España había sufrido un intento de golpe republicano apenas unos meses antes (recordemos que en el verano de 1930 se concluyó ese Pacto de San Sebastián donde entraban los republicanos históricos de izquierdas y de derechas, que eran muy poquitos, el Partido Socialista y, sobre todo, los nacionalistas catalanes); golpe que fracasó porque Galán y García Hernández se adelantaron en Jaca: así las cosas, la intentona de Ramón Franco y Queipo de Llano tres días después, el 15 de diciembre, fracasó estrepitosamente.
En teoría, y con el escasísimo apoyo popular que tenían los republicanos, si es que tenían alguno, y después del fracaso de ese golpe, lo suyo es que hubiéramos quedado curados de veleidades republicanas para décadas, pero como el régimen estaba muerto, una de las primeras cosas que hizo Sánchez Guerra en cuanto Alfonso XIII le dio la orden de constituir gobierno fue plantarse en la cárcel Modelo para ofrecer carteras a los republicanos encarcelados, lo cual da una idea de hasta qué punto la Monarquía estaba muerta; y seguramente llevaba muerta muchos años.
En mi opinión, el régimen de la Restauración empezó a morirse en 1898, y creo que todo el reinado de Alfonso XIII fueron intentos de salvar al moribundo. Ahora, es verdad que eso, "a nivel de calle", como dicen algunos, no se percibía. Por ejemplo, Azaña cuenta en sus memorias que cuando llega Sánchez Guerra y les ofrece las carteras, la República parecía una posibilidad absolutamente remota; es decir, eso no se lo planteaba nadie, y nadie preveía que la Monarquía se iba a desplomar.
Entonces se produjo un fenómeno verdaderamente curioso. Y es que, en el enésimo intento de reforma del sistema, quienes lo manejaban barajaron si ir a unas Cortes Constituyentes o a unas elecciones municipales. Y decidieron que antes de embarcarse en unas Constituyentes para reformar la Constitución (ya muy añosa, de 1876), mejor convocar unas municipales. En mala hora.
Hay que decir, y esto es muy importante, que, primero, esas elecciones municipales no eran un referéndum sobre la forma de Estado: eso no lo pensaron ni siquiera los republicanos en ningún momento; por supuesto, no eran unas elecciones a Cortes Constituyentes. Eran, repito, unas elecciones municipales, y no había nada más que eso. Ahora bien, se produjo una serie de fenómenos notables que acabaron en la proclamación de la República.
¿Qué pasó en las elecciones? En la primera vuelta, que tuvo lugar el 5 de abril, los resultados fueron los que se esperaban: los monárquicos obtuvieron 14.018 concejales y los republicanos, 1.832. A control republicano pasaron sólo un pueblo de Granada y otro de Valencia. Es decir, lo esperado: que las candidaturas monárquicas iban a ganar de calle. Por supuesto, nadie dijo que aquello era un plebiscito popular, o un referéndum, ni que se cuestionaba el futuro de la Monarquía, ni que iba a venir la República. Porque, claro, con unos resultados así eran ganas de hacer el ridículo.
El 12 de abril, es decir una semana después, se celebró la segunda vuelta. Los resultados, que no se publicaron hasta después de proclamada la República –esto es muy importante saberlo, porque aquí la manipulación mediática tuvo unos efectos que cambiaron la historia de España–, fueron tremendos: salieron elegidos 5.775 concejales republicanos, por 22.150 concejales monárquicos; es decir, 22 a 5, que como proporción no está mal... La elecciones las habían ganado los monárquicos con una mayoría aplastante.
Aquí sucedió algo verdaderamente importante, porque demuestra hasta qué punto la llegada de la Segunda República no sólo no fue fruto de la democracia ni del pueblo lanzado a la calle, sino un golpe de estado que triunfó, entre otras cosas, por lo debilísima, absolutamente agónica, que estaba la Monarquía.
En algunos lugares, en algunas capitales de provincia, la victoria fue para las candidaturas republicanas. En Madrid, por ejemplo; donde un concejal socialista llamado Saborit consiguió que votaran para su partido millares de difuntos: fue un pucherazo espectacular que sus pergeñadores supieron utilizar muy bien.
