La idea la tuvieron dos periodistas: Darío Valcárcel, monárquico juanista, y Carlos Mendo, uno de los mayores admiradores que ha tenido Manuel Fraga. Ambos se conocieron en ABC, conspicuo nido de rojos. Valcárcel y Mendo tenían en mente la prensa anglosajona. Los periodistas ofrecieron el proyecto a sus jefes, los miembros de la familia Luca de Tena, pero éstos, "verdaderos águilas en lo que a los negocios se refiere" (Jesús Cacho, en El negocio de la libertad, dixit), lo rechazaron.
Mendo y Valcárcel, a los que se unió el hijo del filósofo Ortega y Gasset, José Ortega Spottorno, editor de la Revista de Occidente, empezaron a buscar accionistas para Prisa, la sociedad editora, que se constituyó en 1972. El objetivo era conseguir un accionariado plural y diverso, en el que nadie tuviera un porcentaje que le permitiera marcar la línea editorial. De esta manera, entraron franquistas reformistas, juanistas, democristianos, liberales, nacionalistas catalanes y vascos; curiosamente, no hubo socialistas del PSOE. En una ampliación de capital realizada en 1973, el editor de libros de texto para colegios Jesús Polanco invirtió 500.000 pesetas.
Aunque los retrasos del permiso para salir (la solicitud se presentó en el Ministerio de Información en junio de 1972, y la autorización se concedió en septiembre de 1975) hicieron cundir el desánimo, Polanco, al que se había designado consejero delegado, visitó a José Miguel Ortí Bordás, ex jefe nacional del SEU y entonces presidente del Banco de Crédito Industrial, al objeto de solicitarle un crédito para la compra de una rotativa. Ortí le concedió uno de 133 millones de pesetas a doce años y a un interés muy favorable. Alberto Oliart, actual director de RTVE, entonces director general del Banco Hispanoamericano, también dio músculo financiero a Prisa.
Cebrián, el director elegido
Como director se pensó en Mendo; pero cuando en 1973 éste se marchó de jefe de prensa de Fraga a la embajada de España en Londres, Valcárcel propuso el nombre del joven Juan Luis Cebrián, hijo de un periodista falangista, que se aceptó. Ahora bien, como la autorización para la salida del periódico no llegaba, Cebrián, que sólo contaba 29 años, prefirió el cargo de director de los servicios informativos de RTVE, a las órdenes de Pío Cabanillas, otro de los implicados en El País. Duró en ese puesto unos meses. Después, con tal de asegurarse el nombramiento de semejante bicoca, Cebrián viajó varias veces a Londres para halagar el inmenso ego de Fraga.
El ex ministro de Franco escribió en sus memorias testimonios de la coba que recibió:
Lunes, 27 [de enero de 1975], pasa por Londres Cebrián, el que iba a ser director de El País. Almorzamos juntos y luego tuvimos una larga conservación sobre lo que debía ser el periódico. Dos cosas quedaron claras, que no se cumplieron, tant s’en faut. La primera, que él se embarcaba "conmigo y por mí" en aquella empresa; la segunda, que el periódico sería liberal y avanzado, pero que en él "no entraría un solo marxista". Hablamos en detalle de todo; le di ideas hasta para la crítica de libros y de espectáculos. Nos despedimos llenos de acuerdo y de esperanzas.
Cebrián introdujo en la redacción a muchos de los periodistas que desde entonces han moldeado la opinión de la sociedad española. Por ejemplo, Félix Monteira, secretario de Estado de Comunicación del Gobierno; Fernando González Urbaneja; Eduardo San Martín, ahora subdirector de ABC; José Luis Martín Prieto, que sustituyó a Valcárcel como subdirector y hombre de confianza de Cebrián hasta que la amistad se rompió. Entre los columnistas y tribunos de los primeros tiempos destacaban Ricardo de la Cierva, Julián Marías, José María Gil-Robles, Camilo José Cela... Junto a ellos aparecieron firmas que eran habituales en el diario falangista Arriba en 1945, como las de Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar. Pocos años después, a los educados les sustituyeron Eduardo Haro Tecglen, Almudena Grandes, Juan José Millás y Maruja Torres.
Malas costumbres
En el periódico, un sector, encabezado por Valcárcel, apostaba por José María de Areilza, ministro de Exteriores, como presidente del Gobierno. Cuando, en julio de 1976, el Rey nombró al falangista Adolfo Suárez, los directivos de El País se irritaron tanto que publicaron un artículo en el que se aseguraba que el nombramiento estaba impulsado por una conspiración. Pronto empezaba la tradición del periódico de dar sopapos a los Gobiernos cuando le contradecían. Y también de ocultar las noticias que le desagradaban.
