Por fortuna para los españoles, Alfonso XIII no fue tan mal rey como padre y marido. Los engaños y desprecios a su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg, a la que consideraba responsable de las enfermedades de sus hijos, duraron casi veinticinco años, hasta el punto de que los reyes se separaron en el exilio. El trato que dio a sus hijos fue aún peor.
Su primogénito, Alfonso (nacido en 1907), era hemofílico; pese a ello, el Rey se empeñó en mantenerle como príncipe heredero, hacerle sentar plaza de soldado y obligarle a practicar ejercicios violentos. El segundogénito, Jaime (1908), según la versión cortesana quedó sordomudo por una operación a que fue sometido siendo niño, pero otros historiadores sostienen que nació con esos defectos. Las infantas Beatriz (1909) y Cristina (1911), aparte de no recibir educación alguna, más que el protocolo real, estaban condenadas a no casarse jamás con otros miembros de la realeza por miedo a que transmitiesen la hemofilia. El último de los hijos, Gonzalo (1914), también era hemofílico. El único varón sano era el infante Juan (1913), pero su padre rehusó prepararle para la sucesión y modificar el orden de ésta. Juan ingresó en la Academia Naval en 1930 para ser oficial de la Armada.
Cuando toda la familia se encontró en el exilio, al exrey le entraron las prisas, y entonces decidió hacer lo que debió haber hecho mucho antes: había que ofrecer a los españoles monárquicos –muy pocos, a juzgar por los resultados electorales– un heredero sano. Por tanto, sobraban Alfonso y Jaime.
Las renuncias forzadas
Alfonso XIII había amasado una gran fortuna durante su reinado, gracias a la herencia de su madre y a negocios diversos; un tercio de ella, en torno a 45 millones de euros, según José María Zavala, se encontraba fuera de España. De sus familiares, sólo Victoria Eugenia disponía de patrimonio y renta propios, así como de la ayuda de sus parientes británicos; sus hijos dependían de él. El monarca había educado a los infantes para que sintieran reverencia y temor ante él, apenas habían conocido a otras personas que no fueran sirvientes y aduladores, y encima carecían de dinero y de habilidades.
Alfonso de Borbón y Battemberg se quito él mismo de en medio cuando comunicó a su padre que se había enamorado de una cubana, Edelmira Sampedro, a la que había conocido en Suiza, en una convalecencia. En junio de 1933, el padre le hizo firmar una renuncia a sus derechos en un papel, sin notario siquiera, y le concedió el condado de Covadonga. Así quedaba apartado el primogénito: renuncia voluntaria y matrimonio morganático, contra lo que establecía la pragmática dictada por Carlos III.
Una boda pactada por los padres
Jaime fue príncipe de Asturias sólo diez días. El día de la boda de su hermano, su padre y unos monárquicos le mostraron la renuncia de Alfonso y le pidieron que hiciera lo mismo por la causa; a cambio, le prometió el exrey, jamás le faltaría nada. Para cerrar con doble llave la puerta de la celda de Jaime, a la renuncia se unió el matrimonio desigual, éste buscado por el propio monarca, como cuenta el erudito Rodolfo Vargas:
Ni el mismo Rey las tenía todas consigo; por eso, se apresuró a buscarle a su hijo una novia adecuada. Adecuada, en este caso y en la mentalidad de Alfonso XIII, significaba: que fuera lo bastante noble como para ser la esposa de un Borbón, pero no lo suficiente como para convertirse en reina. Y es que, dígase lo que se diga de la pragmática de Carlos III, los sucesores de éste actuaron siempre como si los matrimonios desiguales fueran un impedimento insuperable para ser rey de España.
Alfonso XIII vivía en Roma, bajo la protección de su colega Víctor Manuel III y el régimen fascista. En la aristocracia de la Ciudad Eterna encontró a la candidata ideal. Se trataba de Emanuela de Dampierre, nacida en 1913. Era la hija mayor del noble francés Roger de Dampierre, vizconde de Dampierre, duque –pontificio– de San Lorenzo Nuovo, y de su primera esposa, la princesa italiana Vittoria Ruspoli, de los príncipes de Poggio Suasa. Por parte de padre descendía de la casa de Dampierre, emparentada con los Borbones. Emanuela y sus dos hermanos vivieron en París hasta que sus padres se divorciaron y ellos se trasladaron a Roma con su madre. Ésta amenazó a Emanuela con meterla en un convento si no accedía a casarse con Jaime.