Cuando empezaron a llegar noticias de las victorias republicanas, en Palacio cundió el pánico. Tanto, que durante la noche del 12 al 13 Sanjurjo, que en aquel momento estaba al mando de la Guardia Civil, ya manifestó por telégrafo que él no defendería el régimen; que si se producía un conato republicano como el de finales del año anterior, él no sacaría la Guardia Civil a la calle. El Cuerpo de Telégrafos estaba muy infiltrado, gracias a la masonería, por republicanos; de tal manera que el Comité Nacional Republicano tuvo enseguida noticia de que la Guardia Civil no iba a salir en absoluto a la calle, y empezó a jugar con un ventajismo verdaderamente notable.
Cómo sería la situación, que, ante la debilidad de las instituciones, hubo quien le dijo al Rey que tenía que retirarse: si no se marchaba de España, no se responsabilizaban de lo que pasara con la Familia Real. Y ya se sabía lo que había pasado catorce años antes en Rusia...
El Rey sufría una depresión profunda desde la muerte de su madre, era una persona que no quería resistir, y la Reina estaba absolutamente aterrada ante la posibilidad de vivir una situación como la de Rusia. Ciertamente, en un momento determinado se intentó salvar la Monarquía: Romanones y Maura fueron a ver a los republicanos para ofrecerles carteras en un Gobierno provisional que controlara unas Cortes Constituyentes. Pero para entonces los republicanos se habían dado cuenta de que aquello se caía, porque realmente salvo De la Cierva, abuelo de Ricardo de la Cierva, nadie quería resistir en el Gabinete. Alcalá-Zamora, que fue monárquico hasta dos días antes, dijo que ellos no podían controlar a las masas, y que si éstas se lanzaban a la calle, lo que pudiera pasar con el Rey... realmente no lo veían claro si no se iba antes de que pusiera el sol. Como en las películas del Oeste.
En ese momento el Rey dijo que no quería que se derramara sangre –lo cual es encomiable... según se mire– y que se marchaba a Cartagena. Se iba de España. Bien es verdad que aclarando que no abdicaba, sino que suspendía temporalmente el ejercicio de sus facultades regias.
No hace falta decir que los republicanos aprovecharon para proclamar inmediatamente la República –en primer lugar, en Éibar–; y a partir de ahí entramos en una situación verdaderamente escalofriante.
Esto es algo que conviene recordar, porque tiene trágicos paralelos actuales: cuando un régimen se está muriendo, siempre hay un pequeño virus que lo está asediando continuamente; y todo el mundo piensa que ese pequeño virus, llámese Saborit o Carod-Rovira, no va a acabar con él. Pero la historia de España demuestra que al final lo entierra.
Pinche aquí para escuchar la versión radiada de este capítulo de la BREVE HISTORIA DE ESPAÑA PARA INMIGRANTES, NUEVOS ESPAÑOLES Y VÍCTIMAS DE LA LOGSE.
En teoría, y con el escasísimo apoyo popular que tenían los republicanos, si es que tenían alguno, y después del fracaso de ese golpe, lo suyo es que hubiéramos quedado curados de veleidades republicanas para décadas, pero como el régimen estaba muerto, una de las primeras cosas que hizo Sánchez Guerra en cuanto Alfonso XIII le dio la orden de constituir gobierno fue plantarse en la cárcel Modelo para ofrecer carteras a los republicanos encarcelados, lo cual da una idea de hasta qué punto la Monarquía estaba muerta; y seguramente llevaba muerta muchos años.
En mi opinión, el régimen de la Restauración empezó a morirse en 1898, y creo que todo el reinado de Alfonso XIII fueron intentos de salvar al moribundo. Ahora, es verdad que eso, "a nivel de calle", como dicen algunos, no se percibía. Por ejemplo, Azaña cuenta en sus memorias que cuando llega Sánchez Guerra y les ofrece las carteras, la República parecía una posibilidad absolutamente remota; es decir, eso no se lo planteaba nadie, y nadie preveía que la Monarquía se iba a desplomar.
Entonces se produjo un fenómeno verdaderamente curioso. Y es que, en el enésimo intento de reforma del sistema, quienes lo manejaban barajaron si ir a unas Cortes Constituyentes o a unas elecciones municipales. Y decidieron que antes de embarcarse en unas Constituyentes para reformar la Constitución (ya muy añosa, de 1876), mejor convocar unas municipales. En mala hora.
Hay que decir, y esto es muy importante, que, primero, esas elecciones municipales no eran un referéndum sobre la forma de Estado: eso no lo pensaron ni siquiera los republicanos en ningún momento; por supuesto, no eran unas elecciones a Cortes Constituyentes. Eran, repito, unas elecciones municipales, y no había nada más que eso. Ahora bien, se produjo una serie de fenómenos notables que acabaron en la proclamación de la República.
