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SECRETOS DE LA TRANSICIÓN

'El País' y "la superderecha" de Suárez

Después de que el Rey escogiese al falangista insustancial Adolfo Suárez como presidente, los enterados no asimilaban la derrota de otros candidatos más aperturistas o experimentados.


	Después de que el Rey escogiese al falangista insustancial Adolfo Suárez como presidente, los enterados no asimilaban la derrota de otros candidatos más aperturistas o experimentados.

En una época en que la falta de transparencia y de libertad de expresión fomentaba la rumorología y las conspiranoias, surgieron varias explicaciones sobre el acceso de Suárez. El País dio una delirante: todo era una maniobra de "la superderecha".

Suárez juró su cargo ante el Rey el 5 de julio y, en declaraciones a la agencia Logos que difundió TVE esa misma noche, aseguro que no era verdad que su nombramiento fuera "un asalto al poder de la tecnocracia". El 6, antes de que se conociese la composición del Gobierno, es decir, mientras Suárez y sus acólitos recibían negativas de personalidades como José María de Areilza y Manuel Fraga, el diario El País, que había salido a la calle en mayo, publicó un reportaje de investigación (sic) que desvelaba una poderosa conjura: "Nombres para una crisis. Lo que hay detrás del relevo del Gobierno".

La tesis del artículo era que el "carrerismo" había vuelto: una mezcla de Opus Dei, tecnócratas, banca, empresas eléctricas y continuistas del franquismo. A esta amalgama, el anónimo redactor la llamaba "la superderecha". Reproducimos algunas de sus afirmaciones:

La base de la investigación podría ser ésta: de los tres propuestos al Rey para jefe de Gobierno, dos son consejeros del mayor Banco del país [Banesto].

(...) en el Consejo del Reino toman asiento Antonio María de Oriol, Iñigo de Oriol y Miguel Primo de Rivera, yerno éste del primero. Iñigo de Oriol es hijo de José María de Oriol, hermano a su vez de Antonio. José María e Iñigo de Oriol son cabezas que dirigen la primera sociedad energética del país, Hidroeléctrica Española. Las relaciones entre Hidroeléctrica y Banesto son estrechas: José María de Oriol preside la primera y se sienta en el Consejo del segundo.

(...) Torcuato Fernández-Miranda, personaje central en el desarrollo de la crisis, es un profesor separado de los centros de interés económico. Durante los años 69 al 73 fue ministro Secretario General del Movimiento y elaboró la doctrina pluriformista, pretendido recambio al pluralismo ideológico que ya apuntaba en la sociedad española. Las habilidades logomáquicas del presidente de las Cortes, inventor también de la trampa saducea, hacen preguntarse a la opinión qué quiso decir cuando declaró, al final de la última sesión del Consejo del Reino: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido". El almirante Carrero le demostró su confianza haciéndole vicepresidente.

(...) La línea que va desde los equipos tecnocráticos a los centros de poder económico se aglutinó en el pasado en torno al almirante Carrero, con la benevolencia de Franco, más indiferente ante las pequeñas cosas a medida que cumplía años. La concatenación de lo que podría llamarse la superderecha se sigue bien a través de la conexión Carrero Blanco-tecnócratas (López Bravo, López Rodó, Letona), Banca (Garnica, Luis Valls Taberner, López Bravo, Fernández de la Mora, Federico Silva, Calviño de Sabucedo), Empresas eléctricas (Oriol, De la Mora), Asociaciones dentro del Movimiento (Oriol, Fernández de la Mora, Martínez Esteruelas), Monopolios estatales (Silva Muñoz, Carlos Pinilla, Valero Bermejo).

(...) Su asesinato [el de Carrero Blanco] por terroristas en 1973 desarticuló inicialmente el carrerismo, como aparato de poder y como solución de continuidad a los intereses creados en torno al franquismo. Pero los carreristas seguían existiendo. Adolfo Suárez, vicesecretario general del Movimiento con Fernando Herrero Tejedor (hombre del Opus Dei), era persona querida y de la confianza del almirante.

En realidad, Fernández-Miranda y Suárez obedecían únicamente al Rey, pero los enterados no querían aceptar esa posibilidad.

