Se dice que el poder no soporta el vacío. La calle, en un país con una de las mayores crisis política y económica de Europa, y con una tasa de paro que roza los cinco millones de personas, tampoco. Sin embargo, y salvo raras excepciones, nuestra funcionarial y acomplejada derecha política y mediática nunca ve motivos para manifestarse en la calle. Ahora la derecha se queja de que el extendido y profundo malestar social, que ella no ha querido ni coordinar ni liderar, haya sido secuestrado y adulterado por grupos de extrema izquierda, cuyas propuestas no harían, ciertamente, sino agravar todavía más los graves problemas que padecemos.
Naturalmente que no cabe hacer un frente común con la izquierda, como espléndidamente explica Juan Ramón Rallo en estas páginas. La cuestión que yo planteo, sin embargo, es por qué no se ha dado un movimiento ciudadano en la órbita del liberalismo que, a diferencia del 15-M, se manifieste en la calle contra el escandaloso despilfarro de las administraciones públicas, la asfixiante presión fiscal que padecemos, la vergonzosa falta de separación de poderes, la persistente presencia proetarra en las instituciones o contra el paro al que siempre nos aboca los gobiernos socialistas. ¿Es que acaso todo esto no causa indignación entre millones de ciudadanos? ¿Es que acaso no es legítimo manifestarla también en la calle?
Hace ya casi dos años era perfectamente detectable la existencia de grupos ciudadanos, tales como asociaciones de comerciantes, plataformas de clases medias, autónomos y de trabajadores y parados enfrentados a las privilegiadas elites sindicales, que, tal y como consideré entonces, "sólo necesitan de comunicación y organización para eclosionar en un gran movimiento ciudadano". La propia Esperanza Aguirre, muy poco tiempo después, haría su propio llamamiento a una "rebelión cívica" con ocasión del anuncio de la subida del IVA. Recuerdo que el Gobierno y los sindicatos se pusieron de los nervios ante el riesgo de que la derecha se dispusiera a sacar a la gente a la calle para que expresara su indignación ante la crisis y la política económica del gobierno. Pero ya se encargó Rajoy y los medios de comunicación de la derecha de hacer que aquel "riesgo" fuera sólo un espejismo.
A lo que yo apelaba entonces, como ahora, no es a una engañosa e incívica agitación o propaganda, sino a dar importancia al poder de las ideas y no dejar al parlamento como único ámbito –con ser éste irrenunciable– en el que se puede ejercitar la democracia.
El caso es que, a pesar de la desastrosa gestión socialista y el justificado y extendido malestar ciudadano, aquí los únicos que se han manifestado por la crisis económica han sido los sindicatos y, ahora, los del 15-M. Ambas expresiones de indignación suponen una farsa, pero que no viene sino a ocupar un espacio que la derecha ha querido dejar vacío. Este error no le impedirá al PP un claro triunfo electoral este domingo. Pero ya pagará, como en el pasado ya ha pagado, su creencia de que la democracia consiste únicamente en gestión y en llenar las urnas.