¿Qué pasó en las elecciones? En la primera vuelta, que tuvo lugar el 5 de abril, los resultados fueron los que se esperaban: los monárquicos obtuvieron 14.018 concejales y los republicanos, 1.832. A control republicano pasaron sólo un pueblo de Granada y otro de Valencia. Es decir, lo esperado: que las candidaturas monárquicas iban a ganar de calle. Por supuesto, nadie dijo que aquello era un plebiscito popular, o un referéndum, ni que se cuestionaba el futuro de la Monarquía, ni que iba a venir la República. Porque, claro, con unos resultados así eran ganas de hacer el ridículo.
El 12 de abril, es decir una semana después, se celebró la segunda vuelta. Los resultados, que no se publicaron hasta después de proclamada la República –esto es muy importante saberlo, porque aquí la manipulación mediática tuvo unos efectos que cambiaron la historia de España–, fueron tremendos: salieron elegidos 5.775 concejales republicanos, por 22.150 concejales monárquicos; es decir, 22 a 5, que como proporción no está mal... La elecciones las habían ganado los monárquicos con una mayoría aplastante.
Aquí sucedió algo verdaderamente importante, porque demuestra hasta qué punto la llegada de la Segunda República no sólo no fue fruto de la democracia ni del pueblo lanzado a la calle, sino un golpe de estado que triunfó, entre otras cosas, por lo debilísima, absolutamente agónica, que estaba la Monarquía.
En algunos lugares, en algunas capitales de provincia, la victoria fue para las candidaturas republicanas. En Madrid, por ejemplo; donde un concejal socialista llamado Saborit consiguió que votaran para su partido millares de difuntos: fue un pucherazo espectacular que sus pergeñadores supieron utilizar muy bien.
Cuando empezaron a llegar noticias de las victorias republicanas, en Palacio cundió el pánico. Tanto, que durante la noche del 12 al 13 Sanjurjo, que en aquel momento estaba al mando de la Guardia Civil, ya manifestó por telégrafo que él no defendería el régimen; que si se producía un conato republicano como el de finales del año anterior, él no sacaría la Guardia Civil a la calle. El Cuerpo de Telégrafos estaba muy infiltrado, gracias a la masonería, por republicanos; de tal manera que el Comité Nacional Republicano tuvo enseguida noticia de que la Guardia Civil no iba a salir en absoluto a la calle, y empezó a jugar con un ventajismo verdaderamente notable.
Cómo sería la situación, que, ante la debilidad de las instituciones, hubo quien le dijo al Rey que tenía que retirarse: si no se marchaba de España, no se responsabilizaban de lo que pasara con la Familia Real. Y ya se sabía lo que había pasado catorce años antes en Rusia...
El Rey sufría una depresión profunda desde la muerte de su madre, era una persona que no quería resistir, y la Reina estaba absolutamente aterrada ante la posibilidad de vivir una situación como la de Rusia. Ciertamente, en un momento determinado se intentó salvar la Monarquía: Romanones y Maura fueron a ver a los republicanos para ofrecerles carteras en un Gobierno provisional que controlara unas Cortes Constituyentes. Pero para entonces los republicanos se habían dado cuenta de que aquello se caía, porque realmente salvo De la Cierva, abuelo de Ricardo de la Cierva, nadie quería resistir en el Gabinete. Alcalá-Zamora, que fue monárquico hasta dos días antes, dijo que ellos no podían controlar a las masas, y que si éstas se lanzaban a la calle, lo que pudiera pasar con el Rey... realmente no lo veían claro si no se iba antes de que pusiera el sol. Como en las películas del Oeste.
En ese momento el Rey dijo que no quería que se derramara sangre –lo cual es encomiable... según se mire– y que se marchaba a Cartagena. Se iba de España. Bien es verdad que aclarando que no abdicaba, sino que suspendía temporalmente el ejercicio de sus facultades regias.
No hace falta decir que los republicanos aprovecharon para proclamar inmediatamente la República –en primer lugar, en Éibar–; y a partir de ahí entramos en una situación verdaderamente escalofriante.
Esto es algo que conviene recordar, porque tiene trágicos paralelos actuales: cuando un régimen se está muriendo, siempre hay un pequeño virus que lo está asediando continuamente; y todo el mundo piensa que ese pequeño virus, llámese Saborit o Carod-Rovira, no va a acabar con él. Pero la historia de España demuestra que al final lo entierra.
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