La historia tuvo un papel muy secundario en unas celebraciones que se distinguieron, más bien, por las instalaciones fastuosas e incompletas (como la emblemática Estela de Luz, que, con suerte, estará lista en un año), los desfiles de carromatos (como de carnaval brasileño o Disneylandia), los espectáculos de luz y sonido y los conciertos de artistas de todo tipo.
En la parte histórica, el Gobierno panista no hizo más que repetir los mitos creados por los grupos de poder del pasado, que convierten, contra toda la información histórica, a Miguel Hidalgo en el consumador de la independencia y a Agustín de Iturbide en un traidor. El presidente Calderón cayó en un toque morboso, copiado de Porfirio Díaz, cuando ordenó sacar del interior de la Columna de la Independencia los huesos de los héroes de la independencia para hacerlos desfilar con honores militares por el Paseo de la Reforma, a fin de depositarlos –para su exhibición pública– en el Palacio Nacional. El Gobierno mexicano, supuestamente laico, no tuvo mejor idea que sacar los huesos de sus santitos en una procesión.
Mientras el país perdía el tiempo con cenas, desfiles, conciertos, espectáculos de luz y sonido y despliegues pirotécnicos, casi ningún político o funcionario recordó que la razón del festejo era la historia del país, que merece ser objeto de reflexión. ¿Por qué estalló la rebelión del 16 de septiembre de 1810? ¿Cuáles eran los objetivos del cura Miguel Hidalgo? ¿Buscaba realmente la independencia? ¿Por qué se distanció de Ignacio Allende y otros líderes de la rebelión? ¿Por qué permitió u ordenó las matanzas indiscriminadas de españoles –hombres, mujeres y niños– en Granaditas, Guadalajara y Valladolid? ¿Cuál era la motivación de Morelos? ¿Por qué Iturbide cambió de bando y decidió impulsar la independencia?
De mucho nos habría servido el bicentenario si hubiéramos podido tener una discusión abierta e histórica, no patriotera, sobre estos temas. Pero habría sido incluso más útil si nos hubiera llevado a preguntarnos por qué en EEUU la independencia supuso un impulso al desarrollo y en nuestra patria sólo generó conflictos y pobreza. No habría sido mala idea, de hecho, si, con el pretexto del bicentenario, hubiéramos financiado estudios para determinar si realmente hemos avanzado o perdido terreno desde la independencia.
La fiesta del bicentenario puede haber sido divertida, como lo fue para Porfirio Díaz la que organizó para el centenario, en 1910. Pero las fiestas no nos dejan nada. En cambio, el conocimiento y la reflexión histórica nos permiten construir un futuro mejor.
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SERGIO SARMIENTO, articulista de Reforma y comentarista de TV Azteca.