Los criollos independizaron el virreinato de la Nueva España en 1821. El nuevo país, llamado México, parecía tener un futuro prometedor: era el tercero más extenso del mundo, después de Rusia y China, y el único con costa en el Atlántico y el Pacífico; era la etapa principal en el viaje anual del Galeón de Manila, la más larga y duradera línea transoceánica del mundo, y su prosperidad había sido elogiada por Alexander Humboldt. Su primer gobernante, Agustín de Iturbide, se proclamó emperador, aunque duró menos de un año en el trono.
En los años siguientes México perdió la mitad de su territorio en guerras con Estados Unidos y sufrió todo tipo de dictaduras, más una invasión francesa –para instaurar un nuevo imperio con un Habsburgo como monarca–. La resistencia al francés –y a sus aliados locales– estuvo comandada por el presidente Benito Juárez. Entre los jefes militares que destacaron en la guerra se contaba Porfirio Díaz, que derrotó a los franceses en la Batalla de Puebla, el 2 de abril de 1867, y tomó la ciudad de México, en junio de ese mismo año. Desde entonces, el general, nacido en Oaxaca en 1830, se convirtió en una figura nacional y trató de hacer política.
En agosto de 1867 se celebraron elecciones presidenciales, en las que contendieron Juárez y Díaz. El primero obtuvo 2.344 votos y el segundo, 785. ¡Así eran las elecciones republicanas: votaban sólo los ricos, y no todos!
El peligro de la reelección
Un hábito en los gobernantes mexicanos hasta entrado el siglo XX fue el de buscar la reelección, cosa que enfurecía a sus rivales. Todos los políticos con aspiraciones a la jefatura del Estado temían que el presidente en ejercicio se eternizase y emplease sus enormes poderes para aplastarlos.
Cuando Juárez (1867-1872) y Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876) anunciaron que se presentarían a la reelección, Díaz se sublevó con el lema de la no reelección, contenido en los planes de La Noria (1871) y Tuxtepec (1876). En este último año derrotó a Lerdo y se convirtió en presidente provisional.
Díaz estuvo en la presidencia entre 1877 y 1880. Promovió entonces (1878) una reforma constitucional que lo capacitaría para una sola reelección, siempre que entre medias hubiera transcurrido al menos un mandato presidencial completo. Tal presidencia interina la acabó desempeñando su testaferro Manuel González (1880-1884), compañero de armas. El historiador Enrique Krauze dice con ironía que González fue el primer tapado de la historia de México.
Veintisiete años de reinado
Cumplido el requisito constitucional, dio comienzo el Porfiriato. En 1887 una nueva reforma permitió a Díaz reelegirse para el período inmediato. Sin embargo, para ejercer un tercer mandato tenía que dejar un período inhábil. La reforma de 1890 borró de la Constitución de 1857 todo impedimento para que el general continuara en la presidencia. En 1904, meses antes de una nueva elección, se alargó el mandato presidencial a seis años.
El régimen fue despolitizándose, aunque mantuvo su molde jacobino y masónico (Díaz, hijo de la Viuda, unificó las dos obediencias, la Escocesa y la de York). Al final, su lema era "Poca política y mucha administración", y su camarilla estaba conformada por los cientifistas, una especie de tecnócratas.
Díaz también sosegó las relaciones con los católicos. Los anteriores gobernantes, igualmente masones, habían perseguido a la Iglesia como hicieron los exaltados y los progresistas en España, con medidas como la expulsión de los jesuitas, la confiscación y venta de bienes eclesiásticos, la prohibición de que las órdenes religiosas se dedicaran a la enseñanza... El Porfiriato no derogó las leyes anticlericales, pero dejó de aplicarlas.
En cuanto a la paz social, se obtuvo gracias no sólo al desarrollo económico, también a la represión de las protestas obreras.
Una promesa incumplida
La revista Pearson’s Magazine publicó en marzo de 1908 una entrevista del periodista James Creelman a Díaz. El anciano declaró que se retiraría al final de ese mandato, dos años más tarde, y adujo como argumentos, por un lado, que la paz de México estaba garantizada después de más de veinticinco años de despotismo y crecimiento económico, y, por otro lado, su edad, que sería en 1910 de 80 años. También expuso sus innegables éxitos: más de 12.000 escuelas abiertas, alfabetización de un tercio de la población, construcción de 30.000 kilómetros de vías férreas y 72.000 kilómetros de líneas telegráficas; superávit de la balanza comercial; multiplicación de las importaciones por ocho y de las exportaciones por cinco...
