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GRANDES BATALLAS

Baecula, cuando España empezó a ser España

Dos siglos y medio antes de Cristo, nuestra soleada península, que ya se llamaba España, pues es palabra fenicia, sufrió su primera invasión organizada a gran escala. Los encargados de realizarla fueron los cartagineses, un pueblo de origen fenicio que provenía de las costas del norte de África.


	Dos siglos y medio antes de Cristo, nuestra soleada península, que ya se llamaba España, pues es palabra fenicia, sufrió su primera invasión organizada a gran escala. Los encargados de realizarla fueron los cartagineses, un pueblo de origen fenicio que provenía de las costas del norte de África.

Hacia el año 240 (siempre antes de Cristo), Cartago acababa de salir derrotada de la primera guerra contra Roma. Fue una guerra épica, de varios años, al término de la cual los cartagineses tuvieron que abandonar Sicilia, que era la niña de sus ojos y su área natural de expansión.

La pérdida de la isla caló muy hondo en el alma de los cartagineses; tanto que, según firmaron la paz, empezaron a pensar en cómo volver a recuperarla. Había, sin embargo, un problema. Si los romanos dominaban Sicilia y todo el sur de Italia, iba a ser muy difícil presentarles de nuevo batalla, y más difícil todavía ganarla. Así que se tomaron su tiempo y estudiaron diferentes modos de saltar sobre la yugular de la República romana, que se pavoneaba henchida de orgullo por todo el Mediterráneo occidental con su recién adquirida flota.

Después de mucho meditarlo, concluyeron que el mejor modo de destruir Roma no era atacándola por mar desde el sur, sino por tierra desde el salvaje y temido norte, patria de los todavía irreductibles celtas, que en el pasado ya habían dado más de un disgusto a los romanos. Para ello tendrían que dar una pequeña vuelta convirtiendo España en el cuartel general desde el que partiese la expedición. Eso llevaría, como poco, una generación, pero a la larga garantizaba cumplida venganza y la recuperación de Sicilia.

El Senado cartaginés encomendó al mejor de sus generales, Amílcar Barca, viajar hasta España y conquistarla en nombre de Cartago. No era necesario rendirla entera, con el valle del Guadalquivir y la costa mediterránea bastaría. La Iberia celta, embravecida y pobre, podría esperar. Amílcar se puso a ello y, tal y como había prometido antes de partir, consiguió poner de su lado a una buena parte de las tribus íberas, que desde tiempo inmemorial vivían en la Península peleándose a todas horas entre ellas. Luchando contra la de los oretanos, tuvo un traspiés y se ahogó en un río. Por suerte tenía tres hijos en edad de merecer: Aníbal, Asdrúbal y Magón, a los que había criado en un odio africano (nunca mejor dicho) hacia los romanos, por lo que el plan seguiría sin más contratiempos.

La idea era simple. Aníbal partiría con un gran ejército hacia Roma sorteando los Pirineos y los Alpes, tomaría la ciudad del Tíber y bajaría luego victorioso hasta Sicilia, para recobrarla. Asdrúbal y Magón, entre tanto, se quedarían en España cubriendo la retaguardia por si se presentaban problemas. En Roma lo entendieron a la primera. Podían esperar la acometida de Aníbal y jugárselo todo a una carta o anticiparse enviando tropas a España para partir en dos la espina dorsal del elefante cartaginés.

Los romanos, gente práctica y previsora, apostaron por la segunda. Enviaron a España un cuerpo expedicionario al mando de Cornelio Escipión, un joven general que prometía mucho. Nada más desembarcar en Tarragona, lo primero que hizo fue dirigirse a la capital cartaginesa en España, la ciudad de Cartagena, Cartago Nova, y ponerla a sus pies. Con el enemigo desconcertado y partido en tres, podría ir derrotándolo por partes. El grueso del ejército púnico, comandado por Asdrúbal, se encontraba en el año 208 pasando el invierno en Baecula, un pueblito minero del alto Guadalquivir, listo para salir en ayuda de Aníbal, que estaba experimentando algunos problemas en Italia.

Los íberos de la zona, que eran amigos de Cartago, avisaron a Asdrúbal de la presencia de los romanos. Éste, sabiéndose en inferioridad numérica, se encaramó con sus 25.000 soldados sobre un otero situado en el fondo de un valle. La colina, escarpada por uno de sus lados y flanqueada por un río, tenía dos terrazas. En la inferior colocó a la infantería, en la superior su cuartel y la caballería. Sólo un loco atacaría una posición semejante y tan bien defendida. Pero Escipión no era un loco, sino un militar muy listo. Dejó que Asdrúbal se confiase en lo alto del cerro mientras él en el llano planificaba la batalla minuciosamente.

Para empezar ordenó que se cortasen los accesos al valle. No podría escapar de allí ni tampoco pedir refuerzos de las tribus vecinas. Una vez sellado el valle, lanzó un primer ataque con infantería ligera y vélites, un tipo de infante equipado con jabalina y escudo que los romanos utilizaban mucho en aquella época. Asdrúbal reaccionó enviando a sus infantes íberos y a sus honderos baleares, ideales para atacar desde arriba. Como había más romanos que cartagineses, los primeros no tardaron en copar a los segundos haciéndoles retroceder y cerrando el cerco sobre la terraza superior.

Hecho esto coordinó dos movimientos simultáneos que pillaron al cartaginés por sorpresa. Primero dio orden de avanzar a la infantería que se encontraba en lo alto del cerro, a pocos metros de la cartaginesa. Luego lanzó un segundo ataque en forma de tijera, en la que el mismo Escipión se implicó. Asdrúbal no había tenido tiempo de desplegar su ejército, que, aunque inferior en número, contaba con unidades muy valiosas como un regimiento de elefantes africanos que hubiesen hecho mucho daño a los legionarios de Escipión.

Pero el romano no le dio opción. Antes de que se diese cuenta penetró en el campamento cartaginés y se apoderó de su tienda. Asdrúbal salió huyendo colina abajo por el peor de los lados, el de los escarpes que daban al río. Escipión le dejó escapar. No quería tentar a la fortuna una vez más con un ejército que, aunque vencedor, había sufrido lo suyo para hacerse con la colina de Baecula. Asdrúbal no pararía de correr hasta Italia. Con dos tercios de su ejército cruzó los Pirineos en el invierno de aquel año 208. Moriría al año siguiente junto al río Metauro luchando contra las legiones de Marco Livio Salinator.

En España, entre tanto, la situación se volvió extremadamente dulce para los romanos gracias a la victoria de Baecula. En pocos años la República se hizo con el control de los dominios cartagineses en la península, dando comienzo a la Hispania Romana, un fructífero matrimonio gracias al cual España dejó de ser Iberia y empezó a ser España, con sus latines, sus municipios y sus bullangas. Baecula quedó en la memoria de los vencedores, que la relataron pormenorizadamente durante siglos. Lo que se olvidó es el lugar exacto donde aconteció la batalla. Unos dicen que fue entre Bailén y Linares, lo cual es creíble; otros, que cerca del pueblo jiennense de Santo Tomé, que también lo es. Los arqueólogos siguen en ello y algún día lo averiguarán... o no, tanto da.

 

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