El 10 de enero murió en La Jolla, un barrio de gente adinerada de la ciudad de San Diego, un anciano que se encontraba dentro de un contenedor de basura cuando un camión golpeó éste. El fallecido había superado los ochenta años de edad y carecía de familia. La noticia llegó a España y durante unos días apareció en los periódicos. ¿Qué tenía de peculiar el muerto para que su defunción cruzase un continente y un océano? Pues que pretendía ser el único hijo de Alfonso de Borbón y Battenberg, príncipe de Asturias, amado por Alfonso XIII hasta que le desobedeció.
Las familias reinantes que llamamos dinastías suelen tener un comportamiento cercano al de los toros o los gallos con los miembros díscolos o indeseados: no hay más que uno en la dehesa o el corral. Cuando alguien pretende discutir la corona al que la ostenta, es expulsado a las tinieblas. Así le ocurrió al desdichado príncipe Alfonso, hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia Battenberg.
La hemofilia irrumpe en palacio
Alfonso de Borbón y Battenberg nació en el Palacio Real en mayo de 1907. Por fin el Reino de España tenía un heredero normal, no un rey bebé como fue el propio Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII, nacido en 1886. En ese momento la situación permitía el optimismo: dos reyes jóvenes y sanos, él de veintiún años y ella de veinte, y un primer hijo varón. Hasta entonces, el principado de Asturias había correspondido a la hermana de Alfonso XIII la infanta María Mercedes y al hijo de ésta, Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y Borbón. Pero enseguida se conoció una desgracia: el recién nacido padecía hemofilia; se la había transmitido por su madre.
Sin embargo, el Rey se negó a aceptar la enfermedad de su primogénito y le trató como si estuviera sano. Llegó a hacerle sentar plaza de soldado y a incitarle a cazar y hasta a volar en avión, cuando cualquier golpe le ocasionaba grandes dolores y crisis de salud. El 15 de abril de 1931, el pobre Alfonso tuvo que dejar el Palacio Real junto con su madre y sus hermanos (salvo el infante Juan, que estaba en la Academia Naval de San Fernando) en camilla, ya que había estado unos días antes en una cacería y el retroceso de la escopeta le había causado heridas en el hombro.
Ya en el exilio, Alfonso XIII, enfrentado a la realidad, se olvidó de sus afectos y, como un sultán árabe, eliminó al príncipe Alfonso y a su segundogénito, el infante Jaime, sordomudo, para dar la placa de heredero a su único hijo varón sano (el cuarto varón, Gonzalo, nacido en 1914, también era hemofílico), el infante Juan. En junio de 1933 Alfonso y Jaime renunciaron a sus derechos de manera irregular. El detonante de la conducta del príncipe Alfonso fue su enamoramiento de la cubana Edelmira Sampedro y Robato, a la que conoció mientras convalecía en un sanatorio suizo. A cambio, el antiguo rey concedió a su hijo el título de conde de Covadonga y una asignación que luego le regateó.
Un príncipe abandonado
El matrimonio entre ambos concluyó en divorcio en mayo de 1937 en La Habana. En julio de ese año, mientras los españoles se mataban en las trincheras, Alfonso de Borbón y Battenberg se volvió a casar con otra cubana, la modelo Marta Esther Rocafort, y de nuevo se divorció, en enero de 1938 y en Nueva York. El expríncipe murió en septiembre de 1938 en Miami, a la salida de una sala de fiestas, debido a un choque del taxi en el que iba contra un poste, que para él fue mortal.
El infante Jaime tuvo dos hijos con su esposa Emanuella de Dampierre, Alfonso (1936-1989) y Gonzalo (1937-2000), y se retractó de su renuncia; en consecuencia, las relaciones con su hermano Juan se agriaron hasta la muerte del primero, en 1975. Cabe imaginarse lo que habría ocurrido en la Casa de Borbón de haber tenido descendencia Alfonso de Borbón y Battenberg. La versión oficial sostiene que el príncipe de Asturias no tuvo hijos, incluso que era impotente debido a una operación urológica anterior a su matrimonio. Sin embargo, una persona ha reclamado ser hijo suyo.
