Si algo debió enseñarnos la decepción de Libia –donde los europeos descubrieron que entre su futuro ideal para el país y el futuro real protagonizado por tribus, milicias y partidos mediaba un abismo– es que las cosas son más complejas que un simple enfrentamiento entre un tirano cruel y un pueblo ansioso de libertad y anhelante de derechos democráticos. Poco hemos aprendido. En el caso sirio, grotescamente reducido a la visión de una simple represión de Assad hacia sus súbditos, la situación es de enorme confusión. Desde luego que en primer lugar existe una revuelta popular contra el criminal Assad, muy heterogénea y diversa, en la que los "liberales" son también una pequeña minoría, y los Hermanos Musulmanes una cómoda mayoría.
Pero, en segundo lugar, a esta revuela se le superpone la actuación del Ejército Sirio Libre, que con tácticas de guerrilla y con medios irregulares se enfrenta al ejército de Assad y a sus fuerzas de seguridad en un frente de batalla mal definido, pero real, cuyo paradigma es Oms, ciudad en la que la población civil se ve involucrada muchas veces voluntariamente en los enfrentamientos, que están causando no pocas bajas al ejército de Assad. En suma, un enfrentamiento militar en toda regla.
Además, en tercer lugar, desde hace meses existe una ofensiva terrorista, materializada en los atentados cada vez más recurrentes en Damasco, tan real como demoledora, que ha pasado desapercibida a los medios occidentales hasta las últimas semanas. Su autoría es difícil de concretar, trátese del mismo ejército rebelde o de alqaedistas, pero en cualquier caso resulta ridículo a estas alturas acusar al régimen de autocausar los atentados.
Tres formas de enfrentamiento, tres tipos de violencia, que se superponen y se mezclan, en una situación compleja. El carácter despótico y criminal del régimen de Assad, su carácter de dinamizador del terrorismo y de desestabilizador de Líbano, o su dependencia de Irán, lo hacen digno de ser combatido. Pero, como en el caso libio, la cuestión es ya otra, y tiene que ver con el carácter de aquellos que aspiran a ocupar su lugar. En Libia, occidente fue tan lejos en el apoyo acrítico a los rebeldes antigadafistas, que ahora –cuando éstos muestran sus preferencias islamistas sin tapujos– los países europeos disimulan su contrariedad e incluso quitan importancia a esta deriva. Esta ingenuidad aún está a tiempo de evitarse respecto a Siria, siempre y cuando tengamos claros que los que quieren sustituir a Assad no son, per se, mejores que éste.