Dien Bien Phu se encuentra en una meseta rodeada de montañas. Allí decidió el general Henri Navarre construir una fortaleza, en pleno territorio controlado por el Vietminh, donde acantonó a más de 12.000 soldados franceses. Se construyó una pista de aterrizaje para que las fuerzas pudieran ser aprovisionadas. Estancada la Guerra de Indochina, la idea de Navarre consistía en colocar en pleno territorio comunista un cebo y atraer a los guerrilleros del Vietminh para librar una batalla abierta, donde la superioridad táctica y material del ejército francés se impusiera. El plan partía del presupuesto de que el Vietminh no podría llevar armamento pesado hasta Dien Bien Phu, por estar rodeado el lugar de altas montañas. El general predilecto de Ho Chi Minh, Vo Nguyen Giap, aceptó el reto y concentró 45.000 de sus mejores hombres alrededor de la guarnición francesa.
Ocurrió entonces lo que Navarre no había previsto. El Vietminh logró que los chinos les suministraran armamento pesado, lo desmontaron y, empleando a miles de porteadores, la mayoría de ellos mujeres, trasladaron las armas a través de la selva hasta Dien Bien Phu, donde las volvieron a montar. Con ellas, bombardearon las posiciones francesas construidas en torno a un círculo de colinas que el coronel De la Croix, al mando de la guarnición, había bautizado con los nombres de sus amantes. El elemento decisivo para el resultado de la batalla fue la destrucción del aeropuerto, que dejó a los desgraciados soldados franceses dependiendo de lo poco que pudieran suministrarles mediante el lanzamiento de paquetes con paracaídas, envíos que muchas veces eran interceptados por los sitiadores.
El séptimo de caballería no llega
Destruida la pista, la única forma de salvar a las tropas del coronel De la Croix consistía en bombardear desde el aire las posiciones del Vietminh y destruir así su armamento pesado. Los únicos que podían hacer tal cosa eran los norteamericanos. El jefe del Estado Mayor francés, el general Paul Ely, voló a Washington en marzo para implorar ese bombardeo. La Junta de Jefes de Estado Mayor norteamericana elaboró un plan al respecto, la Operación Buitre, consistente en machacar las posiciones comunistas desde aviones B-29 que operarían desde sus bases en Filipinas. Sin embargo, Eisenhower vaciló.
No están claras las razones. Por un lado, el general había llegado a la Casa Blanca gracias a una campaña en la que acusó a los demócratas en general y a Truman en particular de ser blandos con el comunismo. Por otro, la idea de recurrir a los B-29 para hacer frente a los comunistas era algo perfectamente coherente con la estrategia diseñada en su New Look: la resistencia a la expansión comunista había de fundarse en el poderío aéreo y en la bomba atómica, dado que no era posible disponer de tropas terrestres suficientes. El 7 de abril pronunció la famosa conferencia de prensa en la que habló de la Teoría del Dominó; según ésta, si se dejaba caer Vietnam en manos comunistas, las demás piezas del tablero caerían tras ella, hasta que todo el Extremo Oriente, incluido Japón, estuviera bajo la bandera roja de la hoz y el martillo.
Escuchándole, parecía que estaba a punto de dar la orden de que los aviones norteamericanos acudieran a rescatar a los asediados franceses. Sin embargo, no lo hizo.
Es verdad que intentó obtener el respaldo del Congreso y no lo logró. Es cierto también que envió a su secretario de Estado, John Foster Dulles, de gira por Europa para que levantara una fuerza aliada con Gran Bretaña y otros países, y Churchill le contestó que consideraba la posición francesa completamente perdida y que no creía en la Teoría del Dominó. Pero no parece suficiente para entender que dejara que los franceses fueran derrotados. El caso es que la guarnición se rindió el 7 de mayo sin que Washington moviera un dedo.
La insufrible soberbia francesa
Es posible que no fuera lo que más pesara en el ánimo de Eisenhower, pero es obvio que alguna influencia tuvo el empecinamiento de los franceses en hacer en Indochina lo que a su interés conviniera y que fuera Washington quien pagara las facturas sin rechistar. Sin embargo, los norteamericanos querían que su dinero se invirtiera de un modo coherente con sus intereses, no con los de París.
El problema, en realidad, venía de lejos. El mundo que los norteamericanos querían para la segunda mitad del siglo XX era uno sin imperios coloniales. Los ingleses lograron convencerlos de que los de las potencias vencedoras, es decir, el suyo propio y el de Francia, tenían que ser conservados, pues de otro modo la victoria sería sentida como una derrota. Estados Unidos necesitaba a Gran Bretaña y a Francia para enfrentarse a la URSS en la Guerra Fría, de forma que toleró de mala gana que sus dos aliados europeos conservaran sus colonias... en la medida en que fueran capaces de hacerlo por sus propios medios.
En Indochina el problema fue que Francia no era capaz de hacer frente por sí sola al movimiento independentista, necesitaba a los norteamericanos. Washington no le hubiera prestado ayuda alguna si no fuera porque ese movimiento nacionalista estaba en realidad controlado por los comunistas, y aunque la influencia de Moscú y Pekín era limitada, los estadounidenses no lo veían así.
