Su creador, Clive Sinclair, había comenzado muy pronto en esto de la electrónica. Hijo de ingenieros, en lugar de estudiar quiso trabajar pronto a fin de lograr el capital necesario para fundar su propia empresa. Tras unos años en el sector editorial, dirigiendo revistas y escribiendo libros de electrónica, pudo fundar en 1961 su primera compañía, Sinclair Radionics, mediante la cual comenzó a vender sus kits de electrónica para equipos de radio y alta fidelidad. Durante la segunda mitad de los 60, su nombre empezaría a hacerse conocido por fabricar los aparatos de radio más pequeños del mundo: Micro-6 y Micromatic, gracias a los cuales ganó a los japoneses en su especialidad.
Sin embargo, sería en los 70 cuando alcanzaría sus mayores éxitos, al involucrarse en la cruenta guerra de las calculadoras. En el verano de 1972 lanzaría la Sinclar Executive, la primera calculadora de bolsillo, cuyo tamaño era más o menos parecido al de un iPhone. Sus ingenieros lograron reducir el consumo de estos aparatos de 350 a 30 milivatios, cortando la corriente doscientas mil veces por segundo. Al ser tan rápido, ni a la pantalla ni a los chips les daba tiempo a apagarse del todo, de modo que recordaban qué estaban haciendo y podían cumplir su cometido. Gracias a ello pudieron emplear pilas de botón en lugar de las que se empleaban entonces, mucho más grandes.
Ahora bien, la ruina de Sinclair Radionics era inminente. Y no por las calculadoras, como le sucedería a tantas y tantas empresas de electrónica de la época, sino por el lanzamiento en 1975 de un reloj digital, el Black Watch, un cacharro tremendamente sensible a la electricidad estática, tanto que en muchas ocasiones ya salía de fábrica estropeado, o se fastidiaba cuando lo rozaba una prenda de nylon. Para colmo de males, las baterías duraban sólo 10 días, y se atrasaba o adelantaba dependiendo de la temperatura ambiente. Un desastre que arruinó la empresa a base de devoluciones.
El Gobierno laborista de entonces la salvó; los intentos de reflotarla mediante un televisor portátil y un ordenador llamado New Brain fracasaron y en 1979 el Gobierno acabó por echar a Clive Sinclair de la que había sido su empresa para proceder a dividirla y vender los pedazos, como hacía el malvado capitalista Richard Gere antes de ser salvado por Julia Roberts.
El ingeniero sin título tenía un Plan B. Años atrás había comprado otra compañía sin actividad con la intención de volcar en ella sus esfuerzos si las cosas iban mal en Radionics. Llamada Sinclair Instruments, logró lanzar con éxito una calculadora de pulsera y un microordenador personal en forma de kit, el MK-14, que costaba sólo 40 libras frente a los precios más comunes entonces, de entre 400 y 750 libras; claro, que los demás ordenadores podían hacer cosas útiles y éste, como en su día el Altair 8080, era un juguete para aficionados a la eléctrica. Pero tuvo éxito y permitió a su fundador encontrar un refugio tras su despido.
El camino al ZX Spectrum
Clive Sinclair tendría su epifanía al leer un artículo del Financial Times en el que se auguraba que en el plazo de cuatro o cinco años habría ordenadores por menos de cien libras. Además de cambiar el nombre de su empresa compulsivamente (pasó a ser Science of Cambrdige, luego Sinclair Computers y finalmente Sinclair Research), se esforzó por arruinar aquella predicción anunciando ocho meses después, en enero de 1980, el lanzamiento del ZX80.
Con un precio de 80 libras en forma de kit y 100 ya montado, el ZX80 redujo los costes empleando una poco duradera membrana táctil como teclado, un televisor como monitor y un casete como sistema de almacenamiento, estos dos últimos no incluidos, claro. Tenía 1 kilobyte de memoria RAM, los números sólo alcanzaban los cinco dígitos y los decimales... como que no se le daban muy bien. Sinclair, pensando en el mercado educativo, incluyó el lenguaje Basic, lo que terminaría provocando que un buen número de programadores aprendiéramos el oficio con ese lenguaje. Fue un gran éxito para la época, vendiéndose unas 50.000 unidades.
