En 1999 publiqué allí un artículo inclemente contra el libro Antes del fin y contra su autor, Ernesto Sabato. Hoy, cuando Sabato ha muerto casi centenario y los nostálgicos de la guerrilla castrista intentan enlodar su memoria, siento la necesidad de abordar con una crítica ecuánime la totalidad de su trayectoria vital, que lo coloca muy por encima de sus detractores.
Consejeros analfabetos
Sabato escribió Antes del fin como una suerte de testamento catártico, atormentado por los testimonios que había recogido como presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), puesta en marcha por el presidente Raúl Alfonsín para investigar los crímenes cometidos por la dictadura militar entre 1976 y 1983. En este libro aflora, agudizado por el horror que generaban en él las atrocidades que es capaz de cometer el ser humano, el conflicto interior que lo perseguía desde su juventud. Científico brillante, becado por el Laboratorio Curie y el Massachusetts Institute of Technology, sufrió en París, bajo la influencia del movimiento surrealista, la crisis que lo alejaría de la ciencia. Su espíritu se encontraba entonces "azorado entre la forma más extrema del racionalismo, que son las matemáticas, y la más dramática y violenta forma de la irracionalidad". No vacila en idealizar las comunidades arcaicas, donde los niños, "sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría; no en el sentido que le otorga a esta palabra la civilización cientificista, sino aquella que nos ayuda a vivir y a morir; la sabiduría de esos consejeros, que en general eran analfabetos". Insiste en su "desconfianza y preocupación por el mundo tecnólatra y cientificista", y en su aversión por "el semidiós renacentista" que "se lanzó con euforia a la conquista del universo, cuando la angustia metafísica y religiosa fue reemplazada por la eficacia, la precisión y el saber técnico". Para rematar, dejo esta perla: "La sacralización de la inteligencia nos ha empujado al borde del precipicio".
Es curioso –y prueba una vez más de que un espíritu atormentado puede incurrir en contradicciones desmesuradas– que, inmediatamente después de definirse como anarco-cristiano, y después de reiterar su hostilidad a todos los totalitarismos, Sabato mitifique el "heroísmo demencial" del "estoico Guevara", que "luchaba por aquel Hombre Nuevo que hoy nos urge rescatar de los escombros de la historia". Nada menos que el hombre nuevo, caricatura del individuo acostado en el lecho de Procusto totalitario, al que sus verdugos le amputan todos los elementos humanos que ellos juzgan sobrantes.
El auténtico Sabato
Sin embargo, el auténtico Sabato, el que perdurará como modelo de integridad moral y de coherencia en la defensa de los derechos humanos, no es el autor de esas soflamas apocalípticas, sino el que reaccionó con coraje singular frente a las embestidas de los dos demonios que devastaron su patria. Más aún, es posible que Sabato haya plasmado la noción misma de los dos demonios antes de que ésta se pusiera de moda. En agosto de 1975, cuando la Triple A –avalada y supervisada por Juan Domingo Perón, su esposa Isabel y el brujo de la familia, José López Rega– sembraba el terror por todos los rincones de Argentina, en franca competencia con la guerrilla castrista, el diario La Opinión se arriesgó a publicar un extenso artículo sobre "El miedo de los argentinos" que incluía un diálogo con Ernesto Sabato. Éste habló, como siempre, sin eufemismos:
Está de moda ahora echar toda la culpa a un individuo llamado López Rega y a sus allegados. Pero ¿quién lo trajo y lo colocó en esa situación privilegiada? Perón no era un hombre que pudiese ser sorprendido en su buena fe (...) Y López Rega estuvo a su lado durante nueve años en íntima convivencia. Y cuando eso sucedió, Perón no tenía 78 años.
La solución: que los tres poderes actuaran con rapidez y eficacia, "expulsando a los funcionarios ineptos o comprometidos con el desastre, llevando a la justicia a los delincuentes económicos, investigando y castigando los horribles crímenes cometidos en este lapso". En este contexto, es importante destacar que las desapariciones no fueron una innovación de la dictadura militar, ya que en las listas de la Conadep figuran 1.168 muertos y desaparecidos durante los gobiernos de Perón y su viuda.
Críticos malévolos
Una de las claudicaciones que los críticos malévolos atribuyen a Sabato no fue tal. El 19 de mayo de 1976 concurrió –junto a Jorge Luis Borges, el cura nacionalista Leonardo Castellani y el presidente del gremio de escritores– a un almuerzo con el general Jorge Rafael Videla, jefe de la Junta Militar. En esa época, el clima social en la Argentina todavía era de alivio, excepto entre las vanguardias revolucionarias castristas y sus simpatizantes, tras el derrocamiento de la viuda de Perón y su esperpéntico entorno. El 3 de septiembre de 1975, antes del golpe militar, Nuestra Palabra, órgano oficial del Partido Comunista prosoviético (el prochino estaba confabulado con López Rega), sostenía que el general Videla
encarnaba, por el imperio de las circunstancias y por una decisión personal, la voluntad de una corriente de las Fuerzas Armadas coincidente con el anhelo popular de poner fin a los crímenes de la siniestra Triple A.
