Se cumple un año de la muerte de Hugo Chávez. Como era de esperar, el balance del chavismo sin Chávez no puede ser peor. Desde que se anunció el deceso del principal promotor de esa aventura alocada y expansiva que él mismo denominó "socialismo del siglo XXI", el modelo chavista ha transitado un camino sinuoso repleto de desafueros jurídicos y políticos que han puesto Venezuela aún más cerca del abismo que donde la dejó el difunto.
Desde que el locuaz populista murió, las rupturas institucionales se han sucedido como si fueran réplicas del terremoto institucional que el referido golpista había desencadenado. Los actos revolucionarios han tenido lugar sin solución de continuidad. Sin afán de ser exhaustivo, creo que se deben mencionar los siguientes: la asunción al margen de la ley del designado sucesor, con el beneplácito de la dictadura cubana, Nicolás Maduro; las elecciones presidenciales, fraudulentas a juicio de la oposición; la campaña de acoso y derribo contra los medios de comunicación críticos y la brutal persecución y represión a los disidentes. Al mismo tiempo, el régimen se ha ido despojando de su máscara democrática y ya no disimula su carácter autoritario.
Así, el poschavismo o chavismo-madurismo ha demostrado ser un proyecto caótico en un callejón sin salida. Venezuela ha alcanzado un escandaloso 56 por ciento de inflación, mientras se agrava el desabastecimiento de productos básicos. En cuestión de seguridad, parece un Estado sin ley; de hecho, Venezuela es hoy uno de los países más violentos del planeta. Desde que murió Chávez han muerto 25.000 personas en episodios criminales. No es casual, por tanto, que Venezuela ocupe los últimos lugares en los índices que mensuran variables esenciales de un Estado democrático como la seguridad jurídica, la libertad de expresión, la independencia judicial o la separación de poderes.
La consecuencia necesaria de este caos no puede ser otra que la anarquía, y ésta es contraria a cualquier proyecto viable de nación. Venezuela, como república basada en los valores de la democracia liberal, está siendo destruida de manera deliberada.
Sin embargo, esto no nos debería inducir al error de pensar que el descalabro es causa de que el sucesor es una mala copia del original. Es decir, no es cierto que los problemas se incrementen porque Nicolas Maduro no esté a la altura de Hugo Chávez. Al contrario, el desgobierno de Maduro pone de manifiesto precisamente las contradicciones inherentes al chavismo con Chávez. Maduro, al ser más burdo y grotesco que su predecesor (era difícil, pero lo logró), encarna a la perfección la quintaescencia de ese modelo populista bolivariano tutelado desde La Habana. De hecho, es su obra final, su culminación, representa el chavismo llevado al paroxismo. Para los que pueden pensar que Maduro es peor que Chávez, la respuesta es: no, Maduro es una criatura de Chávez, y un entusiasta promotor de sus ideas y de su proyecto. Inevitablemente, las grietas democráticas e institucionales que había abierto el propio Chávez se han hecho del todo visibles. Maduro ha fracasado a la hora de mantener la parodia democrática de su mentor.
Afortunadamente, el pueblo de Venezuela no se ha quedado quieto durante este año y, movido por la desesperación frente a un Estado opresor e incompetente, se ha echado a las calles. El derecho de los ciudadanos a resistir frente a un Gobierno ilegítimo está sancionado por la escolástica medieval... y hasta por la propia Constitución venezolana (art. 350).
Resulta escandaloso el silencio que guardan en torno a lo que está sucediendo en Venezuela tanto la mayoría de los países latinoamericanos como la Unión Europea y los Estados Unidos. Especialmente, cuando todos estos actores protestaron vehementemente contra la destitución de Manuel Zelaya como presidente de Honduras en 2009 o contra la remoción del presidente de Paraguay Fernando Lugo en 2012. El pueblo venezolano necesita sin dilaciones un apoyo internacional contundente que sirva para investigar y sancionar con firmeza toda conducta opresora del Gobierno, y que dote de voz a quienes están sufriendo los atropellos de este régimen.
El balance de este año con chavismo sin Chávez no puede ser otro que el desastre que representa la continuidad de un modelo cerrado y grotesco, que fabrica miseria. Ante esta situación, cabe plantear tres hipótesis:
1) un recrudecimiento de la de represión que culmine en enfrentamiento civil, derramamiento de sangre e impredecibles consecuencias políticas;
2) el hundimiento del país en un pozo de anarquía y miseria, mientras se suceden cambios en la Jefatura del Estado, aunque siempre dentro del régimen, para que en definitiva nada cambie;
3) el encauzamiento de la situación hacia una auténtica transición democrática, gracias a la resistencia, la perseverancia y el coraje de los que luchan por la libertad,en pro de la convivencia en paz y libertad.
Es preciso aunar esfuerzos fuera y dentro de Venezuela para que sea esta última opción la que triunfe.