Estamos acostumbrados a ver en las calles pasquines con imágenes de personas que han desaparecido. En estos carteles que distribuyen los familiares y la policía suele haber una foto y una descripción del sujeto. La esperanza de quienes lo buscan es que alguien dé con su paradero y haya un final feliz.
Bien, en países bajo regímenes dictatoriales sobran los disidentes que de la noche a la mañana caen en el hueco negro de los desaparecidos y nadie más vuelve a saber de ellos. Ni tan siquiera sus parejas y parientes más cercanos. Podíamos nombrar a opositores en Corea del Norte, Cuba, Burma, Guinea Ecuatorial, Libia o Siria, por mencionar un puñado de ejemplos execrables. No obstante, hoy urge invocar el nombre de Ai Weiwei, afamado artista chino cuyo paradero se desconoce desde el pasado 3 de abril, cuando fue visto por última vez antes de tomar un avión a Hong Kong en el que nunca llegó a embarcar. Desde entonces no se han tenido noticias del creador del impresionante estadio olímpico de Beijing.
Es lógico que Weiwei, un hombre del Renacimiento capaz de diseñar un edificio, hacer cine o montar instalaciones de vanguardia, acabara por resultarle incómodo al Gobierno chino. Desde los disturbios y la matanza perpetrada en la Plaza de Tiananmen, las autoridades han procurado contener las ansias de renovación de la juventud a cambio de una mayor apertura económica. De lo que se trata es de mantener vivo el romance económico con las sociedades abiertas de Occidente sin perder el control político. Por eso era cuestión de tiempo antes de que Weiwei, cuyas obras destilan rebeldía, acabara en alguna mazmorra del presidio político. Sus propias declaraciones en onternet y las redes sociales eran un constante desafío contra las viejas consignas. Sin temor ni reparos, el artista había llegado a decir, "la libertad es nuestro derecho a cuestionarlo todo". No es extraño, pues, que se haya desvanecido de la faz de la tierra.
Mientras Weiwei permanece incomunicado sin haber pasado por proceso judicial alguno, su obra puede verse en distintas ciudades: hasta el 16 de julio la Tate Modern de Londres expone sus trabajos y en Nueva York el público puede admirar uno de sus singulares conjuntos de esculturas. Con estas exposiciones se pretende mantener vivo el recuerdo y la importancia de un artista que ha sido encerrado por atreverse a ser libre.
La naturaleza disconforme de Weiwei proviene de una querencia familiar por ejercer el derecho a la opinión. Su padre, el reconocido poeta Ai Qing, pasó años en un campo de reeducación después de que el Partido Comunista lo repudiara por subversivo. Pasado el tiempo, su hijo se dejó contaminar por otros aires cuando estudiaba arte en Nueva York. Con estos antecedentes, lo asombroso es que el gobierno chino haya tardado tanto en silenciar al expansivo Weiwei.
Si pasan por Londres o por Nueva York no dejen de ver estas exhibiciones cuyo objetivo, además de exaltar una brillante trayectoria artística, es el de llamar la atención por la causa de Weiwei. Donde quiera que vayan, sobre todo si visitan China, pregunten por él. Ya han pasado más de dos meses desde que la policía política lo secuestró y podrían transcurrir años antes de que lo volvamos a ver. ¿Dónde ésta Weiwei? Me temo que en un lugar angosto y oscuro. Sin sitio para la libertad.