El crimen habría dejado de poder perseguirse, precisamente, el día 28. Sin embargo, en julio de 2010 se decidió que no prescribieran los delitos considerados muy graves y cometidos después de 1985. Se trata de una ley ad hoc que tiene por objeto, obviamente, impedir que el asesinato de Palme prescriba y permitir que prosiga la investigación criminal.
El magnicidio
La mañana del viernes 28 de febrero de 1986 Olof Palme, tras jugar un partido de tenis y visitar una tienda de ropa de caballero, acudió a su despacho. Allí recibió, entre otros, al embajador iraquí en Estocolmo, Mohamed Saeed el Sahaf, que luego fue muy conocido como ministro de Información de Sadam Husein. El diplomático se quejó de las armas que una compañía sueca, Bofors, estaba vendiendo a Teherán en plena guerra irano-iraquí. La responsabilidad de Palme en el asunto no le alcanzaba sólo por ser el primer ministro de Suecia, también por desempeñar el cargo de mediador en el conflicto por nombramiento expreso de la ONU.
Ido el embajador, Palme pasó la siguiente hora encerrado en su despacho sin recibir visita alguna. Nadie sabe en qué ocupó ese tiempo. Cuando fue a almorzar al comedor del Rosenbad, el edificio de la Cancillería sueca, algunos lo encontraron de muy mal humor. Tras la comida concedió una entrevista a una revista sindical, y el periodista recuerda que se negó a fotografiarse junto a una ventana diciendo: "Nunca se sabe lo que puede estar esperándote ahí fuera".
A las seis de la tarde Palme, sin escolta, abandonó el despacho y se marchó a casa. Era muy conocido el disgusto que le provocaba tener que ir con vigilancia, y con frecuencia prescindía de sus guardaespaldas. Tal costumbre era de algún modo jaleada por la opinión pública, a la que enorgullecía que su primer ministro pudiera pasear tranquilamente por las calles de Estocolmo sin custodia alguna.
Antes de que Palme llegara a casa, Lisbet, su mujer, había comentado por teléfono con su hijo la posibilidad de ir al cine. Marten había sacado dos entradas, para él y para su novia, en el cine Grand. Cuando Olof llegó, su mujer le habló de la posibilidad de ir los cuatro a ver la película. Sin embargo, él no se decidió hasta las ocho de la tarde. Fue entonces cuando habló por teléfono con su secretaria y le dijo que iba a ir al cine, pero no le dijo a cuál, con lo que, aunque hubiera tenido pinchado el teléfono, los asesinos no hubieran podido saber su destino.
Al llegar al cine, Lisbet y Olof se encontraron con Marten y su novia. Había una gran cola para sacar las entradas. Cuando fue el turno de los Palme, los mejores emplazamientos estaban ya vendidos. La taquillera, que reconoció al primer ministro y era votante suya, le vendió las que el dueño de la sala tenía siempre reservadas para sí, por si a última hora decidía asistir a la proyección.
A la salida, las dos parejas comentaron durante breves minutos la película, y luego se separaron. Lisbet y Olof decidieron volver a casa andando. Tal decisión, que nadie podía conocer, es sorprendente, habida cuenta de que la pareja ya no era joven, hacía un frío tremendo, el barrio era de mala nota y se había hecho muy tarde. Lisbet querría haber tomado el metro, como habían hecho a la ida, pero Olof insistió en pasear.
A las once y veintiún minutos, un hombre alto y fuerte se acercó por detrás a Palme, le puso una mano sobre el hombro y, sin esperar a que se volviera, le descerrajó un disparo en la espalda. La bala atravesó la espina dorsal, segó la aorta, el esófago y la traquea y salió por la parte delantera, tras romper el esternón. El primer ministro murió en el acto. Inmediatamente después, el asesino se volvió a Lisbet y disparó sobre ella. Esta segunda bala atravesó el abrigo de la mujer y luego se limitó a rozar su espalda, provocándole una pequeña quemadura. Al final de la calle por la que huyó el criminal había unas escaleras que conducían a otra calle, que cruzaba en alto.
El supuesto asesino
A varias personas les había llamado la atención un hombre alto y corpulento que, desde las nueve de la noche y hasta pasadas las once, había estado merodeando por los alrededores del cine. El tipo que disparó sobre Palme también fue descrito como talludo y fuerte, pero no hay certeza de que se tratara del mismo individuo.
Dos años después del asesinato fue detenido un varón de elevada estatura y desarrollada musculatura llamado Christen Pettersson, quien reconoció haber estado en el barrio la noche de autos, pero no en la calle, sino en un local de mala reputación regentado por un conocido traficante de estupefacientes. De hecho, Pettersson era drogadicto y alcohólico. Sobre la base de la identificación que hizo Lisbet en una rueda de reconocimiento, Pettersson fue considerado culpable en primera instancia. El tribunal de apelación, sin embargo, le absolvió por considerar las pruebas insuficientes. En 1997 el fiscal general intentó que el Tribunal Supremo revisara el caso, pero no lo logró. Petterson falleció en 2004, con lo que esa vía de investigación judicial y política quedó clausurada.
