia de Mussolini entraba en guerra el 10 de junio, cuando ya todo parecía decidido. Ese mismo día, Franco decidió abandonar la neutralidad.
La demostración de que España iba en serio en su propósito de hacer como Italia y participar al final en la guerra consistiría en dos actos bélicos. Uno de ellos sería la toma de Gibraltar. La supuesta debilidad británica del momento por el acoso alemán facilitaría la invasión. Si el Peñón caía en manos españolas, el gobierno de Franco controlaría el tráfico comercial y militar por el Estrecho, convirtiendo el Mediterráneo en un mar dominado por las potencias del Eje. El general Vigón fue recibido en Berlín para anunciar el plan español de toma de Gibraltar. A cambio, Franco demandaba los derechos españoles, sobre todo en Marruecos. El asunto interesaba poco entonces al Estado Mayor alemán, que creía factible la caída de Gran Bretaña en breve, y lo desestimó. El otro acto de guerra fue la entrada en Tánger, el 14 de junio, aunque contó con la aceptación francesa y británica, que preferían el dominio español de la plaza antes que verla en manos italianas.
La otra cara de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial era el reparto del botín. Por indicación de Franco, el ministro de Exteriores, Juan Luis Beigdeber, ordenó a los embajadores en Berlín y Roma el 17 de junio que comunicaran a los gobiernos de Hitler y Mussolini que España reivindicaba Marruecos (los planes para ampliar el Protectorado ya estaban hechos), parte de Argelia (en manos francesas aún) y ampliar los dominios del Sahara y Guinea. Esta posición era reforzada en dicha orden por la afirmación de que España entraría en guerra si Gran Bretaña no caía, para lo cual necesitaban preparar a la opinión pública y contar con auxilio armamentístico. Esta propuesta se hizo tres días después de que las tropas alemanas desfilaran por París.
Franco deseaba en junio de 1940 que España volviera a estar en guerra. Esta vez se trataba de hacerse con el botín. Comenzó entonces la propaganda. La retórica oficial se llenó de referencias imperiales repletas de un nacionalismo tradicionalista que hundía sus raíces en las características naturales del ser español y en la catolicidad. El "destino en lo Universal" era volver a ser Imperio; es decir, retomar una nueva Edad de Oro sobre la guía del Caudillo y de la Iglesia. La propaganda fue intensa porque la sociedad española estaba agotada en todos los sentidos, tanto de manejos políticos como de un conflicto civil que la había dejado exhausta. Tampoco quería el Ejército profesional una nueva aventura, para la cual no estaba preparado. Tan sólo el falangismo veía algo positivo en la entrada de España en la contienda, lo que explica más tarde el hecho de la División Azul. La máquina propagandista en manos de Falange se puso en marcha, con Radio Nacional de España (fundada por Millán-Astray en Salamanca en 1937) y la agencia EFE (creada en 1938 en Burgos por iniciativa de Serrano Suñer) como puntales, a lo que había que sumar la variedad de periódicos al servicio del régimen.
Mientras tanto, las entrevistas entre enviados españoles y alemanes a lo largo del mes de septiembre dejaron claro que Hitler no aceptaría las demandas territoriales de Franco, porque temía una reacción de la Francia de Vichy –además de que Mussolini quería esas mismas colonias– y aquéllas no coincidían con el reparto que los estrategas alemanes tenían pensado para África. Sólo se acordó que los dos dictadores se encontraran en Hendaya el 23 de octubre.
En septiembre la opinión de Franco ya había cambiado; no era la misma de junio. De nada sirvió que en Hendaya Hitler le comunicara que Alemania ya estaba interesada en Gibraltar para cerrar el Mediterráneo, y dispuesta a conceder una gran ayuda económica y militar a España. Franco ya tenía una visión distinta de la guerra y contaba con el compromiso de Churchill. No iba a conseguir los territorios demandados, Gran Bretaña no caía y la vulnerabilidad económica de España podía aumentar si así lo quería el gabinete británico, lo que complicaría su situación política interna y comprometería su gobierno en el orden internacional. Sin embargo, tampoco quería cerrar la puerta a la Alemania nazi, por lo que aseguró que España carecía de la fuerza económica suficiente para implicarse en la guerra y que su entrada en el conflicto debía posponerse. Franco no cedió, pero firmó un protocolo por el que España se adhería al Pacto Tripartito. Era casi el paso a la beligerancia, situación temida por Franco desde el palo y la zanahoria angloamericano, por lo que acordaron que esta nueva situación se mantuviera en secreto hasta el momento en que se hiciera efectiva la entrada española en la contienda. A cambio, Hitler reconoció a la España de Franco derechos sobre el norte de África, y se comprometió a conceder ayudas económicas y militares.
Franco se quedó con el escenario que le había pintado Churchill, más conservador y efectivo para mantenerse en el poder. De aquel deseo de meterse en la Segunda Guerra Mundial sólo quedó con el tiempo una cosa: la propaganda.