Hay pocas imágenes más heroicas que la de un hombre o una mujer injustamente encerrados en una celda por sus ideas. Nunca veremos la foto del Premio Nobel de la Paz 2010, Lui Xiaobo, cuando su esposa le dio la noticia de que el comité noruego que da el prestigioso galardón se lo había otorgado por su lucha pacífica a favor de la libertad en China. Debió de ser un momento sobrecogedor que trascendió el horror del presidio político de la dictadura comunista que hoy lidera Hu Jintao.
Lo que sí sabemos por las declaraciones de Liu Xia, la esposa del académico laureado, es que su marido no pudo evitar las lágrimas y les dedicó el premio a los activistas que en 1989 murieron masacrados en la plaza de Tiananmen. Xiaobo había participado en las manifestaciones de aquel verano, que recordaban la efervescencia de la primavera de Praga en 1968. La esperanza del cambio tras décadas de servidumbre y feroz represión. Pero como sucedió en la Checoslovaquia ocupada, donde los tanques soviéticos aplastaron una fiesta multitudinaria que exigía reformas, en Tiananmen los tanques también avanzaron y las ráfagas de las bayonetas acabaron con las vidas de quienes se atrevieron a alzar su voz en un mar de conformismo.
Si Liu Xiaobo sobrevivió a las escaramuzas aquel aciago junio de 1989, años después se atrevió a encabezar un manifiesto pidiendo reformas políticas y una transición hacia la democracia. Era 2008 y el espíritu de la Carta 08 era similar al de la Carta 77 que impulsó otro famoso disidente, el ex presidente de la República Checa Václav Havel. Havel era un opositor veterano que había pasado años en la cárcel. Xiaobo acaba de cumplir su segundo año en prisión tras recibir una condena de 11 años por liderar un movimiento a favor del pluralismo.
Liu Xiaobo lloró de emoción y de infinita tristeza el pasado viernes, sin poder abrazar a su mujer ni celebrar con los amigos o disfrutar del momento de gloria de saberse elegido entre los elegidos, como le ocurrió al Dalai Lama en 1989, cuando se le otorgó el mismo premio por su lucha en defensa de la independencia de Tibet, mientras los chinos pretendían acabar con las tradiciones milenarias del enclave budista.
Desde el aislamiento de su reclusión, Xiaobo seguramente desconoce que unas horas después del encuentro las autoridades confinaron a su esposa a arresto domiciliario, sin permitirle contacto alguno con los medios occidentales. Mientras Liu Xia se encuentra incomunicada, otros disidentes han sido interrogados y la policía secreta los vigila de cerca. En los portales de internet y en la televisión cualquier referencia al Premio Nobel de la Paz ha sido prohibida. Pekín le ha declarado la guerra diplomática a los noruegos por haber recompensado a un individuo que ellos califican poco menos que de delincuente. Hasta ahora las autoridades chinas han desoído los llamamientos para liberar al flamante Nobel porque, en plena pujanza económica, no se han visto obligadas a hacer concesiones ante la presión internacional.
Pensemos en Lui Xiaobo y su crimen: el de soñar para él y sus compatriotas con un país libre. Esa, y ninguna otra, es la razón por la que hoy subsiste como un animal en una infecta cárcel de China comunista. Ahora pensemos en la muy extendida tesis de que las relaciones comerciales y las visitas turísticas son fórmulas infalibles que provocan la apertura de sistemas dictatoriales. Visualicemos la China actual, repleta de extranjeros que admiran sus monumentos, hacen negocios millonarios con funcionarios y regresan a sus casas cargados de bolsos y relojes de marca falsificados y a la venta en las calles de Shangai. Volvamos a la imagen del Premio Nobel de la Paz 2010, prisionero de conciencia por firmar un manifiesto. Un apestado que se pudre en presidio y no podrá acudir a Oslo porque ni uno solo de los millones de visitantes, empresarios y profesores de intercambios culturales conseguirá el milagro de una democratización que depende única y exclusivamente de la voluntad del actual gobierno chino.
Seguramente a estas horas Liu Xiaobo ha sufrido todo tipo de vejaciones y castigos por el honor de ser un hombre libre a pesar de los cerrojos que le imponen sus cancerberos. Sus lágrimas nunca han sido más amargas.
Este artículo fue publicado originalmente en diciembre de 2010, tras la concesión del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo