No vienen aquí al caso las disquisiciones teológico-doctrinales, pero sí cabe constatar que las prédicas luteranas tuvieron más de revolución que de reforma, con trascendentales efectos políticos: una conmoción de extraordinaria violencia en Europa Occidental.
Por ello, Erasmo y otros acusaron a Lutero de propiciar la guerra civil y la desintegración de la cristiandad. En lo primero, el fundador del protestantismo estaba de acuerdo, y citaba en su favor el Evangelio de San Juan: "No he venido a traer la paz, sino la espada"; "He venido a echar fuego a la tierra"; "Lee en los Hechos de los Apóstoles los efectos de las palabras de Pablo (...) cómo él solo excita a gentiles y judíos o, según decían sus mismos enemigos, trastorna el mundo entero"; "El mundo y su dios no pueden ni quieren tolerar la palabra del Dios verdadero, y el Dios verdadero no quiere ni puede callar. Y si estos dos Dioses están en guerra entre sí, ¿qué puede producirse en el mundo entero, sino tumulto? Querer aplacar los tumultos es querer abolir la palabra de Dios e impedir su predicación".
Este designio chocaba con el programa de paz entre los cristianos para afrontar a los turcos impulsado por Erasmo, Vives y otros intelectuales. Pero Lutero replicaba a Erasmo:
Estos tumultos y facciones infestan el mundo de acuerdo con el plan y la obra de Dios, y temes que el cielo se venga abajo; en cambio yo, a Dios gracias, entiendo las cosas correctamente, porque preveo desórdenes aún mayores comparados con los cuales los de ahora semejan el susurro de una ligera brisa o quedo murmullo del agua.
Carlos V se había arrepentido de haber "tardado tanto en adoptar medidas contra él".
De cualquier modo que se las considere, las concepciones protestantes suscitaban continuas guerras en la cristiandad, incluso entre distintos grupos simpatizantes de Lutero. Así, los campesinos alemanes se levantaron en 1524-25 contra la insufrible opresión de la nobleza, también luterana, y, para su sorpresa, se encontraron con que Lutero llamaba a "aniquilar, estrangular, apuñalar en secreto o públicamente (...) como se mata a los perros rabiosos" a aquellos campesinos rebeldes. El calvinismo, una derivación protestante, fundó en gran parte de Europa un movimiento políticamente muy activo, que causaría grandes convulsiones en los Países Bajos, Francia e Inglaterra.
Para la España católica en general, y para Felipe II en particular, era absolutamente prioritaria la lucha contra el Imperio Otomano y tener a raya a Francia, por lo que desde nuestro país la expansión protestante solo podía entenderse como una especie de puñalada por la espalda, máxime cuando los calvinistas buscaban aliarse con los otomanos, con la anglicana Inglaterra o con Francia contra los intereses españoles.
La oposición de Felipe II provocó, naturalmente, la máxima animadversión contra él. Los protestantes fueron también los iniciadores de la propaganda político-religiosa moderna, al punto de que lograron compensar muchas de sus derrotas políticas y militares con éxitos publicitarios, uno de los cuales fue el estereotipo, aún muy influyente en Europa, del Demonio del Mediodía, aplicado al rey español.
Enfrentada a enemigos tales, tan tenaces y en tantos frentes, la España de Felipe II no podía esperar, a la larga, una victoria decisiva, sino más bien una contención. Los turcos derrotados en Lepanto tomaron poco tiempo después Túnez y La Goleta, aunque a un coste que hizo de esos éxitos una victoria pírrica; la ayuda española tuvo gran valor para asegurar una Francia católica, si bien esta continuaría siendo hostil a España; en los Países Bajos la rebelión calvinista fue contenida y, aunque a la larga se impondría en Holanda, Bélgica continuó como país católico; contra Inglaterra fracasó (no fue propiamente derrotada) la Gran Armada, pero los ingleses padecieron a continuación un desastre no menor y España permaneció como primera potencia naval. La piratería berberisca, inglesa, francesa y holandesa siguió dañando las posesiones y comunicaciones, pero nunca logró infligir golpes de verdadera importancia a la posición internacional hispana. El imperio no solo fue conservado, sino ampliado, por expansión en América y el Pacífico y por la unión con Portugal.
Como he señalado en Nueva historia de España,el balance político-militar de Felipe II dista mucho de ser un fracaso, pese a la agotadora lucha impuesta al país por tantos enemigos. Algunos historiadores sostienen que más habría valido ser derrotados por los protestantes, por haber sido estos quienes más progresaron en los siglos XIX y XX. El aserto, absurdo históricamente, ignora hechos como que la Revolución Industrial nació en Inglaterra, cuyo anglicanismo está probablemente más cerca del catolicismo que del calvinismo; que se desarrolló mucho antes en la católica Bélgica que en la calvinista Holanda; que la luterana Escandinavia continuó siendo mucho tiempo una región muy pobre, o que el norte de Alemania experimentó un desarrollo muy irregular. Cada época tiene sus desafíos, y España estuvo a la altura de tremendos retos durante el siglo XVI y parte del XVII. Achacar la ineptitud de las generaciones posteriores a unos éxitos indebidos de aquellos siglos revela simple majadería. Majadería muy desarrollada desde mediados del siglo XIX, y empeorada con el lisenkiano materialismo histórico del XX.
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