Pese a su compromiso, Díaz se presentó como candidato en 1910, con el Plan de San Luis en el que proponía como "ley suprema de la República" el principio de "no reelección del presidente y el vicepresidente".
En vísperas del nuevo fraude apareció el Partido Anti Reelección, promovido por el hacendado (y espiritista) Francisco Ignacio Madero, con el siguiente lema: "No reelección, sufragio efectivo". Las mismas palabras que pronunciara Díaz antes de acceder al poder.
En las elecciones del 26 de junio, Díaz obtuvo 18.625 votos y Madero sólo 196. El presidente siguió en su palacio y el oponente acabó en la cárcel. Al año siguiente estalló una rebelión, que Díaz trató de anular mediante un ardid sugerido por su ministro y consejero José Yves Limantour: reintroducir en la Constitución la no reelección.
La huida a Europa
La súbita recuperación del Porfiriato de la fe en la no reelección no convenció a los revolucionarios, cuyas columnas siguieron avanzando hacia la capital. El 25 de mayo de 1911 –hace ahora cien años, pues– el presidente presentó la renuncia mediante una carta remitida a los secretarios de la Cámara de Diputados, y el 31 zarpó de Veracruz rumbo a Europa. Se estableció en París, donde murió en julio de 1915. Los restos de varios ex presidentes mexicanos fallecidos en el extranjero fueron más tarde repatriados, pero los de Díaz permanecen en el cementerio de Montparnasse.
Los juicios sobre el Porfiriato en México han ido suavizándose con el paso del tiempo. En la actualidad, se reconoce a Díaz que detuvo el desmembramiento nacional a manos de Estados Unidos, y que de hecho unificó el país después de cincuenta años de verdadera dispersión. Gracias a él, el presidente acaparó nuevas funciones, como la de nombrar a los gobernadores, lo que disminuyó el caciquismo regional. Su dictadura fue una consecuencia inevitable del régimen ingobernable establecido por la Constitución de 1857.
El propio Madero elogió al dictador con estas palabras:
Ha podido llevar a cabo una obra colosal (...) que ha consistido en borrar los odios profundos que antes dividían a los mexicanos y en asegurar la paz por más de 30 años.
Guerras hasta los años 30...
Madero accedió a la presidencia en noviembre de 1911, pero él y su vicepresidente fueron asesinados por el general Victoriano Huerta en febrero de 1913. Comenzó entonces una larga guerra civil que, con diversas treguas y pausas, se prolongó casi dos décadas. Los revolucionarios combatían entre sí, a los indios y a los católicos; la persecución a éstos produjo la guerra cristera. También en esos años (1917) se elaboró la Constitución aún vigente, y se asentó el principio de no reelección.
Otro general, Álvaro Obregón, que había sido presidente entre 1920 y 1924, tenía tal fuerza que consiguió que se cambiase la Constitución para que pudiera reelegirse a un expresidente... con la condición de que hubiera un mandato inhábil entre medias. Obregón fue reelegido, pero antes de que tomase posesión, en julio de 1928, José León de Toral le asesinó para evitar una nueva persecución a los católicos.
... y dictadura de partido hasta 2000
En los años siguientes se configuró el Partido de la Revolución Nacional, más tarde Partido Revolucionario Institucional, que Lázaro Cárdenas (1934-1940) puso al servicio del jefe del Estado. Se aseguró así la estabilidad política mediante la sucesión de individuos del mismo partido. Algunos presidentes ganaron las elecciones con más del 90% de los votos emitidos.
Esta dictadura de partido atenuada por la corrupción empezó su decadencia en los años 80: las formaciones opositoras ganaron algunas elecciones y el Gobierno federal reconoció sus triunfos. El sistema funcionó tan bien, que ningún candidato ajeno al PRI ganó las presidenciales en 70 años.
México ha tenido tres emperadores: Agustín de Iturbide, Maximiliano de Habsburgo y Porfirio Díaz. A partir de los años 30, el emperador sería un partido, el PRI, dentro del cual se seleccionaba a los regentes –todos ellos pertenecientes a la familia revolucionaria–, cuyos mandatos duraban seis años.
Este último emperador podría recuperar el trono en las elecciones presidenciales y parlamentarias del año que viene...