Desde James Baker, ningún otro secretario de Estado de EEUU ha invertido tanto tiempo en el enquistado asunto árabe-israelí: seis viajes a la zona en cinco meses en los que John Kerry ha buscado con ahínco poder anunciar de viva voz la inminente reanudación de las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos. Y lo logró el pasado 19 de julio, aunque la declaración de Kerry fue algo más ambigua de lo que a él le hubiera gustado: "Las partes han alcanzado un acuerdo para establecer las bases para la reanudación de las negociaciones directas".
A pesar de su logro –grande o pequeño– no ha conseguido acallar a aquellos que consideran su esfuerzo una pérdida de tiempo, tiempo que debería haber invertido en el "reequilibro" de EEUU hacia Asia, en Egipto, en Siria o en Irán. Por otro lado, los propios implicados –israelíes y palestinos– no han querido mostrarse eufóricos con la posibilidad de una cara entre las partes, lo que hace que el escepticismo se mantenga alto. Con un pequeño matiz: los palestinos están ávidos de asegurarse un suculento paquete de ayuda económica, prometido por Kerry, que podría rondar los 4.000 millones de dólares.
Es cierto que lo de Kerry y el conflicto árabe-israelí es una apuesta meramente personal en la que algunos ven sus ansias de lograr su propio Nobel, como Obama tiene el suyo. También es verdad que la mediación norteamericana nunca será suficiente para que el proceso de paz avance. Pero no es menos cierto que en cuarenta años todos los pequeños logros diplomáticos que se han conseguido siempre han contado con la implicación de EEUU.
Puede que el propio Kerry haya exagerado los avances hechos en estos meses. Pero ahora la situación juega ligeramente a su favor al contar con el respaldo de la Liga Árabe y, sobre todo, por el derrocamiento en Egipto de un presidente pro-Hamas y su reemplazamiento por otro que favorece al moderado Abbas. Tampoco hay que olvidar el hecho de que Europa haya impuesto restricciones económicas a Israel como condena a su policía de asentamientos y, casi al mismo tiempo, haya incluido a Hezbollah en su lista de organizaciones terroristas. Unos movimientos que forman parte de una estrategia "del palo y la zanahoria" encaminada a presionar a Israel y, al mismo tiempo, mantener buenas relaciones con él entendiendo sus necesidades de seguridad. A decir verdad, es poco probable que los movimientos europeos vayan a cambiar en algo el juego.
Mientras esperamos a ver qué pasa con ese supuesto e inminente encuentro entre las partes en Washington del que apenas hay detalles, Egipto es un caos; Siria se desangra; Líbano está al borde de una guerra civil; Irán prepara una nueva argucia diplomática; y los yihadistas aparecen con fuerza en Irak. Y es que más que nunca el conflicto árabe-israelí tiene una dimensión regional que Kerry no ha tenido en cuenta. Ese va a ser su gran error del que Obama tampoco parece haberse dado cuenta.