La boda se celebró en la capital italiana en marzo de 1935. El noviazgo y su desenlace fueron tan rápidos y sospechosos que Victoria Eugenia no asistió a la ceremonia. Alfonso XIII concedió a Jaime el título de duque de Segovia. Poco más de un año después, el 20 de abril de 1936, nació el primer hijo del matrimonio, Alfonso. Se trataba del primer nieto varón del monarca derrocado. El segundo hijo, Gonzalo, nació el 5 de marzo de 1937. Ambos hermanos eran completamente sanos.
Dos hijos varones y sanos
La apresurada pareja duró junta poco más. Emanuela no se enteró de la renuncia de su marido a sus derechos dinásticos hasta 1938. Las debilidades de Jaime eran el alcohol y las mujeres. En 1947 se produjo la separación definitiva, mediante una sentencia de divorcio dictada por un tribunal civil de Bucarest, que se reconoció en Italia (en 1949) pero no en España. Jaime se marchó con una alemana, Carlota Tiedemann, y siempre anduvo corto de dinero –ya que su padre incumplió su promesa tanto en vida como en el testamento–, hasta el punto de ir a mendigar a Franco. Emanuela se unió a un agente de bolsa milanés, Antonio Sozzani. Ambos padres se despreocuparon de sus hijos, que pasaron su adolescencia en internados y en el caserón suizo de la abuela. Dampierre se divorció de Sozzani en 1967, año en el que inició una relación con el abogado napolitano Federico Astarita.
Con el tiempo, los príncipes Alfonso y Jaime se retractaron de las renuncias a las que les había forzado su padre. Para tranquilidad de los alfonsinos, convertidos en juanistas, Alfonso de Borbón y Battenberg murió a causa de su enfermedad, en septiembre de 1938, sin descendencia reconocida. Pero Jaime seguía vivo, era mayor que el infante Juan y encima su primogénito era también de más edad que el primogénito de su hermano, Juan Carlos, nacido en 1938.
Los monárquicos legitimistas franceses, que no aceptaban la regla de los matrimonios desiguales y sólo se regían por los principios de legitimidad y edad, le reconocieron como su rey, como ya habían hecho con Alfonso XIII en el exilio; cuando el infante murió, el título pasó a Alfonso de Borbón y Dampierre.
Para enredar aún más el lío dinástico, en España entró en vigor en 1947 la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que declaraba el país como reino y establecía que al generalísimo Franco le sustituiría un rey o un regente. Para optar al puesto de rey instaurado había que ser varón, católico y español, y jurado fidelidad a las Leyes Fundamentales. El candidato lo elegía Franco. De esta manera, las normas internas de los Borbones españoles quedaban abrogadas y Jaime podía soñar con ser él el propuesto, o al menos su primogénito. En consecuencia, declaró que no reconocía su renuncia.
Tres hombres abandonados
En los años siguientes, Emanuela se convirtió en un personaje tan incómodo para los buenos monárquicos como el infante Jaime. Su mayor alegría fue la boda de su primogénito, Alfonso, con la nieta del general Franco. En unos pocos años ese matrimonio se hundiría por incompatibilidad de los dos cónyuges. Cuando Carmen Martínez-Bordiú abandonó a Alfonso y a sus hijos, Francisco y Luis Alfonso, ella pasó mucho tiempo acompañándoles.
Quien vive tanto como doña Emanuela ve morir a mucha gente amada. Primero fue su nieto Francisco; en 1984, en un accidente de tráfico. Conducía su padre. Después (1989) fue el propio duque de Cádiz, degollado por un cable de acero en una pista de esquí, hecho que ella creyó consecuencia de una conspiración contra la restauración monárquica en Francia. Su otro hijo, Gonzalo, falleció en 2000. Al menos vio al único superviviente de su sangre, Luis Alfonso, casarse en 2004 y engendrar tres biznietos: Eugenia (2007), Luis (2010) y Alfonso (2010).
El 3 de mayo, a los 99 años de edad, Emanuela Dampierre, viuda de un infante de España y considerada reina madre por los legitimistas franceses, murió en Roma. Su vida advierte a quien entra en una familia real que puede perder su libertad, su honor y hasta su felicidad.