Vivimos en sociedades cuyos paradigmas son el racionalismo, la veneración a la ciencia materialista, el desprecio de lo invisible y lo trascendente y el imperio del escepticismo. Los círculos dirigentes de nuestras sociedades se burlan de las procesiones de Semana Santa o de las devociones populares, pero admiten a los videntes, los astrólogos, los magos, los echadores de cartas, y hasta acuden a ellos.
En los periódicos progresistas podemos leer reportajes contra la superstición, contra la religión –se considera una consecuencia más elaborada de aquélla– y la irracionalidad de los creyentes. Sin embargo, unas páginas más adelante, junto a los anuncios de sexo mercenario y vasectomías, aparecen otros anuncios en los que se promete describir el porvenir en el amor y el trabajo de quien se gaste unos euros en una llamada de teléfono.
La astróloga de Mitterrand
En la historia muchos gobernantes, reyes, artistas y genios han tratado de conocer el futuro o influir en él, y en ocasiones han tomado decisiones capitales basándose en una carta astrológica. El lugarteniente de Adolf Hitler, Rudolf Hess, realizó su vuelo a Escocia en mayo de 1941 bajo la influencia de un astrólogo. Cosas de nazis, se dirá, que estaban como regaderas. Pues no han sido sólo ellos.
François Mitterrand, presidente de Francia durante catorce años (1981-1995), cima política más depurada del laicismo republicano y mandarín de los socialistas europeos, recurrió durante años a una famosa vidente, Elizabeth Teissier, en busca de consejo: ¿combatiría Sadam Husein?, ¿caería Gorbachov?, ¿cómo reaccionarán Helmut Kohl y George Bush?, ¿qué día es el mejor para hablar al pueblo?
El astrólogo colombiano Mauricio Puerta era consultado por toda la clase política de su país; hasta por Antanas Mockus, con su agnosticismo y sus títulos en matemáticas y filosofía a cuestas. Éste, unos años antes de convertirse en la esperanza de los progresistas en las elecciones presidenciales de 2010, se presentó en el programa de televisión de Puerta y se dejó hacer un diagnóstico astrológico sobre sus relaciones con la ciudad de Bogotá, de la que entonces era alcalde. Por lo que hace a España, se ha dicho que el día de las elecciones generales de 1986, el 22 de junio, lo escogió un astrólogo en vez de Felipe González. Y más de una operación financiera se ha aprobado antes en la consulta de un vidente que en el consejo de administración de turno.
Brujos en torno a los Vargas Llosa
En 1990 hubo elecciones en Perú para escoger al jefe del Estado y a los diputados. La primera vuelta se realizó el 8 de abril, y de ella pasaron a la segunda, programada para el 10 de junio, el novelista liberal Mario Vargas Llosa, del Frente Democrático (Fredemo), y el ingeniero Alberto Fujimori, de Cambio 90, apoyado por el presidente en ejercicio, Alan García, y su partido, el APRA.
La carrera entre los dos candidatos en esas ocho semanas demenciales (como la que acabamos de ver entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala) fue extenuante. La pequeña distancia que Vargas Llosa había sacado a Fujimori en la primera vuelta, tres puntos y medio, no sólo no se mantenía, sino que disminuía. Además, el Gobierno y la izquierda tiraban piedras contra el Fredemo, en ocasiones literalmente.
Ante el fracaso de las técnicas electorales, de los argumentos, de los discursos, de los anuncios de televisión, de las dinámicas de grupo y de las encuestas, muchos partidarios de Vargas Llosa cayeron en el ocultismo, tal como cuentan el propio Mario y su hijo Álvaro en sus libros El pez en el agua y El diablo en campaña. En este último podemos leer:
El clima que reinaba [en la segunda vuelta] era casi mágico. Todo valía: lo visible y lo oculto, lo racional y lo irracional. Lo común y lo misterioso.
En esa segunda vuelta, la sorpresa y el miedo, como tantas otras veces, derribaron los muros de seguridad construidos por el escepticismo y el racionalismo. En la cúpula del Fredemo penetraron videntes, magos y brujos que traían los remedios infalibles para conseguir la victoria.
Imposiciones de manos
Una tarde se presentó en el despacho de Álvaro Vargas Llosa un tal Jesús Linares, armado con una carta de recomendación de un senador de la República, Roger Cáceres, que alababa sus servicios y su profesionalidad. Linares le dijo a Álvaro que podía "leer el futuro" y que, para que pudiesen ganar, le tenía que hacer una "imposición de manos". Después de un regateo, en el que Linares exigía que fuesen siete sesiones, Álvaro aceptó sólo dos.
Y fue así que acabé sometido a una extraña intervención espiritual, que consistía en permanecer durante siete minutos sentado frente a Linares, con los ojos cerrados, la cabeza gacha y las manos juntas en posición de rezo, mientras que él, al frente mío, transmitía calor desde sus manos sobre mi frente, al tiempo que miraba de reojo su reloj para controlar el cronometraje de la operación.
El mismo mago había intentado que le recibiera Mario y, cuando éste se negó, cortejó a otros miembros de la familia. Una tarde, cuenta el novelista, su hijo Gonzalo le sacó de una reunión y le dijo lo siguiente:
¿Qué le pasa a mi mamá? Acabo de abrir una puerta y la he visto, con los ojos cerrados y las manos juntas, con un tipo que salta alrededor de ella como un piel roja, dándole golpecitos en la cabeza.
Según el mago, semejante rito engendraría no sólo salud espiritual, también el triunfo en las urnas. Sólo faltaban el éxito en los negocios y el amor.
El senador Cáceres aseguraba que había contado con los servicios de Linares en todas sus campañas electorales.
En El pez al agua, Mario Vargas Llosa escribió al respecto:
Éste fue uno de los más originales, pero no el único personaje con poderes ocultos que quiso trabajar por mi candidatura. Otra fue una pitonisa que, poco antes de la segunda elección, me hizo llegar una carta proponiéndome que, para ganar las elecciones, tomáramos Patricia, yo y ella, juntos, un baño astral (sin precisar en qué consistía).
Fujimori con hielo
La desesperación dotaba de verosimilitud a cualquier consejo mágico que en otras circunstancias sólo habría causado risas. Álvaro Vargas Llosa cuenta que muchos de los partidarios de su padre trataron de congelar (sic) a Fujimori.
En las horas finales de la batalla, la imaginación de nuestras huestes alcanzó niveles extraordinarios. Empezó a correr el rumor de que era importante congelar a Fujimori para asegurar su derrota. De este modo fue que en centenares de hogares de la capital, tanto de los pudientes como de la clase media y media baja, se puso en práctica la consigna de introducir un vaso que contuviera una fotografía de Fujimori en la nevera, para que, congelada allí durante varias horas y mantenida en ese estado hasta el día de las elecciones, tuviera el efecto mágico de paralizar cualquier avance del candidato rival.
(Según me ha contado un amigo, este método del congelamiento fue muy popular durante unos años a principios de la década de los 90, hasta el punto de que él vio a unos amigos hacerlo con la foto de un portero de fútbol durante un partido. ¡Lo que nos perdemos por ir a misa!).
Al final, el Chino venció por casi veinticinco puntos de diferencia. Los brujos de Fujimori debieron de ser más poderosos que los de Vargas Llosa y sus partidarios... o quizás lo fueron sus asesores electorales.