La detención del yihadista marroquí Mohamed el Bali en Melilla el pasado día 3, en el marco de una operación conjunta de la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía, vuelve a recordarnos que la amenaza que el yihadismo salafista representa en Marruecos lo es también para España. El Bali pertenecía a una célula con base en la vecina Nador, y nuestra operación policial daba respuesta a una orden internacional de detención emitida por Marruecos.
Éste asiste con preocupación a la cristalización de una tupida telaraña tejida en el contexto de la canalización de activistas hacia el campo de batalla sirio, como hacen otros grupos yihadistas que envían libios o tunecinos hacia el mismo polo de atracción y de retroalimentación del yihadismo salafista globalizado. La fronteras terrestres hispano-marroquíes en las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla, muy transitadas a diario, ya han mostrado cuán sencillo ha sido que dicho germen yihadista haya acabado afectando a nuestros ciudadanos, y alrededor de una decena de ceutíes que han muerto o siguen entrenándose y combatiendo en Siria lo atestiguan.
Es por ello que el anuncio, el 31 de agosto, de la creación del nuevo grupo marroquí de tendencia takfir Sham al Islam preocupa a Marruecos y a España, y debería de llevar a reforzar aún más la cooperación bilateral en materia de lucha contra el terrorismo, redoblar los esfuerzos conjuntos en información e inteligencia. La tendencia Takfir Wal Hijra es la más radical de entre las radicales dentro del yihadismo salafista, emergió y golpeó con saña primero en Egipto hace décadas y se extendió por todos los rincones del mundo arabomusulmán, con particular enraizamiento en el norte de África. En Melilla podemos inventariar sus zarpazos con el asesinato de dos ciudadanos españoles al otro lado de la frontera, aún no esclarecido, casi cinco años después.
Sham al Islam está dirigido por Brahim Benchekroune, un yihadista que purgó seis años de prisión por haber fundado otro grupo radical –la Jamaat Tawhid Wal Yihad– y que al salir de la cárcel se fue a Siria a combatir. Se había empapado de yihadismo en los noventa en Mauritania, otro vecino donde esta ideología envenenada ha tenido y tiene importantes ideólogos, que también entran y salen de sus prisiones. Luego viajó por escenarios tan variados como Afganistán y Pakistán, Arabia Saudí, Irán o Turquía. Las autoridades marroquíes se preocupan, y con razón, porque saben que Benchekroune no sólo ha creado el grupo para canalizar combatientes a Siria, también –y quizás prioritariamente– para luchar en casa y contra el régimen de Mohamed VI, al que considera apóstata. La constitución de dicho grupo nos permite recordar la creciente presencia de terroristas de origen marroquí –Sham Al Islam recluta no sólo en Marruecos, sino entre la diáspora, particularmente en Europa–, especialmente visibles en la región de Latakia, donde algunas figuras prominentes ya se han dejado ver en los últimos meses.