Teoría de la conspiración
Olof Palme fue un político que pisó muchos charcos. Los españoles le recordamos con una hucha pidiendo para los presos etarras en 1975. En unas declaraciones hechas a El País en enero de 1978 dijo que la cuestación fue en apoyo de la democracia española y en solidaridad con el PSOE. Sea como fuere, el caso es que se metió con los norteamericanos a cuenta de la Guerra del Vietnam, con los rusos por lo de la Primavera de Praga, con los sudafricanos por el apartheid, con Israel por los palestinos. Así pues, casi cabría decir que no había servicio secreto de prestigio que no tuviera motivos para asesinarle.
Durante la primera noche se difundió la idea de que había sido asaltado por dos asesinos croatas. La teoría quedó desacreditada cuando se supo que el crimen lo había cometido una sola persona. Luego los focos se centraron en el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al que se acusó de haber perpetrado el asesinato por cuenta propia o por cuenta de terceros. Fueron igualmente señalados el Mossad y la CIA. Pocas semanas antes del magnicidio Kissinger había visitado a Palme, y se ha sugerido que el viaje del ex secretario de Estado norteamericano tenía por objeto convencerse de lo peligrosas que eran las ideas del primer ministro sueco. Otros han vinculado el crimen al escándalo Irán-Contra. También se sospechó del KGB y de la OLP, sin apenas fundamento. Más entidad parece tener la acusación dirigida al CCB, los servicios secretos sudafricanos, ya que Palme había desarrollado una enérgica actividad contra el apartheid, y hacía muy pocos días que había hecho un discurso incendiario al respecto en el Parlamento sueco. Tampoco se libró de las acusaciones la DINA chilena, obvia responsable del asesinato de algunos chilenos exiliados. Se ha dicho que Palme era el único no chileno de su lista negra.
La teoría de la conspiración no sólo ha mirado al exterior. Algunos creen que el asesinato fue obra de un grupo extremista sueco. Se basan en lo mucho que la derecha local odiaba a Palme, por su radicalismo y sus orígenes: al provenir de una familia acomodada, la alta sociedad le consideraba un traidor. La película The Last Contract, un thriller de política ficción, apunta en este sentido. También se han vertido sospechas sobre la industria sueca de armamento, en el entendido de que Palme deseaba cortar el tráfico de armas con destino Irán. Esta es la tesis que defiende Jan Bondeson en Blood on the Snow, uno de los libros que se ocupan del magnicidio.
Caben naturalmente variadas combinaciones de unas teorías con otras, de forma que no faltan quienes atribuyen el atentado a la CIA en combinación con la extrema derecha sueca. Pero ninguna de ellas ha sido contrastada satisfactoriamente.
¿No hubo conspiración?
A día de hoy, no es posible afirmar nada con seguridad. Sin embargo, Ralf Lillbacka, un profesor finlandés de análisis estadístico, se ha preguntado –en el prestigioso International Journal of Intelligence and Counterintelligence (vol. 24, nº 1, primavera de 2011)– si detrás del asesinato de Palme estuvo una agencia de inteligencia: "Was Olof Palme Killed by an Intelligence Agency?". La conclusión a la que llega es que no. Se basa sobre todo en la falta de profesionalidad con que se cometió el crimen. El disparo, a la espalda, bien pudo no haber sido mortal. Lo habitual es disparar a la cabeza, para no dar cabida al error. Incluso si el disparo no hubiera ido a la cabeza, un profesional habría rematado al objetivo en el suelo. El tiro a Lisbet fue el colmo del amateurismo: un profesional puede perfectamente limitarse el objetivo y evitar daños innecesarios, pero si resuelve acabar con un testigo, jamás se conformaría con un disparo como el que recibió Lisbet, que apenas la rozó.
No obstante, Lillbacka no desconoce que, a veces, los servicios de inteligencia actúan con falta de profesionalidad. Unas lo hacen para disfrazar su autoría y otras por haber contratado los servicios de alguien poco profesional. Pero incluso en esos casos, insiste Lillbacka, aun cometiendo el atentado con cierto descuido, nunca un servicio de inteligencia hubiera llegado al punto de arriesgarse a errar el objetivo, y el disparo sobre Palme no tenía, repito, por qué haber sido mortal: de hecho, en el caso de que la bala se hubiera desviado un par de centímetros, no lo habría sido.
En una operación así hay mil cosas que pueden salir mal, por lo que no puede descartarse la presencia de un servicio de inteligencia detrás de este atentado, porque, aunque a Lillbacka y a tantos otros les parezca una chapuza, el caso es que Palme murió, y todavía no se sabe quién y por qué lo mató.