En 1987, el Borbón oculto había desvelado sus presuntos orígenes en una entrevista en el periódico local, en la que declaró que había nacido en Lausana (Suiza), que su padre era el príncipe de Asturias, que había fallecido en Miami y que aprendió varios idiomas en el colegio.
El ADN en la cara
El periodista José María Zavala, experto en los Borbones, entrevistó a Alfonso de Bourbon en su casa de La Jolla (California). Y así lo describió:
Alrededor de 1,80 metros de estatura; era más bien enjuto, enfundado en un traje azul a juego con la corbata de franjas con la enseña española; la flor de lis, símbolo de los Borbones, relucía en el ojal de su americana. El bigotillo, encanecido a su edad, y la frente ancha recordaban también al monarca y a quien él decía ser su padre, el príncipe de Asturias; igual que su sonrisa pícara y entrañable a la vez. El perfil netamente borbónico constituía otra prueba física palpable de su filiación; lo mismo que sus ojos, más azules aún que su pretendida sangre azul, idénticos a los del príncipe de Asturias, heredados a su vez por éste de la reina Victoria Eugenia. Su hablar era pausado y su entonación, armoniosa, con acento afrancesado. Era atento y ceremonioso: el anfitrión perfecto, que una y otra vez insistía en que "mi casa es su casa".
Sus padres, afirmaba don Alfonso, eran el príncipe y Edelmira Sampedro, que lo habían entregado a unas monjas en Suiza. Fueron éstas quienes le revelaron su linaje. Aprendió varios idiomas en el colegio (inglés, francés, español, alemán), lo que le permitió ganarse la vida como traductor de la ONU en Nueva York. En los años 70 se mudó a La Jolla. Estaba soltero y le reconoció a Zavala que vivía "del seguro [social]".
Jamás se reunió con sus padres: Alfonso murió en 1938, cuando él tenía unos seis años, pero Edelmira vivó hasta 1994 y murió en Florida. También afirmó que en 1969 había visitado a sus tíos Juan –en Estoril– y Jaime –en París–, y mostró a Zavala una felicitación navideña enviada por este último.
Pese a su empeño en presumir de progenitor de sangre real y a la Constitución española, que elimina definitivamente las diferencias entre hijos legítimos e ilegítimos, Alfonso de Bourbon se ratificó delante de Zavala en no reclamar el reconocimiento judicial de su apellido, a diferencia de Leandro Borbón Ruiz-Moragas, hijo de Alfonso XIII con la actriz Carmen Ruiz-Moragas.
¿Cuáles eran las pruebas que aducía Alfonso de Bourbon a favor de su parentesco? La primera, su sorprendente parecido con su supuesto abuelo Alfonso XIII, que se aprecia en las fotografías. Y la segunda, añadimos nosotros, los abundantes bastardos engendrados por los Borbones desde Isabel II.
Sablazos por la cara
De la crónica que publicó el San Diego Union sobre la muerte de Alfonso de Bourbon que éste vivía de dar sablazos literalmente por su cara borbónica. Asistía a las fiestas, recepciones, presentaciones y demás saraos que se organizaban en ese barrio rico de San Diego y los ricos jubilados se derretían de placer al codearse con el misterioso descendiente de un rey europeo. También se ofrecía a las señoras mayores como acompañante y bailarín.
Al menos, le reconoció a Zavala que no tenía rencor a sus supuestos padres:
No quiero enjuiciar a mi madre, pero a las mujeres cubanas, aunque sean muy lindas y encantadoras, les gusta mucho divertirse. Igual que a mi abuelo Alfonso XIII, que en paz descanse; mientras el rey gozó de buena salud, el dinero que tenía lo gastaba en night-clubs. De todas formas, le recuerdo que Nuestro Señor Jesucristo dijo muy claramente: "No juzguéis, y no seréis juzgados".
Cuando se conoce el trato que en las familias reales se da los bastardos o a los rivales, uno se alegra de ser plebeyo... o simple hidalgo todo lo más, como Don Quijote.