"Puedo garantizarle que he entendido todas las partes del no. Aquello de 'no, no y no', ya lo he entendido, así que tranquilícese". Todos recordarán estas palabras de Rajoy dirigidas a Pedro Sánchez durante la pasada y frustrada sesión de investidura. Paradójicamente, quien no dio ni ha dado muestras en ningún momento de entender "todas las partes del no" ha sido, precisamente, el dirigente socialista. Jamás entendió que su reiterado no, dadas las circunstancias, era tanto un obstáculo para que Rajoy asumiera la presidencia del Gobierno como, sobre todo, un obstáculo para que él mismo asumiera el liderazgo de la oposición a pesar de haber cosechado los peores resultados electorales de la historia de su partido. Impedir la formación de un nuevo Gobierno es tanto como condenar a la oposición a seguir en funciones.
Teniendo presente que Sánchez había llegado a la Secretaría General del PSOE poco más de un año antes de las elecciones de diciembre, ejercer durante algún tiempo más el liderazgo de la oposición al Gobierno más débil de la democracia era un destino nada desdeñable. El error de Sánchez fue creer que la única forma de salvar su carrera política era convertirse en presidente del Gobierno. También no entender que el liderazgo de la oposición no lo otorga el grado de enfrentamiento o la falta de acuerdos con el Gobierno, sino el ser el líder de la formación más votada de cuantas no ocupan el Gobierno. Su error fue dejarse arrastrar por Podemos y creer que el liderazgo de la oposición lo otorga el grado de radicalismo antisistema.
Muchos pudimos entender en su día que Sánchez se postulara como presidente del Gobierno, habida cuenta de la inexplicable decisión de Rajoy de no presentarse a la investidura tras las elecciones de diciembre. Personalmente, siempre consideré y sigo considerando que un Gobierno comandado por el PSOE y Ciudadanos que tuviera como principal partido de la oposición a un PP regenerado, reconciliado con sus otrora señas de identidad liberal-conservadoras y liberado de la losa del rajoyismo era, dadas las circunstancias, lo mejor a lo que España podía aspirar. Pero nunca hay que confundir la realidad con nuestros deseos, y la realidad es que el empecinamiento de Rajoy en ser presidente del Gobierno tenía en las urnas todas las de ganar frente al empecinamiento del candidato socialista.
No se me escapa que a Sánchez le han acompañado en su error muchos de los que ahora le han apuñalado por la espalda al chasquido de González. El autodestructivo "no, no y no" de Sánchez fue consensuado, como él mismo ha recordado, en la Ejecutiva Federal, y no hay que olvidar, y menos aún ocultar, que la mediocre oportunista de Susana Díaz fue públicamente tan rotunda en su negativa al Gobierno de Rajoy como el propio Sánchez.
Con todo, ese "no, no y no" de Sánchez tenía todos los boletos para convertirse en un boomerang en su contra. Aunque todavía pueda intentar una nueva fuga hacia adelante, Sánchez se ha metido con tozudez insuperable en un callejón sin salida, del que ya "no, no y no" puede salir.