Al año siguiente, Sinclair presentó el ZX81. Prácticamente idéntico a su sucesor pero empleando menos chips, tenía un precio menor: 50 o70 libras, dependiendo de si había que montarlo o venía ya completo de fábrica. Pese a errores graves de diseño –por ejemplo, daba 1,3591409 como resultado de la raíz cuadrada de 0,25, en lugar de 0,5–, el ordenador traspasó las fronteras de Gran Bretaña y vendió millón y medio de unidades antes de ser reemplazado por la obra que valdría a Sinclair un huequecito en la historia de la informática: el ZX Spectrum.
Venía en dos versiones, de 16 y 48Kb, y podía mostrar colores en pantalla y emitir sonidos. El teclado había mejorado, levemente, con la introducción de teclas de goma en lugar de la membrana táctil. Entre el modelo original y sus sucesores se venderían unos cinco millones. Era más caro y ya no se vendía como kit, pero por 125 libras, o 175 si se quería con más memoria, se disponía de un ordenador bastante completo que para muchos, incluyendo a quien escribe esto, supuso su primer contacto con la informática: existe toda una generación Spectrum entre la profesión.
Pese a su intención educativa, lo cierto es que el Spectrum terminó convirtiéndose en una máquina dedicada principalmente a los videojuegos; de ello se encargarían principalmente los mismos jóvenes que gracias a él pusieron sus zarpas encima de un ordenador por primera vez. Se han programado para el Spectrum alrededor de 20.000 títulos, que a pesar de incluir software profesional como bases de datos o procesadores de texto fueron principalmente juegos; aún hoy siguen existiendo máquinas clónicas en el este de Europa, como el Pentagon 1024SL, con cuatro megas de RAM y disco duro, y hay pirados que continúan haciendo videojuegos para él.
La ruina
Desgraciadamente, los días de vino y rosas duraron poco. Sinclair empezó a ser una figura popular en Gran Bretaña, donde se le conocía como "tío Clive". El Gobierno de Thatcher, al que apoyó incansablemente, le otorgó el título de caballero. Pero como sucediera en Radionics, pronto llegarían los fracasos. El primero fue el ordenador destinado a suceder al Spectrum, al que llamó QL. Lanzado poco antes que el Mac, en 1984, era más caro (cerca de 400 libras) y estaba destinado a un mercado más profesional. Pese a disponer de multitarea antes que nadie e incluir un paquete ofimático, se lanzó prematuramente y estaba repleto de errores de diseño. Además, el mercado profesional se comenzaba a volcar hacia el PC, y siendo el QL incompatible con el Spectrum, los propietarios de éste no tenían razones para cambiarse.
Pero lo peor, no obstante, fue el desarrollo y lanzamiento del C5, un viejo empeño que arrastraba Sir Clive desde los años 70. Era un vehículo eléctrico que alcanzaba sólo los 25 kilómetros por hora y era incapaz de subir cuestas si no se le ayudaba pedaleando. Encima se presentó en el duro invierno británico, y el cacharro no tenía techo: se vendieron 12.000 unidades. En la ruina, Sinclair se vio obligado a vender su empresa a Amstrad, su principal competidor, que produciría nuevas versiones del Spectrum hasta 1990.
La generación que creció con los ordenadores Sinclair ya se ha convertido en gente importante. Por poner un ejemplo, Linus Torvalds, el creador de Linux, aprendió a programar con un QL, y su segundo de a bordo, Alan Cox, comenzó haciendo juegos para el Spectrum.
El tío Clive sigue en activo, a sus 70 años. Su último producto es una bicicleta plegable hecha con materiales ultraligeros. Y planea lanzar la X1, una bici asistida por un motor eléctrico que recuerda al C5. Eso sí, esta vez con techo.
Pinche aquí para acceder al resto de la serie CEROS Y UNOS.