¡Qué grande es América! Otra vez puedes decir como Jesucristo: he aquí, yo he vencido al mundo. Porque cuando las cinco cuartas partes del mundo se disponen a enterrar al inmenso, al imprescindible titán americano y cientos de buitres rencillosos revolotean sobre el noble gigante que creían moribundo –mientras sólo estaba dormido–, la poderosa América se despereza y vuelve a hacer lo que ha hecho siempre: renovarse y vencer.
Dos son los grandes vencedores de las elecciones. El primero, indiscutible, por más que discutible, Barack Obama, el Kennedy de ébano, el blanco que nació negro desde su piel mestiza, desde el valiente acto natural que le quita al amor los estrechos colores de la raza; el negro que nació blanco porque vino al mundo en los Estados Unidos, la tierra de los iguales, el país donde el talento pone precio al mérito y las puertas de la gloria se abren a los aspirantes al cielo sin exigir su ADN. El otro vencedor, acaso el más grande de ellos, ha sido el Sueño Americano, el mismo que los enfebrecidos gurús de la pesadilla antiyanqui (tan vieja como aquél) entierran todos los días en sus esforzados mamotretos insustanciales y nauseabundos.
Asistimos ahora a la euforia de los papanatas del vasto (basto) mundo del progresismo, creyéndose que estamos ante el nacimiento de la Coca Cola Marx y de un entusiasta del narcoguevarismo al estilo del socialismo del siglo XXI. En poco tiempo podrán salir de su espejismo: Obama es demasiado inteligente y demasiado ambicioso como para dejarse entumecer por los zapateritos. Que disfruten ahora de su fiesta los alelados chicos del despiste porrero. Muy pronto, para ellos, llegará el lloro y el crujir de dientes.

El Kennedy de ébano
Asistimos ahora a la euforia de los papanatas del vasto (basto) mundo del progresismo, creyéndose que estamos ante el nacimiento de la Coca Cola Marx y de un entusiasta del narcoguevarismo al estilo del socialismo del siglo XXI.
Servicios
- Radarbot
- Libro
- Curso
- Alta Rentabilidad