Sería ciertamente "injusto" –por no decir "estúpido"– hacer balance de la legislatura del Gobierno de Rajoy, o de cualquier otro, cuando ni siquiera hemos alcanzado el ecuador de la misma. Ahora bien, derivar de este hecho que no se pueda criticar al Ejecutivo por lo que ya ha hecho, y por lo que todavía no ha empezado a hacer, es una pretensión que no merece mejor consideración. Esto de que nos dejemos las críticas para el final es, sin embargo, lo que parece que Rajoy pretende, en vista de lo que ha declarado el domingo ante Aznar en unas jornadas organizadas por FAES:
Quedan dos años y medio de legislatura y los balances se hacen cuando hay que hacerlos; no hay que hacerlos al principio porque no es justo ni conduce a nada.
Por mucho que los electores le hayan dado un voto de confianza que le legitima para gobernar durante cuatro años, lo que Rajoy pide no es confianza sino un acto de fe incompatible con la crítica y la opinión pública que caracterizan al sistema democrático.
Afirma también Rajoy, un tanto contradictoriamente: "No podemos decir que España va bien, pero sí España va mejor, y el rumbo marcado es el correcto". Yo no creo que estemos mejor respecto a la crisis nacional e institucional en la que nos han sumido la dejadez del los Gobiernos centrales ante los envites secesionistas de las minorías nacionalistas. Y desde luego no lo estamos en el ámbito económico –si es a ese al que el presidente se refiere– en índices tan decisivos como el de riesgo país, paro o nivel de endeudamiento. Y eso que, dados los desastrosos registros dejados por Zapatero, estar simplemente algo mejor que entonces no sería estar bien.
Pero, sobre todo, lo que yo le critico a Rajoy no son los lentos y paupérrimos –cuando no contraproducentes– resultados de su acción de gobierno, sino, que esta vaya, en importantes aspectos, en dirección opuesta al ideario y al programa que le granjearon la confianza de una mayoría de ciudadanos y que le permiten gobernar durante cuatro años. Lo que le critico es su corrupción ideológica, que sigo pensando es lo que más caracteriza a su Gobierno, por encima de bárcenas y gúrteles.
No, no hay que esperar a 2015 para criticar el "rumbo" de este Gobierno, criticable desde aquel primer momento en el que nos anunció sus primeros incumplimientos electorales en materia fiscal.
Aunque, a efectos puramente retóricos, Rajoy lograra sin cambiar este rumbo que España fuese bien en 2014, o cuanto menos mucho mejor que con Zapatero, tendría qué explicarnos por qué lo logró haciendo justo lo contrario de lo que se había comprometido a hacer.
En cualquier caso, lo que no tiene sentido es esperar al final de la legislatura para criticar a Rajoy por pasarse casi dos años sin derogar muchas de las cosas que no quiso ver aprobadas en tiempos de Zapatero, o por pasarse dos años sin aprobar lo que propuso en su programa electoral. En todo caso, y de seguir con este rumbo, le acusaremos entonces de haber sido continuista, no durante la primera parte, sino durante todo el tiempo de su mandato.
No adelantemos, pues, críticas por lo que Rajoy haga o deje de hacer hasta entonces; pero tampoco las retrasemos por lo que ya ha hecho o dejado de hacer.