Dos años más tarde se leía en una declaración firmada por los máximos dirigentes del PC:
El mensaje de Videla abre la perspectiva próxima de una nueva etapa del proceso político en curso, la etapa del fecundo cambio de opiniones entre militares y civiles sobre el futuro inmediato del país.
Ricardo Balbín, veterano líder de la Unión Cívica Radical, el principal partido de la oposición, también aceptó resignado el golpe militar, al ver que era imposible frenar la descomposición del régimen peronista. Lo que sí intentaron hacer los radicales, mediante entrevistas públicas y privadas con los miembros presuntamente más dúctiles de la Junta Militar, fue detener la ola de secuestros, torturas y asesinatos indiscriminados que anegaba el país. El doctor Raúl Alfonsín se convirtió en una de las cabezas visibles de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, algunos de cuyos miembros fueron asesinados, como también lo fue otro radical, Héctor Hidalgo Solá, embajador en Venezuela, que conspiraba para acelerar el retorno a la normalidad democrática.
Clima anómalo
Fue en medio de este clima anómalo que Sabato y sus acompañantes accedieron a entrevistarse con Videla. Dos días más tarde Sabato refería al diario La Opinión lo que le había dicho a su anfitrión: que el país necesitaba una justicia independiente y sagrada, pues
si no caemos inevitablemente en lo que ahora estamos viviendo de manera trágica: la violencia indiscriminada y hasta sádica de uno y otro lado (...) Vinculado con esto hay otra cosa que me angustia y que me sentí en la obligación de plantear: la caza de brujas. Esta historia es ya desdichadamente vieja en la Argentina (...) Ahora de nuevo estamos enfrentados a la discriminación, esa discriminación que, dicho sea de paso, también hizo, y a veces con violencia física, el régimen anterior (...) Di nombres de personas que honran al país y que han sufrido expulsión de sus lugares de trabajo y hasta detención (...) Insisto, el trágico error es de los dos lados.
Una referencia más explícita a los dos demonios ante el representante de uno de ellos habría sido imposible.
En febrero de 1977, Sabato viajó a París para recibir el premio Medici al mejor libro extranjero de 1976 por su novela Abbadon, el exterminador, y allí insistió:
Porque la Argentina, desde hace ya muchos años, viene sufriendo un proceso de frustración creciente y de violencia que ha llegado ya a los límites de la crueldad y el sadismo de uno y otro lado. (La cursiva es mía).
Cómplices virtuales
El 15 de diciembre de 1983, el presidente Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas, cuyos miembros eligieron presidente a Ernesto Sabato. Los resultados de sus investigaciones se volcaron en un volumen de 490 páginas, titulado Nunca más, cuyo contenido devastador aportó pruebas más que suficientes para condenar a los jefes de las Juntas Militares que gobernaron Argentina desde 1976 y a algunos de sus subordinados comprometidos en los crímenes más clamorosos. Todo ello, también, por decisión del presidente Alfonsín.
Sin embargo, los militantes del segundo demonio no quedaron conformes. Juan Gelman, hoy premio Cervantes de Poesía y entonces prófugo de la justicia por su presencia en la cúpula de la guerrilla que pretendía convertir Argentina en una réplica de la dictadura castrista, escribió en El País (7-1-84) un artículo, titulado "Argentina: lobos juzgando a lobos", en el que menospreciaba las iniciativas del presidente Alfonsín y se jactaba de pertenecer al bando de los subversivos. Tampoco le perdonaron a Sabato que en el prólogo de Nunca más repudiara expresamente los hechos sangrientos "que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976". La nueva edición del libro, censurada por orden del entonces presidente Néstor Kirchner, suprimió toda mención a los crímenes del terrorismo, de los cuales, al fin y al cabo, el mandamás y su esposa sólo habían sido acompañantes virtuales, porque mientras unos fanáticos los perpetraban, y unos idealistas como Sabato y Alfonsín arriesgaban la vida defendiendo los derechos humanos, ellos empezaban a amasar su hoy cuantiosa fortuna en la Patagonia, al frente de un bufete especializado en el desahucio de morosos. Algo así como una franquicia de El Cobrador del Frac.
Se entiende que, atormentado por una realidad plagada de atrocidades, corrupción, cinismo, hipocresía y demagogia, Sabato exclamara, en un pasaje de su libro-testamento: "¡Qué horror, el mundo!", y que en otro pasaje entreviera la posibilidad de salvación en "esos analfabetos llenos de bondad, y los jóvenes con su candorosa esperanza". Menudo porvenir nos esperaría con semejantes salvadores. Lo ideal sería que la sociedad tuviera, como modelos, a un puñado de hombres armados de una rectitud ejemplar como la que exhibió a lo largo de toda su vida el atormentado y soñador, pero insobornable, Ernesto Sabato.