Un folletín de conspiraciones

El texto contiene todos los tópicos de los folletines de sociedades secretas y conjuras escritos por Alejandro Dumas, Eugenio Sue, Sax Rohmer y Dan Brown, más un barniz de materialismo marxista. Falta una mujer joven y hermosa en peligro, pero si se mete al Opus las mujeres no tienen espacio. Se trata de descubrir a unos conspiradores ocultos para salvar a una sociedad ignorante; diversos círculos de poder (religiosos, políticos, financieros) tienen el objetivo común de dominar el país; los malos están en todas las instituciones, incluso (un clásico) junto a la cabecera del Rey, y disfrutan de una omnipotencia pasmosa. Hay también la sombra de un malvado que sigue influyendo después de muerto: el almirante Carrero. Por último, un nombre para definir todo ese conglomerado. Ya no vale derecha dura, ni caverna, ni búnker, ni fascismo; no, tiene que ser algo más turbador, inquietante: la superderecha, definida como "el poder económico y el político aliados en una simbiosis perfecta con el integrismo eclesiástico".

Alfonso Osorio, ascendido a vicepresidente segundo en el nuevo Gobierno, cuenta (Memorias de un ministro de la Monarquía) que él y Suárez en esos días estudiaron juntos los análisis y editoriales publicados en la prensa española y extranjera:

Repasamos de entrada la situación y comentamos el durísimo artículo de Le Figaro, de Guilleme Boulen; el publicado, sobre interferencias bancarias en la resolución de la crisis presidencial, por El País, artículo este realmente fantástico en su concepción.

El sensacionalismo vende

Justo el día en que se conocía la designación de Suárez salía a la venta la revista Cuadernos para el Diálogo, en cuya fundación había participado Cebrián. La portada de su número 166 (del 3 al 9 de julio) rezaba: "Los personajes de La Zarzuela. Quién es quién en el gabinete del rey". Se trataba de un reportaje elaborado, lógicamente, antes del cese de Arias y la composición de la terna, y en él se exponían las creencias religiosas y las ideas políticas de algunos de los empleados de la Casa Real. El punto común entre los citados era su relación con el Opus Dei o su fortuna. El País había integrado este reportaje en la conspiración que desveló el día 6.

Una consecuencia de los artículos publicados en El País es que el Rey, al que tanto había elogiado el periódico, quedaba como un pelele que se sometía a las presiones de los franquistas acérrimos y de los financieros. En unos pocos días, Juan Carlos I había pasado de ser un hombre de carácter, cuyos aciertos se elogiaban, a un monarca vacilante que por miedo se rendía a sus cortesanos.

Otra consecuencia de la revelación de la seudoconspiración fue que, a partir del 5 de julio, El País subió en ventas. Cuando Jesús Polanco, consejero delegado de Prisa, interpeló a la dirección del periódico por la publicación de semejante acusación sin pruebas, le respondieron, precisamente, que se necesitaban golpes de efecto para subir la tirada.

El País, en cuyo accionariado había varios exministros de Franco y que estaba dirigido por un miembro de la aristocracia azul del periodismo, jugaba a ser un diario antisistema. ¡Y sus lectores se lo creían! Mientras la extrema derecha seguía creyendo en la conspiración judeo-masónica, los progresistas se estremecían con la conjura opusdeísta-bancaria. El público, ansioso de emociones fuertes, devoraba los folletines de la prensa de calidad.

Llegó el verano y los analistas se fueron de vacaciones. Al regreso, El País se encontraba más calmado, y las fantásticas revelaciones sobre el negro origen del Gobierno se disiparon como las nubes después del aguacero. Suárez pasó a ser el presidente que estaba desmantelando el franquismo y preparando unas elecciones libres. Así lo reconoció Ricardo de la Cierva, entonces cronista político de El País y luego ministro de Cultura del abulense.

Desprecio de Cebrián a Suárez

El director de El País, en cambio, no dio su brazo a torcer. En una tribuna publicada el 1 de septiembre mantuvo la versión de las presiones ocultas a favor de Suárez y dudó de que éste consiguiera que las Cortes aprobaran una reforma constitucional.

Empeñarse en hacer pasar la reforma por las Cortes, bajo el pretexto de la legalidad, sigue siendo una manera de ocultar el miedo a las posiciones más reaccionarias de la derecha conservadora.

En unas semanas, todas las profecías y los miedos de Cebrián quedaron desbaratados. En los años siguientes se sucederían "espectaculares transformaciones", tal como las calificó El País en otro de sus editoriales (15-IV-1978). De acuerdo con la cicatería que empezaba a caracterizar al periódico, todos esos méritos se atribuían en exclusiva al Rey. Pese al ninguneo que recibía, Suárez desarrolló una dependencia respecto a El País que afectó a toda la derecha y que sólo dos de sus líderes, y sólo mucho después, se atrevieron a romper: José María Aznar y Jaime Mayor Oreja.

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