Lo reconozco: ni de lejos este Mundial me ha producido la misma emoción que el que
ganamos hace trece años en Saitama. A excepción de ciertos partidos de las dos primeras fases antes de los cruces –Puerto Rico y sobre todo Italia– y la semifinal contra Australia, en ningún momento he visto sufrir realmente a España. Hay que ponerse en pie y aplaudir hasta que se nos rompan las manos: la selección de Scariolo se ha llevado a China uno de los equipos menos poderosos de los últimos años, y aún así ha terminado ganando, invicta después de ocho encuentros, un torneo en el que claramente ha ido de menos a más.
Ya lo había avisado el técnico italiano. "No queremos estar al cien por cien ante Túnez",
advirtió en la víspera del debut contra los norteafricanos, a los que España aplastó con
contundencia. Razón no le falta al preparador de Brescia, viejo zorro y coleccionista de medallas –séptima presea en ocho campeonatos– donde los haya. No es asunto baladí y, por más palos que le den, Scariolo suele callar bocas.
Marc Gasol, Ricky Rubio, Rudy, Llull, Claver, Pau Ribas, Pierre Oriola y los hermanos
Hernangómez Geuer, más esos tres actores secundarios, infalibles en las ventanas FIBA, como son Beirán, Rabaseda y Colom. Doce campeones que nos han permitido saborear las mieles del éxito. Sin olvidar al cuerpo técnico que ha acompañado a Scariolo, a los trabajadores de la Federación –con Jorge Garbajosa al frente– ni, por supuesto, al resto de jugadores que, en esas ventanas FIBA, ayudaron a que España estuviera en China y que final se quedaron fuera del corte de Scariolo.
España ha sido el mejor equipo del campeonato, aunque muchos dirán que ha sido "el menos malo". Cierto es, como ya he escrito unas líneas más arriba, que han faltado algunos de los primeros espadas del baloncesto patrio (Pau Gasol, Sergio Rodríguez, Ibaka, Mirotic…), pero aún así nuestra selección ha llevado un equipo de garantías, como finalmente ha quedado demostrado. Muchos hablarán de Mundial de saldos o de rebajas, pero más bien habría que hablar de sorpresas: derrotas de Estados Unidos ante Francia y Serbia, así como las victorias de Argentina frente a los exyugoslavos y los galos.
Como decía Alfredo di Stéfano, "las finales no se juegan, se ganan". Puede que España no haya llevado ni de lejos su mejor equipo, pero en aquello de competir sigue siendo el número uno. Competitividad es algo de lo que también pueden presumir los argentinos –digna finalista, enhorabuena a la Albiceleste por su grandísimo torneo con esa talentosa tripleta de tiradores y el viejo rockero Luis Scola como baluartes–. Dejó nuestra selección muchas dudas en la primera fase, pero ha sabido levantarse de la lona para hacerse con su segundo Trofeo Naismith. Puede que España no tenga el equipo con más calidad, pero sí es la selección con más coraje de las 32 que hemos visto durante estas dos semanas en China. Y eso, en un campeonato como una Copa del Mundo, vale un auténtico potosí.
La selección española volverá dentro de cuatro años a Asia para disputar el próximo Mundial
–organizado conjuntamente por Filipinas, Japón e Indonesia- y a buen seguro que lo hará con un equipo muy renovado. Seguramente no lo gane y ni siquiera esté en la lucha por las medallas, pero lo que es competir, me atrevería a garantizar que competirá seguro. De momento, absténganse enterradores y agoreros, disfrutemos de lo que está consiguiendo nuestro baloncesto. Que nos quiten lo bailao…