Jean-François Revel cuenta en El conocimiento inútil que en 1980 preguntó a Cebrián por qué El País no había dado la noticia de que el secretario general del PCF había marchado al Reich de Hitler como trabajador voluntario en vez de como deportado, como sostenía la versión oficial. Y Cebrián le contestó que el jefe en funciones de la sección de Internacional era comunista y había desechado la noticia.
Entre 1977 y 1983, El País se transformó en otra cosa distinta de la que tenían en mente sus fundadores. El consejero delegado y el director se aliaron para quedarse con el periódico. Polanco, según ha contado Martín Prieto (El Mundo, 22-7-2007), "con el tiempo y con malas artes desplazó al bueno de José Ortega Spottorno hacia una presidencia de honor quedándose don Jesús con el puente de mando y la mayoría accionarial, tras largas luchas en las que los millones viajaban por Madrid en maletines". El País dejó de "ser un periódico de muchos para pasar a ser de uno solo" (J. Cacho).
La noche del 23-F
El País cambió el periodismo que se hacía en España. Mejoró el estatus laboral del periodista y estableció un modelo de diario al que sus competidores trataban de aproximarse (en lo relacionado con la maquetación, los suplementos, las corresponsalías...). En 1981 ya era el periódico con mayor difusión de España.
Sobre el comportamiento de la cúpula de El País el 23-F, Martín Prieto ha contado que él y Cebrián estaban en el despacho del primero cuando Polanco irrumpió y les dijo que el periódico no debía salir al día siguiente, por si ganaban los golpistas. Cebrián se empeñó en sacar una edición extra y Polanco se marchó dando un portazo (v. Época, 27-6-2005).
En los 80, Jesús Polanco, a quien hasta entonces apenas nadie conocía, se convirtió en uno de los hombres más poderosos de España, y junto a él Cebrián. Con la ayuda del Gobierno de Felipe González, Prisa levantó un imperio: la cadena SER y un canal de televisión de pago. Luego llegaron la compra de Antena 3 Radio, declarada ilegal por el Tribunal Supremo, las librerías Crisol, la expansión a América, las productoras de cine... Como escribió Federico Jiménez Losantos (La dictadura silenciosa), un español podía nacer, vivir y morir consumiendo sólo obras de entretenimiento y cultura elaboradas por el imperio de Polanco.
El intelectual colectivo de la Transición
Las claves de la hegemonía de El País en la opinión pública no residen únicamente en su calidad técnica ni en la gestión de sus directivos. Como Loewe vende elegancia, El País vendía modernidad y europeísmo. Pero la mercancía estaba envenenada. El primer número de la revista dominical El País Semanal, en octubre de 1976, se dedicó a las españolas que marchaban a abortar a Londres; hoy, las europeas vienen a España a abortar.
Como escribió José Luis López-Aranguren, el mérito de El País consistió "en que se adelantó al PSOE y codirigió intelectualmente con él el proceso de la Transición político-intelectual". Este mismo pensador, acusado después de su muerte de haber sido delator en el franquismo, había definido en 1983 al periódico como "nada más y nada menos que nuestro gramsciano-neocapitalista intelectual colectivo, la empresa cultural de la España posfranquista". Es decir: un auténtico creador de ideas, conductas y opiniones.
Ya no da miedo
Pero El País no ha escapado al destino de la España que ha forjado. La difusión de internet y su apoyo al PSOE de Rodríguez Zapatero, hasta mentir con el terrorista suicida encontrado entre los muertos del 11-M, han tenido sus consecuencias. Por un lado, Zapatero ha montado su propio grupo mediático; por otro, los lectores jóvenes no compran El País, ya que la lectura de sus editoriales les produce dolor de cabeza.
Doblado por los años (la mayoría de sus estrellas ha superado la edad de jubilación) y por las deudas de Prisa, El País es el ogro viejo y desdentado que ya da más risa que miedo. Ahora bien, sólo dos políticos se han atrevido a rechazar entrevistas con el diario en campañas electorales: José María Aznar en 2000 y Jaime Mayor Oreja en 2009. Ambos ganaron.
Menos de cuatro años después de la muerte de don Jesús, la familia Polanco ha perdido el imperio que fundó su patriarca. El administrador, de nuevo, se ha desembarazado de los dueños para quedarse con la finca. Pero, ¿para qué?, ¿para conducir un negocio con fecha de extinción? Quizás por ello, Cebrián no sólo se ha incorporado al consejo de administración de Telecinco, sino que, además, ha elogiado a Belén Esteban.