De forma que Washington deseaba un Vietnam unido e independiente que no fuera comunista; pero, enfrentado a la imposibilidad de lograr este objetivo y teniendo que elegir entre un Vietnam colonizado por los franceses y un Vietnam comunista, prefería lo primero. La cuestión es que no creía en la viabilidad a largo plazo de un Vietnam colonia francesa. Creía que París debía poco a poco dar satisfacción al movimiento nacionalista vietnamita, asegurándose, eso sí, de que no cayera en manos de los comunistas y prometiendo a la vez la independencia junto con pasos generosos hacia ella. Si París hubiera estado dispuesta a hacer esto, los norteamericanos habrían prestado toda la ayuda necesaria.
Sin embargo, los franceses no lo estaban. No tenía sentido para ellos invertir dinero y la vida de sus soldados en un país al que luego tuvieran que conceder la independencia y no pudieran explotar económicamente. Hicieron limitadas concesiones a la autonomía, pero con el tiempo estuvo cada vez más claro que no tenían intención de irse de Vietnam como no fuera por la fuerza. Sólo querían dar pequeñas satisfacciones a los norteamericanos para que éstos siguieran financiando su particular guerra contra el comunismo, que para ellos no era más que una guerra colonial de viejo estilo.
Los norteamericanos siguieron prestando ayuda a la vez que exigían progresos en la descolonización. Los franceses cogían el dinero y las armas y prometían que algo harían, pero luego no hacían nada.
En estas estaban cuando Ely acudió a Washington a pedir que los aviones norteamericanos acudieran en auxilio de sus soldados sitiados en Dien Bien Phu.
Las alternativas de Eisenhower
Desde el principio de la Guerra de Indochina, Eisenhower y su antecesor se enfrentaron a un dilema sin solución. Podían abandonar a Francia, la potencia colonial, y dejar que los comunistas se adueñaran del país. Eso, con la Teoría del Dominó como dogma de fe, era una solución inaceptable. Podían prestar a los franceses toda la ayuda que necesitaran, pero sin implicar directamente a fuerzas norteamericanas. Esto es lo que estuvieron haciendo hasta que en Dien Bien Phu se vio que, a pesar de la cuantiosa ayuda material, los franceses eran incapaces de derrotar al Vietminh. Podían intervenir militarmente de forma directa y ayudar a los franceses a ganar la guerra. Esto fue lo que se les pidió que hicieran. Sin embargo, eso significaba emplear fuerzas norteamericanas en apuntalar el control de una vieja potencia sobre una colonia donde un ferviente sentimiento nacional, no todo él controlado por los comunistas, ansiaba la independencia. Si lo hubieran hecho se habrían enajenado para siempre la simpatía de ese pueblo, y el peligro de que éste acabara arrojándose en brazos del comunismo sería a la larga mayor.
De todas estas opciones, la menos mala podía haber sido la de ayudar a los franceses a ganar la guerra, pero Eisenhower prefirió abandonarlos y dejarlos perder. Es verdad que luego las cosas no fueron del todo mal en la mesa de negociaciones y, como se verá en otro momento, soviéticos y chinos obligaron a Ho Chi Minh a aceptar la división del país en un Norte comunista y un Sur pro-occidental, pero Eisenhower no podía saber que ese sería el resultado de la negociación, en julio, cuando en abril tuvo que decidir entre ayudar a los franceses o dejar que los comunistas vencieran.
Londres, decisivo
Es probable que lo decisivo fuera la decisión de Londres de no intervenir en Indochina. Washington habría estado dispuesto a hacerlo como un miembro más de una coalición anticomunista, pero la negativa de Churchill lo dejó ante la única vía de tener que acudir en solitario para que una vieja potencia colonial siguiera poseyendo y explotando sus colonias.
La negativa de Londres, por otra parte, fue irritante. Es verdad que a orillas del Támesis no creían en la Teoría del Dominó. No lo es menos que, como el tiempo demostró, tenían razón en la relativa irrelevancia de Vietnam. Pero el que los norteamericanos no tuvieran razón en esto no excusa a los ingleses por no haber querido ayudar a los franceses, pues fueron ellos quienes, para tener un aliado en la defensa de los viejos intereses coloniales, se empeñaron en que París pudiera conservar Indochina tras la Segunda Guerra Mundial. Lo hicieron por ser coherentes con el principio de que los viejos imperios coloniales de las potencias vencedoras, empezando naturalmente por el suyo, se conservaran. Pero en el momento en que había que emplear la fuerza para que tal principio se mantuviera... resulta que fueron ellos los primeros en decir que allá se las apañara Francia con sus colonias.
Probablemente Dien Bien Phu fue el punto en que todo el establishment de Washington, no sólo la Administración Eisenhower, decidió que, a partir de ese momento, no movería un dedo por defender imperio colonial alguno, por mucho que perteneciera a un aliado occidental. Mucho más cuando se había hecho obvio que la Guerra Fría la tendrían que librar los Estados Unidos solos y que no podrían contar con nadie. De entonces en adelante ayudarían a las viejas colonias a independizarse de los europeos y se esforzarían para que, en el tránsito, no cayeran en el comunismo. Se acabó lo de sacar las castañas del fuego a los viejos explotadores europeos, cada vez con más hambre y con menos dientes, so pretexto de que estaban combatiendo a los comunistas, cuando se había comprobado que sólo lo hacían cuando veían amenazados sus intereses más próximos y no los más generales de la alianza.
Las dos viejas potencias, Francia y Gran Bretaña, pronto saborearían las amargas consecuencias de esta nueva actitud norteamericana, fruto de lo ocurrido en Dien Bien Phu. Sería durante la crisis de Suez, en 1956. Pero esa es otra historia.
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